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Martí vuelve a nacer: cubanas en el exilio redescubren al Maestro


Monumento a José Julián Martí y Pérez en Ciudad de Guatemala. (Johan Ordoñez/AFP)
Monumento a José Julián Martí y Pérez en Ciudad de Guatemala. (Johan Ordoñez/AFP)

Nació hace exactamente 171 años en la casita de ventanas azules de la calle Paula, número 41, en La Habana, que varios años después de su muerte fuera localizada y convertida en lugar de peregrinación obligatoria para los cubanos por un grupo de emigrados de Cayo Hueso.

Sus padres, los españoles Mariano Martí Navarro, natural de Valencia, y Leonor Pérez Cabrera, de Islas Canarias, pusieron al bebé criollo el nombre de José Julián Martí y Pérez, sin sospechar ese 28 de enero de 1853, día de su natalicio, que se convertiría en la figura cumbre de la nación.

De todos los héroes que repasa la historia oficial en la isla, ninguno es tan conocido, dentro y fuera de sus fronteras, como Martí. Los cubanos guardan cierta devoción por la vida de un hombre que trascendió el mundano acto de la muerte para convertirse en el Apóstol de la Independencia de Cuba.

Fue poeta, ensayista, filósofo, periodista, diplomático, político y uno de los escritores más relevantes del siglo XIX en lengua española, considerado precursor del modernismo hispanoamericano.

En apenas 42 años de vida, Martí escribió a mano miles de valiosas páginas que, décadas después de su muerte, serían publicadas en varias ediciones de sus Obras Completas. Para la maestra retirada Juana Asunción Fernández, de 81 años, exiliada en Miami, Estados Unidos, cualquier tomo de esas obras es tan importante como la Biblia.

“Tú vas a él para consultar los acontecimientos actuales y tiene una respuesta”, asegura.

La cubana, que creció en la localidad de Roque, en Perico, Matanzas, y estudiaba en la Escuela Normal para Maestros de La Habana cuando Fidel Castro llegó al poder en 1959, recuerda la devoción familiar por Martí.

La casa natal de José Martí, convertida en museo, con la tarja colocada por un grupo de emigrados de Cayo Hueso, Estados Unidos, el 28 de enero de 1899. (Wikimedia Commons/Elserbio00)
La casa natal de José Martí, convertida en museo, con la tarja colocada por un grupo de emigrados de Cayo Hueso, Estados Unidos, el 28 de enero de 1899. (Wikimedia Commons/Elserbio00)

“Desde que era una niña de cuarto grado sabía que iba a ser maestra, y todo lo relacionado con él me apasionaba. Él es el más grande y noble de los cubanos, y es decir mucho, cuando te encuentras con un [Ignacio] Agramonte… y tantos otros. En mi casa había un Sagrado Corazón de Jesús grande y un retrato de Martí, grande también. Las flores de colores eran para Jesús, y las blancas eran para él”.

Martí bebió a temprana edad de las ideas políticas de su maestro, el poeta Rafael María de Mendive. Tenía tan solo 17 años cuando, en 1870, fue condenado a seis de trabajos forzados por sus ideas independentistas. La sentencia fue anulada al año siguiente, a cambio del destierro a España, el país de cuyo yugo quería ver libre a los cubanos. Allí se graduó de bachiller, licenciado en Derecho y Filosofía y Letras.

Durante su largo exilio, vivió en Guatemala, Venezuela, Honduras, El Salvador, México y Estados Unidos, países donde laboró como periodista y diplomático, y trabajó incansablemente por la causa de la independencia de Cuba.

En 1892, fundó el Partido Revolucionario Cubano y creó el periódico Patria como su órgano oficial. Fue el principal organizador de la Guerra del 95, considerada por Martí como la "Guerra necesaria", para la que consiguió el compromiso de los generales de la contienda de 1868 Máximo Gómez y Antonio Maceo, y de cientos de compatriotas dentro y fuera de la isla.

Recaudó fondos en Estados Unidos y América Latina, y se trasladó a República Dominicana donde, junto a Máximo Gómez, escribió el Manifiesto de Montecristi antes de partir hacia Cuba. En el texto, Martí argumenta por qué es necesaria la guerra, que prefiere “breve y generosa”, pero también advierte sobre el futuro de la nación, una vez concluida la contienda:

“Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de si propias nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía”, escribió.

