Ha llovido mucho más de un siglo hasta este domingo, 19 de mayo, en que se conmemora el 129 aniversario del fallecimiento del Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí, en Dos Ríos, en el Oriente de Cuba, durante un combate contra una columna española.
Su muerte, como su vida, adquirió los tintes míticos de los héroes de grandes epopeyas que recordaba en sus escritos. El Martí que llegó a los cubanos decenas de años después de su caída en medio de la "guerra necesaria", y que ha sido utilizado durante décadas por la dictadura como un estandarte político, esconde bajo el ropaje al hombre que desconocemos.
Su esencia, sin embargo, se trasluce en sus escritos, miles de páginas que trazó a mano, incansablemente. Martí sintió la necesidad de explicar el mundo en que vivió, el que le antecedió y el que vislumbró para una nación futura que traicionó, en gran parte, su ideario.
El humanista decidió que la guerra de independencia de España era el único camino para librar a Cuba del yugo colonizador y convertirla en una isla independiente, libre y próspera. “Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de si propias nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía”, escribió en el Manifiesto de Montecristi.
Sin experiencia militar, el poeta, periodista, diplomático, ensayista, filósofo y político insistió en la necesidad de participar directamente en la lucha que había organizado sin descanso desde el exilio.
Había pasado los últimos años de su vida en Estados Unidos, ajustando los detalles de la contienda que estalló el 24 de febrero de 1895, y en abril de ese año desembarcó en Playitas de Cajobabo, en Guantánamo, para liderar la guerra junto a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo. Poco más de un mes después estaba muerto.
En Dos Ríos, se separó de las fuerzas mambisas, desoyendo las órdenes del general Gómez de que permaneciera en la retaguardia, y junto al joven Ángel de la Guardia avanzó por el flanco derecho, mientras el resto de las fuerzas mambisas lo hacían por el izquierdo, y se adentró en un descampado.
Una ráfaga cerrada del fuego enemigo alcanzó al intrépido jinete, causando su muerte, o al menos así lo relató De la Guardia tras el suceso.
La escena ha sido representada por varios pintores. En 1918, Esteban Valderrama pintó el instante como una foto, el cuerpo del Apóstol cayendo hacia atrás, con una mano en el pecho palpando el impacto de la bala, mientras su caballo sigue al galope, y el de su acompañante, que no aparece en el cuadro, se espanta.
El cuadro de Valderrama, que acompaña un relato similar mil veces repetido, viene de inmediato a la mente cuando se menciona la caída en combate de Martí.
Años después, en 1939, Carlos Enríquez envolvió en sus velos traslúcidos al Maestro y envió dos ninfas criollas a su rescate. La obra, titulada "Dos Ríos", refleja la trascendencia de la vida sobre la muerte, o al menos la perdurabilidad de su memoria, por los siglos de los siglos.
Más de 30 biografías sobre José Martí recogen su obra, vida y mítico fallecimiento. Sobre esto último, sin embargo, presentan más interrogantes que evidencias, desde Jorge Mañach hasta Gonzalo de Quesada y Miranda. Unos se preguntan si su repentina caída, a los 42 años de edad, se debió a un "arrebato épico", "un acto de heroísmo impremeditado", o a la inexperiencia en el campo de batalla. Otros han especulado sobre si se trató de un suicidio, el propósito de "ir en busca de la muerte", o por la "codicia de su hora".
Lo cierto es que la muerte, siempre inexplicable, no fue una excepción en el caso de Martí. Su vida lo fue: dejó un legado excepcional que lo trasciende, a 129 años de su desaparición física.