La Habana - Me pidió que no mencionara su nombre para este artículo, donde mostraría la importancia del deseo de trabajar, la visión de lo que se quiere hacer, y las relaciones humanas, como claves del éxito en los pequeños negocios, a escala comunitaria.
No entendí su discreción, pues se le conoce en la barriada de Pogolotti, por su oficio. Es quizás uno de los más viejos del mundo, pero redimensionado ahora con las actuales circunstancias de la Isla.
En un principio era una necesidad compartida, por afecto y cercanía a sus futuros clientes. Un día comprendió que tenía un negocio entre manos. Despiojar a los niños de su barrio.
Enfermera de profesión, madre soltera, sostén de su sexagenaria madre y su hija de ocho años, la señora “X”, vive en un cuarto de menos de 20 metros cuadrados al pie de la avenida 51, cerca del Centro Deportivo Jesús Menéndez.
Comenzó por su hija… que venía del colegio, como se dice, “cundía de bichos”. Ni el Lindano (pócima que venden en la farmacia), el petróleo en el pelo, ni las fórmulas caseras para erradicar los infectos neópteros, servían para limpiar la cabeza de los “pioneros” de la escuela cercana.
Pero nuestra amiga tenía varias aptitudes, era muy sociable, atenta, meticulosa, y tenía una excelente visión, aptitud indispensable para su trabajo. Así, poco a poco, las madres cercanas le pidieron ayuda, hasta que un día cansada de hacer favores, pidió veinte pesos por cada cabeza limpia. ¡Y punto!
Con el aumento del número de clientes, pidió a una amiga en el exterior un peine especial (liendreras), que se utiliza para la labor y que según dice le ayudó mucho, pues “no deja liendres en cabello fino”. Su éxito creció en el barrio de manera tal que algunas familias “pudientes”, comenzaron a pagarle hasta 5 dólares por dos tratamientos semanales.
Con sus ganancias, pidió más productos en el exterior para apoyar su delicada tarea con los niños de la comunidad. A la pregunta de si aceptaría que alguien trabajara con ella, dice que le parecería bien pero este es un trabajo donde los padres invocan la confianza y la relación que tienen con la persona. Sobre cómo será su futuro cuando ya existan productos asequibles contra los piojos, respondió, en ese momento me dedicare a la peluquería.
Para nuestra entrevistada, el éxito de su pequeño negocio, se debe al nivel de conexión humana con los clientes, y a su capacidad para descubrir la oportunidad en un área nunca explorada. No obstante nos preocupa que el gobierno no haya establecido el trabajo de “despiojador”, y nuestra amiga esté violando la “ley del cuentapropismo”.
No entendí su discreción, pues se le conoce en la barriada de Pogolotti, por su oficio. Es quizás uno de los más viejos del mundo, pero redimensionado ahora con las actuales circunstancias de la Isla.
En un principio era una necesidad compartida, por afecto y cercanía a sus futuros clientes. Un día comprendió que tenía un negocio entre manos. Despiojar a los niños de su barrio.
Enfermera de profesión, madre soltera, sostén de su sexagenaria madre y su hija de ocho años, la señora “X”, vive en un cuarto de menos de 20 metros cuadrados al pie de la avenida 51, cerca del Centro Deportivo Jesús Menéndez.
Comenzó por su hija… que venía del colegio, como se dice, “cundía de bichos”. Ni el Lindano (pócima que venden en la farmacia), el petróleo en el pelo, ni las fórmulas caseras para erradicar los infectos neópteros, servían para limpiar la cabeza de los “pioneros” de la escuela cercana.
Pero nuestra amiga tenía varias aptitudes, era muy sociable, atenta, meticulosa, y tenía una excelente visión, aptitud indispensable para su trabajo. Así, poco a poco, las madres cercanas le pidieron ayuda, hasta que un día cansada de hacer favores, pidió veinte pesos por cada cabeza limpia. ¡Y punto!
Con el aumento del número de clientes, pidió a una amiga en el exterior un peine especial (liendreras), que se utiliza para la labor y que según dice le ayudó mucho, pues “no deja liendres en cabello fino”. Su éxito creció en el barrio de manera tal que algunas familias “pudientes”, comenzaron a pagarle hasta 5 dólares por dos tratamientos semanales.
Con sus ganancias, pidió más productos en el exterior para apoyar su delicada tarea con los niños de la comunidad. A la pregunta de si aceptaría que alguien trabajara con ella, dice que le parecería bien pero este es un trabajo donde los padres invocan la confianza y la relación que tienen con la persona. Sobre cómo será su futuro cuando ya existan productos asequibles contra los piojos, respondió, en ese momento me dedicare a la peluquería.
Para nuestra entrevistada, el éxito de su pequeño negocio, se debe al nivel de conexión humana con los clientes, y a su capacidad para descubrir la oportunidad en un área nunca explorada. No obstante nos preocupa que el gobierno no haya establecido el trabajo de “despiojador”, y nuestra amiga esté violando la “ley del cuentapropismo”.