La candidata favorita a la presidencia de Brasil, Marina Silva, cree que la clave del apoyo que ha logrado entre los millones de brasileños que se manifestaron contra el gobierno el año pasado es que ella comprende que la reforma de un sistema político roto tiene que hacerse desde abajo.
Silva habló el miércoles en exclusiva para la Associated Press, en su primera entrevista con un medio extranjero desde que se vio impulsada a una estrecha carrera electoral hace apenas un mes, después de que el primer candidato del Partido Socialista falleciera en un accidente de avión el 13 de agosto.
En una amplia entrevista de una hora de duración, Silva dijo que como presidenta, buscaría acuerdos bilaterales de comercio y una mejor relación con Estados Unidos y Europa, así como mejoras en el respeto a derechos humanos en países aliados como Cuba.
Cuando se le preguntó qué haría para reducir la frustración de los brasileños con un sistema político ineficiente y ampliamente considerado como corrupto, Silva dijo que el cambio real no vendría desde arriba.
"No serán ni los partidos ni los líderes políticos quienes traerán el cambio", dijo. "Son los movimientos los que nos están cambiando".
Silva, que fuera activista en defensa de la Amazonia y ex ministra de Medio Ambiente, aprobó normas que ayudaron a Brasil a reducir el ritmo de destrucción de la selva. La candidata está inmersa en una disputada carrera con la actual presidenta, Dilma Roussef. Roussef representa al Partido de los Trabajadores, que la propia Silva ayudó a formar hace tres décadas.
"Brasil tiene una gran oportunidad de convertirse en un líder global liderando con el ejemplo", dijo Silva sobre las protecciones medioambientales y de derechos humanos. "No podemos cambiar nuestros valores por razones políticas o ideológicas, o por puro interés económico".
Al preguntarle si continuaría con la fuerte inversión y el respaldo político de Brasil para regímenes como los de Cuba, Venezuela, China o Irán, Silva dijo que el diálogo es esencial con todos ellos, pero que sus convicciones personales implican que Brasil sería más franca a la hora de defender los derechos humanos.
"La mejor forma de ayudar al pueblo cubano es comprender que pueden hacer la transición del actual régimen a la democracia, y que no necesitamos cortar ningún tipo de relaciones", dijo. "Es suficiente que ayudemos a través del proceso diplomático para que se defiendan estos valores (de derechos humanos)".
Las relaciones entre Brasil y Estados Unidos han sido gélidas desde las noticias hace más de un año de que los programas de espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional habían tenido como objetivo a Roussef y otros altos cargos brasileños.
Tras la revelación, Rousseff canceló una visita de estado que había programado antes por invitación del presidente estadounidense, Barack Obama, convirtiéndose en el primer líder extranjero que se recuerda que rechaza ese honor.
Silva señaló que el espionaje de Estados Unidos fue un error grave e intolerable, pero añadió que es hora de seguir adelante.
"Ambas naciones deben mejorar esta situación, reparar los lazos de cooperación", dijo. "El gobierno brasileño tiene el derecho absoluto a no aceptar semejante tipo de interferencias. Pero no puede simplemente permanecer congelado con este problema".
Las elecciones presidenciales se celebran el 5 de octubre, pero es probable que los comicios se alarguen a una segunda vuelta entre Roussef y Silva tres semanas después, dado que no se espera que ninguna de las dos obtenga una mayoría absoluta en la primera ronda, a la que se presentan ocho candidatos.
Una encuesta del instituto Ibope divulgada el martes da a Silva 43% de los votos en segunda vuelta frente a 40% para Rousseff.
La candidata socialista, que se convertiría en la primera líder negra de Brasil tiene raíces profundas en la política brasileña pero ha sacado provecho de un clima contra las instituciones, de una exasperada frustración con el gobierno manifestada por las enormes protestas callejeras del año pasado en muchas ciudades exigiendo reformas a un sistema político corrupto e ineficiente.
El encanto de Silva rompe barreras socioeconómicas y raciales, y la historia de su vida hace conexión con millones que batallan para conservar los modestos avances logrados con el repunte de Brasil en la primera década de este siglo.
Una de 11 hijos de un empobrecido recolector de látex en el remoto estado amazónico de Acre, Silva creció analfabeta, caminando varios kilómetros cada día para recolectar látex de árboles desde el amanecer hasta el anochecer. Estuvo cerca de morir cuando era niña y ha dicho que con frecuencia su familia virtualmente no tenía nada para comer.
Enfermó de malaria en cinco ocasiones y sufrió de leishmaniasis, una enfermedad que ocasiona úlceras en la piel y otros padecimientos. Cuando tenía 14 años, murió su madre. A los 16 años fue enviada a la capital del estado, Río Branco, para ser tratada por hepatitis, y para finalmente aprender a leer y escribir.
Profundamente religiosa y ahora cristiana evangélica, Silva quería ser monja. Fue a estudiar a un convento y allí conoció a sacerdotes que se regían por la Teología de la Liberación, un movimiento latinoamericano que aboga por los pobres.
Fue su despertar político. Se unió al Partido de los Trabajadores en sus inicios y fue elegida miembro del consejo de Río Branco en 1989. Dos años después se integró a la Legislatura estatal antes de convertirse en senadora federal en 1995. El entonces presidente Luis Inacio Lula da Silva, con quien no tenía relación familiar, la nombró ministra de Medio Ambiente cuando tomó el cargo el 1 de enero de 2003.
"Si la eligen, tiene una historia personal tan admirable que llegaría a la presidencia con mucha legitimidad, con tremendo entusiasmo y grandes expectativas", dijo Michael Shifter, presidente de Diálogo Interamericano, con sede en Washington.