Si bien el narrador Jorge Olivera Castillo se identifica plenamente con el término de prensa independiente –entendiendo esto como el no oficialismo–, la también escritora María Matienzo, desde La Habana, rectifica a los conductores del programa Contacto Cuba, de Radio Martí:
–Yo no soy independiente. Trabajo para un medio que paga por mis artículos.
El matiz, obviamente, pudiera ir en su contra si la policía política quisiera utilizarlo, por aquello de que, según el discurso oficial, quienes critican el régimen desde dentro del país, son gente "asalariada por mafias anticubanas".
Y esa retórica tan tremenda fue llevada hace unos días a la VII Cumbre de las Américas de Panamá, para denigrar allí a parte de la sociedad civil emergente que pudo viajar desde la isla. El peligro, pues, continúa en pie.
Pero a la escritora y periodista María Matienzo, columnista de Diario de Cuba, le gusta poner los puntos sobre las íes. El tema es amplio para debatir. Es cierto que Diario de Cuba no es un blog personal sino un portal de asuntos cubanos, pero por otro lado no cumple ese papel de agitador de masas y de medio de propaganda política que sí ejercen los periódicos del Partido Comunista de Cuba. En este sentido, sin que esto intente contrariarla, la autora cobraría una retribución pero seguiría siendo independiente.
Nacida en 1979, un año antes del éxodo masivo por el puerto de Mariel, Matienzo es de una generación que creció con las mayores penurias que hubo de sufrir el país. En los 90, cuando comíamos apenas una col hervida y hacíamos muchos kilómetros en bicicleta, bajo sol y noches tenebrosas, ella apenas tenía 15 años, lo cual indica que creció con el giro brusco de aquella dictadura. Creció con la despenalización del dólar y a la par con las diferencias de clases que este fenómeno generó.
Según manifiesta ella misma, su mundo es el de la literatura, aunque se ha visto obligada a ejercer el periodismo ciudadano en medios del exterior para garantizar un sustento. Habitualmente cubre temas controvertidos de política cultural. Sus columnas de opinión son conocidas por un público amplio del sector, paradójicamente publicando en el exterior y en un medio digital. Cuba es de los países con menos conectividad a internet.
Ante la pregunta de cómo los lectores la pueden seguir, no encuentra una explicación certera.
Jorge Olivera Castillo lleva 20 años haciendo periodismo prohibido. Justamente comenzó en ello cuando María Matienzo era una adolescente en medio de eso que la oficialidad llamó "Período Especial", en lugar de recesión, inflación, debacle o crisis económica profunda. Olivera saltó de la Televisión Cubana (oficialista) a la prensa independiente, cuando comenzaban a crearse las primeras agencias. Por este acto deliberado fue a una cárcel a 900 kilómetros de su casa, donde leyó la autobiografía de Mandela y escribió parte de su obra literaria.
Estuvo en una celda de castigo de tres metros por dos, junto con ratas y mosquitos. De noche no tenía luz para leer. Luego lo excarcelaron por enfermedad y más tarde le propusieron un destierro a cambio de su libertad condicional. Pero él no aceptó el trato y continuó ejerciendo también en sitios digitales del exterior, remunerado como María Matienzo.
Olivera Castillo (La Habana, 1961) ha vivido los extremos del destino en un país nacional-comunista como es Cuba, bajo la dictadura de los hermanos Castro: De la Guerra de Angola, donde cumplió servicio militar, al periodismo proscrito y perseguido. Sin embargo, ha conseguido que sus libros se editen en el exterior.
De una generación posterior a Olivera, pero a la vez más antigua a la de Matienzo es el escritor Ernesto Pérez Chang (La Habana, 1971). Vinculado durante muchos años a las editoriales legales y por tanto oficialistas –varias veces premiado por el establishment en concursos literarios, desde muy joven–, ha trabajado como editor en Casa de las Américas, Editorial Arte y Literatura y, entre otros cargos, como Jefe de Redacción de la revista Unión, del gremio de escritores y artistas oficiales conocido como la UNEAC.
