Ha transcurrido más de un año desde que las editoriales cubanas pasaran de ser instituciones culturales “subvencionadas” por el Estado a “empresas”, así encabeza su artículo el escritor cubano Ernesto Pérez Chang en la publicación Cubanet.
“La medida, según se planteaba en las asambleas realizadas para convencer a los trabajadores de que era un cambio beneficioso, fue aplicada con urgencia, más bien con desesperación, sin tomar en cuenta al menos dos factores que son esenciales para el desarrollo de una empresa editorial, como la capacidad de los poligráficos y la comercialización de los libros. Elementos que en Cuba son un verdadero desastre”, sostiene el autor de las novelas Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012), entre otras.
Según asegura, una editorial considerada emblemática como Arte y Literatura, históricamente dedicada a publicar obras y autores clásicos, “se encuentra en estos momentos a punto de hundirse”.
“Sin capital para emprender ni siquiera planes modestos, con el mismo equipamiento obsoleto de hace más de una década, con una sola impresora para todo el trabajo, sin suministro estable de papel u otros insumos necesarios, la “empresa” ha sobrevivido hasta ahora gracias al recorte de los salarios de los trabajadores, a la retención de los pagos de las escasísimas utilidades que obtienen gracias al sistema de pequeñas ventas ambulantes que hacen sus empleados, que apenas alcanzan para mantenerse a flote con el pago de los servicios más esenciales como la electricidad y el teléfono”
Pérez Chang señala que la nueva empresa, que está obligada por el llamado “nuevo modelo económico” a crecer y a competir, “paradójicamente no puede tomar decisiones ni asumir estrategias de crecimiento que contradigan la línea ideológica trazada”.
“Por otra parte, el gobierno enmascara la crítica situación quitándose de encima la responsabilidad del fracaso pero, contradictoriamente, teme perder el control de lo que siempre ha constituido una zona estratégica de salvaguarda ideológica y continúa renuente a aceptar las iniciativas privadas, a la vez que coarta las libertades que en principio ofreció en una jugarreta para silenciar la inconformidad de una buena parte de los editores y escritores”.
Y concluye que el viejo Palacio del Segundo Cabo, antigua sede del Instituto Cubano del Libro, “será convertido en un museo”, mientras otros aseguran que será un hotel. “Creo que tales permutaciones son el presagio de un cambio de rumbo hacia la inmovilidad y el absurdo o la proximidad de una quiebra segura. En fin, un panorama nefasto para el desarrollo de esas editoriales obligadas a autofinanciarse, lo que, traducido al crudo escenario actual, es lo mismo que una muerte asistida”.