Ataques a diplomáticos de EEUU en Cuba: los meses en secreto

Raúl Castro recibe a Patrick Leahy y otros congresistas de EE.UU. en febrero de 2017. Castro le dijo ese día al Encargado de Negocios Jeffrey DeLaurentis (1ro izq) que estaba "sorprendido" por los problemas de salud de varios diplomáticos estadounidenses.

Esta reseña buscará resumir la cronología de los hechos silenciados hasta agosto de 2017, según un reportaje de ProPublica.

Más de un año después de que diplomáticos estadounidenses empezaran a sufrir extraños síntomas en Cuba, los médicos que los trataron en la Universidad de Pensilvania acaban de concluir que al menos 21 de ellos parecen haber sufrido lesiones cerebrales. Sin embargo ninguno fue golpeado en la cabeza, o al menos no de la manera típica.

Una investigación emprendida por Washington en la que se han involucrado varias agencias federales que tuvieron acceso a la isla, no ha logrado determinar cómo fueron lesionados ni por quién.

Aunque lo que el Departamento de Estado ha descrito como “ataques selectivos” contra su personal en La Habana comenzó poco después de las elecciones de noviembre de 2016 en EE.UU. todo se mantuvo en secreto, incluyendo la expulsión en mayo de 2017 de dos diplomáticos cubanos en Washington como represalia, hasta que en agosto de ese año el periodista de CBS Steve Dorsey hizo la primera pregunta en la rueda de prensa habitual de la cancillería.

Indagaciones llevadas a cabo durante casi un año por el medio de periodismo investigativo ProPublica, entrevistando a más de tres decenas de funcionarios americanos y extranjeros, y examinando documentos confidenciales revela diversas capas del misterio. Esta reseña buscará resumir la cronología de los hechos silenciados hasta agosto de 2017, según el reportaje de ProPublica.

Seguro que son cigarras

Una tarde de finales de noviembre de 2016 un diplomático estadounidense que por entonces todavía estaba “asentándose en su nuevo hogar, una casa cómoda de estilo español en el recinto frondoso que se había llamado el Country Club”, abrió las puertas del salón que daba al jardín. Junto con el aire cálido de la noche invadió el salón “un estruendo casi abrumador (…) molesto hasta el punto de que tenías que entrar en la casa y cerrar todas las puertas y ventanas y encender la tele”, recordó el diplomático, quien pensó que quizás era algún insecto.

Unas noches después, él y su esposa invitaron a la familia de otro funcionario de la embajada americana que vivía al lado. Al atardecer, mientras charlaban en el patio, el mismo ruido ensordecedor inundó de nuevo el jardín. “Estoy bastante seguro de que son cigarras”, dijo el primer diplomático. “No son cigarras”, insistió su vecino. “Las cigarras no suenan así. Es un sonido demasiado mecánico”.

El colega había estado escuchando los mismos ruidos en su casa, a veces por una hora o más. Se quejó en la oficina de vivienda de la embajada, y enviaron a dos trabajadores de mantenimiento cubanos. No hallaron ningún desperfecto eléctrico ni insectos en el jardín. En febrero, el estruendo nocturno empezó a disminuir. Después desapareció del todo.

Un viernes a finales de marzo un colega de la embajada de aspecto atlético y treinta y tantos años de edad le dijo que se iba de Cuba: acababa de estar en Miami, donde especialistas médicos le habían diagnosticado varias afecciones, incluyendo una severa pérdida de audición. A finales de diciembre el joven había experimentado algo que describió como “una poderosa corriente de un sonido agudo" que parecía apuntado directamente contra él. El joven le hizo escuchar una grabación, y sonaba muy parecido a lo que el diplomático había escuchado en su jardín.

Sólo que él y su mujer no habían sentido nada que indicara una enfermedad o lesión. No obstante, en pocos días, ellos, también, estarían en camino a Miami. La pareja, y otros 22 americanos, así como ocho canadienses, serían diagnosticados con una amplia gama de síntomas semejantes a los de una conmoción cerebral, desde dolores de cabeza y náuseas hasta pérdida de la audición.

Muchos funcionarios de Estados Unidos que han estado en el centro del problema —incluso algunos que aseveran que ha sido tergiversado con fines políticos— dijeron a los periodistas que siguen convencidos de que al menos algunos de los americanos fueron deliberadamente elegidos como blancos por un enemigo sofisticado.

Especialistas médicos que revisaron los expedientes de los 24 pacientes americanos concluyeron que, aunque sus síntomas podían tener muchas causas, estaban “más probablemente relacionados con un trauma producido por una fuente no natural”, dijo el director médico del Departamento de Estado, Dr. Charles Rosenfarb. “Ninguna causa ha sido excluida”, añadió. “Pero los hallazgos sugieren que esto no fue un episodio de histeria colectiva”.

