Suenan los claxons de los automóviles intentando hacerse de un estacionamiento de acera. Las voces de Celia Cruz, Oscar D’ León y La India de Puerto Rico salen como un trueno por la boca de los bares de la Calle Ocho de Miami.
Hace muchos años los pregones de Francisco Casaña, a quien todos conocen como "el manisero", completan la banda sonora de la Pequeña Habana de Miami.
“¡Rico maní tostado a un dólar”, es el grito vital de este inmigrante cubano de 70 años de edad que se afincó en la "Ciudad del Sol" a inicios del 2000. Hoy, asegura, es el único vendedor ambulante autorizado en este tramo de la ciudad.
A pie, seis horas de trabajo
Cuando se dice que una persona ha vivido siete décadas, podría pensarse que se trata de alguien de lento andar y con achaques propios de la edad. Sin embargo, seguir una hora a Francisco es tarea de alguien bien entrenado, como lo constató la Voz de América.
Entre pregones, este hombre viene y va varias veces al día entre las calles 14 y 16 del suroeste, a lo largo de la congestionada arteria turística, cargado con un pesado bolso que lleva cruzado en bandolera delante de su cuerpo. Trabaja seis horas cada día para vivir, explica.
Desde que llegó de La Habana en avión hace dos décadas, Francisco siguió haciendo lo que en su ciudad natal y lo dice con orgullo: “Estoy trabajando el maní desde que tenía nueve años, pero llevo cincuenta y dos años viviendo de este trabajo”, dice a la Voz de América quien ha compartido su labor con otros oficios desde que emigró de Cuba.
Un autobús de dos pisos a cielo descubierto viene repleto de turistas y Francisco lo recibe. Les ofrece una colorida bienvenida en la puerta, mientras les ofrece sus cucuruchos envueltos en papel blanco.
Artes de un vendedor
“¿Tú no quieres uno para ti? Mira, cómprale uno a la niña, a ella le gusta”, la señora a la que Francisco se dirigió se ha dado la vuelta con una sonrisa y saca dinero de su bolsa. Segundos después, abre el envoltorio de granos de cacahuetes y le devuelve otra sonrisa.
Mientras algunos turistas se arremolinan junto al autobús, el chofer le acerca un micrófono a Francisco ya apostado en la puerta de entrada para los que quedan arriba y comienza a entonar lo más afinado que puede las estrofas de los Versos Sencillos de José Martí y que el estadounidense Pete Seeger hiciera famosos bajo el tema de la ‘Guantanamera’.
Poco después, un pregón en inglés: “Good morning, good morning. Organic penut, very, very good. Cuban penut, one dollar” (Buenos días, buenos días. Maní orgánico, muy, muy Bueno. Maní cubano, un dólar).
La invitación a que le compren también viene con su dosis de humor: “No penut, no happy people. How many people happy today?” (Si no (come) maní la gente no es feliz. ¿Cuánta gente es feliz hoy?), remata Francisco.
Los estragos de la pandemia
La pandemia de coronavirus detuvo al mundo, al país, y a la ciudad de Miami casi completamente. Francisco lo recuerda como el frenazo que nadie esperaba.
“La del virus fue la etapa más mala que ha habido aquí. La del virus, esto fue horrible, todos los negocios cerraron, esto fue catastrófico”, recuerda.
En uno de sus recorridos, junto a un gallo en una esquina de un restaurante, vuelve sobre el tema y afirma: “Cuando la pandemia estuvo chivao (mal) esto, ¿pero qué le vamos a hacer? Por lo menos estamos vivos ¿no? Hay que darle gracias a Dios que estamos vivos”.
"Cuando yo esté viejo"
Famosos y artistas del momento han probado de la golosina que Francisco prepara durante horas cada día. “Por aquí han pasado todos: Descemer Bueno…”, hace una pausa para apuntar: “Hasta Andy García, El Micha, Jacob Forever, El Chacal, Leonis Torres”.
Hace una parada en su lista y concluye con total naturalidad de quien se sabe exitoso: “Ay, muchacho, para qué te voy a contar, es que después me da pena de que se me quede alguno y se me olvide”.
Ya son las 2:00 de la tarde. Francisco mira su reloj de pulsera, dorado, refulgente al sol de esta hora. Es de los días más soleados de los últimos días, hay 85º F a la sombra (29º C). Ahora se vuelve a terciar el bolso, se alista para seguir y sin que nadie se lo pida ofrece, reflexivo, el mantra de su persistencia.
“Si no le pones el corazón, no lo hagas. Y si no te gusta, no lo hagas, no trabajes entonces. Si no tienes educación para trabajar con el turista, no lo hagas. Hay que ponerle mucho, mucho cariño y mucho respeto a las personas”, sentencia.
Un nuevo autobús ha sonado el claxon. Los visitantes apuntan con sus cámaras o sus teléfonos hacia el colorido de la calle. Francisco se devuelve por el callejón sin salida a los autos del Parque del Dominó. Una pregunta provocativa lo hace volverse.
“Chico, cuando yo esté viejo me retiro. Mientras yo no me sienta viejo yo sigo trabajando. Dice la gente: ‘¿Pero cómo cuando tú estés viejo?’ y dígoles, sí, cuando yo esté viejo ya entonces no vuelvo más”, afirma.
Los recién llegados lo rodean. El ramillete de conos de maní comienza a reducirse nuevamente entre sus manos. Y Francisco los encara con su pregón como bandera: “How many people happy today?”.
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