Salvo excepciones, los historiadores e intelectuales latinoamericanos se han negado a ver de frente el fracaso histórico de la revolución cubana y la dominación opresiva y empobrecedora de su patriarca Fidel Castro, escribe el historiador mexicano Enrique Krauze en una columna que The New York Times publicó el 13 de agosto --cumpleaños del patriarca-- en su sección Revolución 60.
“La realidad de Venezuela —cobijada por Cuba— es inocultable y la realidad cubana lo será cada vez más”, pronostica Krauze. “El Comandante declaró: ‘La historia me absolverá’. Pero si se examina el pesaroso legado de su gobierno, es probable que no lo haga”.
En el artículo, titulado Mis décadas con Fidel Castro, Krauze escribe que al final de la primera década “había pasado del entusiasmo a la desilusión” después que en agosto de 1968 el gobernante apoyara la entrada de los tanques soviéticos en Praga mientras él y jóvenes de su generación enfrentaban los tanques del ejército mexicano, que meses más tarde, el 2 de octubre, cometieron la Masacre de Tlatelolco.
El fundador y editor de la revista Letras Libres evoca cómo un grupo de intelectuales y escritores se desmarcaron del proceso cuando en 1971 encarcelaron y obligaron a Heberto Padilla a flagelarse por haber escrito el trascendental poemario Fuera de Juego.
“Varios escritores firmaron un par de cartas de protesta, pero en ellas faltó un nombre conspicuo: Gabriel García Márquez”, subraya Krauze.
Dice que como estudiante universitario siguió con interés la querella que anticipaba la división de la izquierda intelectual en dos vertientes, la democrática y la autoritaria, y que la primera “fue siempre minoritaria”. Tanto, que cuando en 1973 el chileno Jorge Edwards se atrevió a criticar el castrismo en Persona non grata, su testimonio como embajador de Salvador Allende en La Habana, “la izquierda lo condenó al ostracismo”.
Recuerda también que Octavio Paz fue una excepción en momentos en que la cultura iberoamericana se distanciaba de Castro sin romper con él, y que en la revista Vuelta (1976-1998), “Paz encabezó la disidencia intelectual en español contra el totalitarismo del orbe soviético”, al punto de que, para sus detractores, se había vuelto de derecha.
“Ese reproche le pesaba”, escribe Krauze. “Quizá por eso, cuando hacia 1978 el historiador Hugh Thomas —autor de Cuba: la lucha por la libertad— nos envió una crítica feroz al régimen de Castro, Paz se negó a publicarla. ‘Nos van a matar’, me dijo. Apenas exageraba”.
El éxodo del Mariel y la vida y obra de escritores como Reinaldo Arenas propiciaron su ruptura definitiva con la revolución cubana y Fidel Castro, manifiesta. “Y así como Vuelta había dado voz a los disidentes de Europa del Este, comenzamos a publicar a los disidentes cubanos, sobre todo a Carlos Franqui y a Guillermo Cabrera Infante”.
Al visitar Cuba en julio de 2009, Krauze dice haber comprado en una plaza de La Habana Vieja el libro del historiador Leví Marrero Geografía de Cuba. Cuenta que, con solo hojearlo, se enteró de algunas cosas.
“Antes de la Revolución, Cuba tenía una economía rica y diversificada”, escribe. “En 1946, Cuba tenía 4,135,000 cabezas de ganado, una proporción de 0.87 de res por habitante, más del doble del per cápita mundial (0.35). El 42.9 por ciento de la superficie de Cuba se dedicaba a pastos. Desde 1940 Cuba no solo era autosuficiente en carne: la exportaba”.
Fue Yoani Sánchez quien le contó que ahora los campesinos amarraban las reses a orillas de las líneas ferroviarias para que se sacrificaran por accidente y poder comer carne legalmente, relata.
Al intentar hacer en 2015 un balance histórico de la revolución cubana, escribe Krauze, puso énfasis “en la responsabilidad personal y directa de Fidel en las recurrentes crisis económicas” y subrayó lo que él considera “la responsabilidad histórica de Estados Unidos en el drama cubano”.
El historiador mexicano dice haber celebrado la apertura hacia La Habana bajo la administración de Barack Obama. Asegura que, “por desgracia”, la política del presidente Donald Trump, “dio al traste con las posibilidades de conciliación, lo cual ha contribuido a cerrar aún más la urgente apertura de Cuba”. Y según él, “a perpetuar el castrismo”.