Oficiales CIA, los primeros blancos

Los dos primeros incidentes, reporta ProPublica, ocurrieron alrededor del fin de semana de Acción de Gracias de 2016 en EE.UU., que coincidió en Cuba con la muerte de Fidel Castro el 25 de noviembre. Durante los nueve días de duelo que siguieron, ninguno de estos dos empleados del gobierno estadounidense informó a la dirección de la embajada lo que habían experimentado. Pero los dos hombres, oficiales de inteligencia con cobertura diplomática, dirían más tarde que escucharon ruidos agudos y desorientadores en sus casas durante la noche. Al menos uno diría después a los investigadores que el ruido le había parecido extrañamente enfocado. Si uno se movía a un lado o a otra habitación, casi desaparecía.

DeLaurentis y John Kerry en los jardines de la residencia.

El hombre que encabezaba la misión diplomática americana en La Habana en los últimos meses de 2016, Jeffrey DeLaurentis, conocía bien la historia de vigilancia constante y hostigamiento en diversos grados y formas de la contrainteligencia cubana contra los diplomáticos estadounidenses, desde el establecimiento en ambas capitales, en 1977, de las respectivas Secciones de Intereses.

Pero fuentes del reportaje investigativo apuntan que en los últimos meses de 2016, también los últimos del deshielo con la administración Obama, la hostilidad oficial cubana había descendido a su nivel más bajo en 50 años. No se había reportado ningún hostigamiento serio en años recientes. Por otra parte, el gobierno de Raúl Castro parecía haber descartado la posibilidad de que el republicano Donald Trump pudiera ser elegido.

Fue a finales de noviembre de 2016, entre la elección y la investidura de Trump, que los primeros oficiales de inteligencia estadounidenses fueron alcanzados por lo que describieron como ruidos raros en sus residencias de las llamadas “zonas congeladas”, situadas en los suburbios del oeste de La Habana.

Pero solo a finales de diciembre solicitó ayuda médica el primer funcionario en la pequeña clínica de la embajada: aquel oficial atlético y treintañero venía experimentando dolores de cabeza, problemas de audición y sobre todo un agudo dolor en un oído, después de la extraña experiencia en la que algo así como una corriente de sonido parecía haber sido concentrada y dirigida hacia su casa.

Según funcionarios del Departamento de Estado, el trauma sufrido por el joven fue reportado a DeLaurentis y al jefe de seguridad diplomática de la embajada, Anthony Spotti, el 30 de diciembre. Luego siguió la noticia de que otros dos oficiales de la CIA habían experimentado algo similar aproximadamente un mes antes. Pero en la Embajada tanto los oficiales de inteligencia como los jefes diplomáticos creían que los ruidos eran “solo otra forma de hostigamiento” del gobierno cubano, con la particularidad de que parecían cuidadosamente dirigidos hacia oficiales de inteligencia que trabajaban bajo cobertura diplomática.

Los incidentes fueron discretamente discutidos entre los miembros del llamado “Country Team”, unos 15 diplomáticos de rango superior que suelen reunirse a diario en la embajada para tratar asuntos significativos. Sin embargo, preocupaciones del ámbito de la contrainteligencia motivaron que no se hablara de ellos a la mayor parte del personal estadounidense —otros 32 diplomáticos y ocho custodios de la Infantería de Marina— una decisión que luego fue criticada por algunos de los que enfermaron.

“Tenemos oficiales de seguridad en cada embajada y nos ponen al día de forma constante”, dijo un diplomático a ProPublica. “Que si a alguien le robaron la billetera, que si a alguien le entraron en el auto… Y entonces, a alguien lo atacan con esta arma misteriosa ¿y no nos dicen nada?”.

Furgoneta en fuga

Hacia mediados de enero, los otros dos oficiales de inteligencia afectados también solicitaron atención médica, y el 6 de febrero fueron enviados a Estados Unidos para recibir tratamiento.

Fue por entonces que la esposa de otro funcionario de la embajada informó que estaba en su residencia del también exclusivo Reparto Flores cuando escuchó un sonido irritante. Salió de la casa y vio una furgoneta que se alejaba a toda velocidad. El vehículo aparentemente provenía del mismo extremo de la calle donde se encuentra una casa que los estadounidenses creen es usada por el Ministerio del Interior cubano.

Funcionarios consultados por ProPublica admitieron que el informe de la mujer era vago e incierto, pero dijeron que, aun así, era uno de los datos circunstanciales más relevantes que habían reunido sobre los incidentes.