Óleo de Esteban Valderrama que representa la muerte de José Martí en Dos Ríos.
Óleo de Esteban Valderrama que representa la muerte de José Martí en Dos Ríos.

Su pensamiento político, republicano y de profundo humanismo, fue enarbolado como estandarte por el fallecido dictador Fidel Castro, quien llegó a proclamar al Apóstol “actor intelectual” del asalto al cuartel Moncada, el 26 de julio de 1953, en el año del Centenario del natalicio de Martí.

La cubana María Rosa Bravo, de 38 años de edad, psicóloga de profesión y residente en Luisiana, Estados Unidos, desde hace 11 años, considera que la experiencia vivida fuera de Cuba ha cambiado la imagen limitada que tenía de Martí.

“Vivir fuera del adoctrinamiento de Cuba me ha hecho descubrir a Martí con otra mirada y analizar más libremente su pensamiento crítico, sus frases tan utilizadas por los maestros cubanos, por los líderes del PCC [Partido Comunista de Cuba, único reconocido oficialmente]. Tengo una interpretación completamente diferente a aquellas que se usaban en las clases de historia para que todos pensáramos igual. Ahora puedo leer todo el texto, y no solo fragmentos, de lo que dijera el Apóstol acerca de un tema u otro, y siento que lo conozco mejor. Lo respeto cada día más y siempre descubro más”, explicó.

Bravo menciona, entre sus recientes descubrimientos sobre Martí, un artículo publicado en 1884 en la revista La América, de Nueva York, sobre el tratado de Herbert Spencer acerca del socialismo, titulado “La Futura Esclavitud”.

“En Cuba no se habla de eso. “La futura esclavitud”, ¡Dios mío!, que visión tenía este hombre”, manifestó.

Niño con busto de José Martí - Huracán Irma - 2017
Niño con busto de José Martí - Huracán Irma - 2017

Para la filóloga y educadora cubana Camila Hernández, de 47 años, residente en Bruselas, Bélgica, Martí ha significado un “asidero espiritual, moral, intelectual” en su vida fuera de la isla.

“Es, prácticamente, el único indicio de Cuba en mi casa, donde nunca he ostentado bandera ni símbolo distintivo alguno. Me recuerda a mí misma, quien soy y de dónde vengo, cuando todo lo demás se ha desmoronado, cuando la memoria del paisaje, los olores, sonidos y el resto de las sensaciones que me unían a mi infancia y a mi identidad han comenzado a desdibujarse, cuando el recuerdo de tantas personas queridas y amigas se ha casi perdido. Ahí está él, su pequeño busto de cerámica, en el altar de mis ancestros. Ese busto sin valor de antigüedad ni comercial, que me valió una visita a una oficina de la Aduana al salir de Cuba, como si me estuviera robando algo prohibido, y tener que explicar por qué me llevaba un busto de José Martí al extranjero”.

Hernández señala que, de la trasmisión oficial del ideario martiano que recibió en los años de formación escolar en Cuba, solo atesora al Martí de la Edad de Oro.

“Por suerte no censuraron ninguna página, y aunque nos hicieran lecturas sesgadas y parciales, como lo harían en una iglesia de ciertas páginas de la Biblia, por suerte no pudieron evitar que yo lo leyera e interpretara por misma. Más tarde, en la universidad, gracias a amigos con curiosidades intelectuales comunes, supe de cartas que estaban publicadas, aunque nadie nos las hubiese presentado, y que mostraban otras facetas de Martí, más allá de esa construcción manipuladora del “autor intelectual”, y que contradecían eso para lo que fue erigido como un estandarte”, subrayó.

Para la filóloga, descubrir a ese otro Martí no fue una sorpresa, sino más bien “una constatación largamente esperada”.

“Quien ha leído a Martí profunda e intensamente sabe que su pensamiento era versátil, y que pasó por las naturales fases de desarrollo y evolución de las ideas, pero siempre fue íntegro y honesto, incluso con sus debilidades. Que su vida fuera un libro abierto solo disimuló las tácticas conspiraciones por la libertad de Cuba. El resto está ahí, vivo, en sus palabras, en sus obras, en sus actos”, concluyó.

Martí, el hombre, murió en combate, el 19 de mayo de 1895, en un enfrentamiento con una columna española en Dos Ríos, en el oriente de la isla. Su cadáver fue sepultado en el nicho número 134 de la galería sur del Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba. El Maestro, el Apóstol, el pensador, nace cada 28 de enero.

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