Pero al dar el paso hacia la prensa independiente, Pérez Chang se jugaba, además de una cárcel, el reproche de su padre, que es militar de carrera y ejerce actualmente. De la relación padre-hijo no sabemos nada, aunque sí el autor quiso dar a conocer públicamente que su familia está siendo acosada. En un texto escrito en primera persona y con un lenguaje directo –estilo prácticamente suicida, más que peligroso–, Pérez Chang narra cómo decidió "convertirse" y de paso desbroza el mecanismo de censura de las instituciones culturales. Copiamos de su revelación, publicada inicialmente en Cubanet:
Durante mis años de trabajo en instituciones culturales, aprendí que son métodos comunes y que son esos "policías políticos" quienes deciden qué se publica, quiénes pueden hacerlo, cómo hacerlo y cuáles son los límites de permisibilidad, cuándo y dónde es conveniente que aparezca o se presente un libro o determinado autor. Sé que suprimen líneas en las obras, que borran nombres, que "empantanan" libros en las imprentas y que entierran tiradas completas en oscuros almacenes.
Este año, a pesar de que fui invitado a la Feria del Libro de La Habana y que mis libros fueron inicialmente incluidos en los planes de presentaciones, "fuerzas ajenas a la cultura" obligaron a los organizadores a suspender las actividades a las cuales yo debía asistir. De acuerdo con testimonios de empleados de varias librerías de La Habana, mis libros no pueden ser mostrados en las vidrieras ni se les puede dar ningún tipo de promoción. Mi nombre ha sido prohibido en la radio y la televisión, mientras que la prensa escrita no admite reseñas sobre ninguna de mis obras.
Las presentaciones de mi libro La cocina de los chinos en Cuba todas fueron suspendidas. El libro alcanzó la aprobación para ser vendido no solo porque ya había sido anunciada la aparición sino porque, debido al éxito de venta de este tipo de obras, su no publicación repercutiría tan negativamente en los ingresos de la editorial que se verían afectados los salarios de los empleados.
Lo que en realidad sucedió con mi libro Cien cuentos letales es una verdadera nube de misterios…
Al corroborar que la lista de periodistas "convertidos" va en aumento y también que Pérez Chang ha declarado que no hay marcha atrás y que desea continuar viviendo en su país, Olivera Castillo escribió una reafirmación bajo el título El vía crucis del periodista independiente, publicado igualmente en Cubanet. Con el texto estaba no solo apoyando al colega sino, además, a una causa, a un camino, transitado a día de hoy por no pocos comunicadores comprometidos con su tiempo.
Olivera, que está de vuelta y sabe lo que dice por haberlo vivido, escribió:
Creo que, salvo honrosas excepciones, los escritores, artistas e intelectuales del gremio estatal no han estado a la altura de los tiempos. Han sido excesivamente fieles al silencio cómplice, han apoyado con su firma hechos abominables, sin retractarse, y una parte de ellos en la actualidad son las piezas de un juego donde se pueden criticar ciertas cosas, siempre con la consabida aclaración de mantener su lealtad al proceso que, desafortunadamente, continúan tildando de revolucionario y socialista. En fin, un verdadero fraude.
En el programa de radio al que hacemos referencia arriba –cuyo tema es idea del escritor y periodista exiliado Luis Felipe Rojas–, se estableció una línea de conexión que bien pudiera estar a la altura de estos tiempos, luego de que el castrismo parece reformular su discurso contra el "enemigo" del norte, pero no así su empeño en reprimir al que disiente abiertamente.
En un país estandarizado durante muchos años, recortado por el modelo soviético y ahora, de un tiempo a esta parte, desde hace 20 años –casi nada–, echado a su suerte, es difícil sentirse uno mismo. Pero estos tres escritores lo han logrado. El periodismo les da de comer y al mismo tiempo canalizan una expresión que hace mucho tiempo dejó de ser minoritaria. Se sienten recompensados, paradójicamente, por el riesgo que corren.