Desde La Habana, los altos mandos de la Embajada sugirieron a Washington que debería presentarse una protesta formal al gobierno cubano. Dadas las incertidumbres, otros pensaban que deberían conseguir antes más información. Aunque fue un tema de preocupación tanto en el Departamento de Estado como en la CIA, no ha quedado claro si se le comunicó a la plana mayor del Consejo de Seguridad Nacional antes de que se decidiera cursar la protesta.

Según las fuentes, el Secretario de Estado, Rex Tillerson tampoco fue informado de la situación hasta días después de que el Secretario Adjunto interino para Asuntos del Hemisferio Occidental, Francisco Palmieri, llamara el 17 de febrero de 2017 al embajador de Cuba en Washington, José Ramón Cabañas, para entregarle una nota diplomática de protesta.

Unos días después, DeLaurentis fue citado a una reunión en La Habana con Josefina Vidal, la funcionaria del MINREX cubano que venía negociando en la era Obama la normalización de relaciones con los Estados Unidos. Con Vidal estuvieron presentes oficiales del Ministerio del Interior cubano. Estos le hicieron preguntas al Encargado de Negocios acerca de los incidentes, qué síntomas habían sufrido los diplomáticos y qué otras circunstancias podrían esclarecer el episodio.

El 23 de febrero, menos de una semana después de la nota diplomática estadounidense al gobierno cubano, DeLaurentis acompañó a dos senadores norteamericanos de visita en Cuba, Richard Shelby, republicano por Alabama, y Patrick Leahy, demócrata por Vermont, a entrevistarse con Raúl Castro en el Palacio de la Revolución.

Durante la conversación Castro dijo que tenía algo qué hablar con DeLaurentis y al terminar la reunión le pidió que se quedara. En una conversación breve pero sustancial, Castro dejó claro que estaba bien enterado de los incidentes y que comprendía que los norteamericanos los tomaban como un problema serio. De acuerdo con un funcionario del Departamento de Estado, su respuesta fue: “Tendríamos que trabajar juntos para intentar solucionarlo”.

En posteriores reuniones la parte cubana prometió incrementar la seguridad alrededor de los domicilios de los diplomáticos, con más patrullas y cámaras de circuito cerrado en algunas áreas, y accedió a permitir que viajara a la isla un equipo de investigadores de la Oficina Federal de Investigaciones de EE.UU.,FBI.

También pidieron interrogar a las víctimas e información médica sobre sus lesiones, pero el Departamento de Estado puso objeciones. “No podíamos descartar” el posible involucramiento del gobierno cubano, dijo un funcionario de esa cancillería a ProPublica. “Cuando estás tratando con un posible culpable, uno anda con cautela”.

Se amplía el universo

Luego de un intervalo de varias semanas, los incidentes reaparecieron. Una mujer fue agredida en su apartamento y otros diplomáticos en sus casas del oeste de La Habana. A los tres primeros pacientes examinados en los Estados Unidos se les encontraron síntomas médicos concretos, y en el caso del joven treintañero había sufrido entre otros problemas serios daños en los huesecillos de uno de sus oídos, por lo que debería usar un audífono para la sordera.

Este había hecho una grabación del ruido y se la hizo escuchar al colega mencionado al principio de esta reseña, quien quedó crispado al corroborar que era muy parecido a lo que él y su familia habían escuchado en su jardín durante varios meses.

Al día siguiente, este último diplomático fue a ver DeLaurentis. El embajador de facto le dijo que él y otros que estaban al tanto de los incidentes creían que estos estaban confinados a un “pequeño universo de personas” de quienes los cubanos probablemente sospechaban que realizaban labores de inteligencia. A su subalterno la respuesta no le tranquilizó, y sugirió que a otros tampoco les bastaría. “Tiene que convocar una reunión”, le dijo a DeLaurentis, “porque la noria de los rumores se está volviendo loca”.

El 29 de marzo, DeLaurentis reunió a varias decenasd e miembros del personal de la embajada, todos con acceso a información clasificada en el edificio. Ya había pasado más de un mes desde que se entregara la protesta formal al gobierno cubano, pero la mayoría de la gente en la sala de conferencias oía hablar de los incidentes por primera vez.

Según tres funcionarios que estuvieron en la reunión y hablaron con ProPublica, DeLaurentis expuso tranquilamente los detalles de lo que habían experimentado algunos trabajadores. Las investigaciones estaban en curso, y las autoridades cubanas habían prometido aumentar la seguridad de los diplomáticos. Instó a cualquiera que pensara que podía haber estado expuesto, o que tuviera información potencialmente relevante a contactarle o hablar con el oficial de seguridad de la embajada. Dijo que especialistas médicos estaban disponibles para examinar a cualquiera que sospechara tener algún problema.

Al final, pidió a los reunidos que evitaran hablar de la situación fuera del recinto seguro de la embajada, ni siquiera con sus familias. Aunque el asunto todavía era clasificado, el pedido pareció absurdo y hasta indignante, al menos a algunos de ellos. “Pensamos que era una locura”, dijo un funcionario que estuvo en la reunión. “Algunos familiares habían sido atacados en sus casas. ¿Cómo no íbamos a poder advertirles para que estuvieran en guardia?”.

También en hoteles

Las preocupaciones entre el personal y sus familias finamente explotaron. En apenas un mes, se reportó un aluvión de nuevos incidentes. Para fines de abril, más de 80 diplomáticos, sus parientes y otro personal — una proporción muy alta para una misión que incluía aproximadamente 55 empleados americanos y sus familias — pidieron ser evaluados en Miami

El equipo médico en esta ciudad estaba encabezado por el Dr. Michael E. Hoffer, un otorrinolaringólogo de larga experiencia con veteranos de las fuerzas armadas que sufrieron traumas auditivos y del equilibrio a consecuencia de explosiones y combates en Afganistán e Iraq.

Se llevaron a cabo exámenes en Miami y La Habana, y pronto se detectó alrededor de una docena de casos nuevos, la mitad del número que sería eventualmente confirmado en octubre de 2017.

Después de otro intervalo de semanas, alrededor del 21 de abril en el Hotel Capri, uno de los que usaba la embajada de Estados Unidos para alojar a diplomáticos y visitantes, un funcionario hospedado allí mientras se renovaba su apartamento fue sacudido durante la noche por un ruido agudo y penetrante. Un par de días después, lo mismo le sucedió a un médico de la Universidad de Miami que acababa de llegar.

“¿Quiénes sabían que estaban allí?”, reclamó DeLaurentis al MINREX. “El gobierno de Estados Unidos. Y el gobierno cubano”.

Cortes y expulsiones

En mayo el Departamento de Estado expulsó de Washington a dos diplomáticos cubanos que habían sido identificados como espías. Las expulsiones no fueron hechas públicas, y ninguna noticia del misterio acústico en La Habana fue filtrada a los medios informativos.

Cuando por fin el affaire de los ataques "sónicos" salió a la luz pública a principios de agosto, se explicó que las expulsiones se decidieron para protestar por el incumplimiento por parte de Cuba, bajo la Convención de Viena, de su obligación de proteger a los diplomáticos acreditados. Para entonces eran 16 los funcionarios afectados. En septiembre sumaban, 19, y la cifra ascendió luego a 21 y finalmente a 24.

La continuidad de los ataques, aun meses después de haber protestado ante el gobierno de Cuba, llevó a la administración Trump a retirar en septiembre de 2017 al 60 % de su personal diplomático de Cuba, emitir una alerta de viajes a la isla para los ciudadanos estadounidenses, y expulsar a una cantidad proporcional de diplomáticos cubanos de Washington

De los 24 afectados hasta octubre pasado, 21 fueron sometidos a exhaustivos exámenes multidisciplinarios en la escuela de Medicina Perelman de la Universidad de Pensilvania. En los resultados del estudio, publicados este jueves en la Revista de la Asociación Médica de Estados Unidos, se concluye que parecen haber sufrido lesiones en amplias redes de conexiones cerebrales, sin haber sufrido un trauma en la cabeza.

Más de tres meses después de las presuntas agresiones, la mayoría padecía secuelas cognitivas, del equilibrio, visuales, auditivas y del sueño, además de dolores de cabeza. Uno de los coautores del estudio, el Dr. Randel Swanson, especialista en rehabilitación de lesiones cerebrales, ha comparado las de los diplomáticos con las que deja un trauma sufrido en un accidente de auto o en una explosión.

En el momento de su evaluación, que se inició más de 200 días después de su exposición al misterioso agente ofensivo,14 de los 21 examinados no habían podido reincorporarse al trabajo.

ProPublica señala que el Departamento de Estado tiene de plazo hasta el 4 de marzo para enviar a sus diplomáticos de vuelta a La Habana o declarar como permanente la reducción de personal. Pero el Secretario de Estado Rex Tillerson no ha mostrado ninguna señal de reconsiderar su postura.

“No sabemos cómo proteger a nuestra gente contra esto, así que ¿por qué haría semejante cosa?” dijo Tillerson a la agencia Associated Press al ser preguntado acerca del retorno. “A cualquiera que quiera obligarme a hacerlo, lo voy a enfrentar, hasta que esté convencido de que no estoy poniendo a nadie en peligro”, agregó.

(De un reportaje investigativo de ProPublica. Reseñado por Rolando Cartaya)