Hacen una sola comida al día y desayunan café sin leche y un panecillo desabrido de 80 gramos sin mantequilla. Y no siempre. “A veces nos comemos el pan de la libreta por la noche, porque a menudo nos quedamos con hambre después de comer. Cuando eso ocurre, a la mañana siguiente, antes de ir al trabajo o la escuela tomamos un buche de café nada más”, cuenta Zenaida Peña, 72 años, cabeza de familia.
En una vieja casona de la barriada habanera de Lawton, a gritos necesitada de una mano de pintura y una reparación a fondo, vive la familia Peña. Está conformada por 7 personas y forman parte de ese 40% de cubanos que no reciben dólares o euros.
Tres generaciones diferentes bajo un mismo techo. Cuatro, aclara Zenaida, pues hace un mes nació el primogénito de Yosbel, su hijo menor.
Leida, la hija mayor, hace doce años se divorció del padre de sus dos hijos. Yara, de 15 años, cursa el noveno grado y piensa que su futuro es casarse con un extranjero y marcharse del país. Leinier, de 19 años, va en camino de ser huésped de alguna prisión, por las reiteradas advertencias de peligrosidad amontonadas en su expediente predelictivo.
Leída, la madre de Leinier, cree que el jefe de sector de la policía 'la tiene cogida con su hijo'. “Sí, es cierto que bebe ron casi todas las noches y ningún trabajo le viene bien. Imagínate, con los salarios que pagan, él quiere vestir a la moda e ir a discotecas. Con mi trabajo de oficinista no puedo satisfacer sus gustos. Aunque quiero que cambie, entiendo los motivos de mi hijo y otros muchachos del barrio para refugiarse en la bebida”.
El problema es que Leinier no solamente toma ron. Al igual que un alto por ciento de jóvenes habaneros, a quienes el futuro se les antoja una mala palabra, también prueban emociones más fuertes. Y los fines de semana hacen una colecta entre amigos y adquieren marihuana, pastillas de Parkisonil o cualquier otro alucinógeno que los ponga 'en las nubes'.
Leinier tiene dos pasiones, el béisbol y las computadoras. Seguir la pelota es fácil. Como sus tardes son ociosas, coge el P-6 y se dirige al viejo Estadio del Cerro, a disfrutar de un partido de Industriales. Ya 'cacharrear' en un ordenador no es tan fácil. Nadie en su familia tiene uno. “A veces juego o aprendo cosas en la computadora de un amigo”, dice.
Zenaida, la abuela, es jubilada y devenga una pensión de 197 pesos (8 dólares) que se diluye en comprar arroz y hortalizas. También es la encargada de cocinar la única comida caliente al día.
Yosbel, el hijo menor, vende granizado en la Calzada de 10 de Octubre. Como promedio gana 60 pesos diarios. “Todo lo que me busco se va en comida. Mi preocupación es que ahora tengo un chamaco recién nacido. Gracias a vecinos de la cuadra duerme en una cuna. Quisiera reunir dinero para comprarle un cochecito y ropitas nuevas. Trato de no preocuparme por el día de mañana. Pero me inquieta mucho el futuro de mi hijo, mi mujer y mi familia. No veo cómo podemos mejorar nuestra situación”, expresa.
Zenaida tiene su propia teoría sobre las carencias y dificultades. “Los pobres nunca dejaremos de estar jodidos. Pero quisiera que los gobernantes cubanos supieran que hay familias que nunca reciben un centavo de dólar. Que lo poco que ganan se evapora comprando arroz y apenas podemos alimentarnos como Dios manda. Por eso, porque no tengo la solución a nuestros problemas, desde la 11 de la mañana me pongo a oír novelas por la radio y a hacer cábalas, a ver si acierto con un número y me saco la bolita (lotería criolla) y gano un dinero que me ayude a solucionar algunas penurias”, señala.
Para ella es un verdadero suplicio lo que a diario pasa para poner en la mesa seis platos de comida, que pronto serán siete cuando el nieto empiece a comer. Zenaida se sienta en una butaca descolorida de la sala y en un papel, con un mocho de lápiz, va anotando.
“Mira, mi’hijo esto no es fácil. El arroz que nos dan por la libreta en la bodega nos dura dos semanas. Cuando se acaba, diariamente tengo que comprar dos libras, de las que venden por la libre a 5 pesos, 10 pesos en total. A eso súmale 18 pesos por tres libras de tomate, a 6 la libra. Dos mazos de lechuga, a 5 pesos cada mazo, y 9 pesos por 6 huevos, a 1.50 cada uno. Todo eso hace un total de 47 pesos. Pero no siempre tengo esa cantidad. Y no te dije que para cocinar necesito aceite y puré de tomate, que hay que comprarlos en la 'shopping', por divisas. Frijoles y carne de puerco comemos una o dos veces al mes, cuando se puede. Te juro que tengo ganas ya de morirme”, confiesa.
Zenaida cree que una solución a familias pobres como la suya, sería que la Iglesia o el Estado abrieran comedores donde ofrezcan almuerzo gratuito a los desposeídos, para comer en el lugar o llevar. “En La Habana se formarían colas kilométricas”, asegura.
Los Peña no son una excepción en la isla. Un 40% de cubanos no reciben remesas del exterior. O no ganan pesos convertibles por concepto de estimulación salarial.
El general Raúl Castro suele repetir que en Cuba los frijoles son más importantes que los cañones. Pero en los cinco años de su mandato, no ha podido lograr que los precios de los alimentos básicos estén al alcance de todos. Y dejen de ser un ladrón que de un tajo devora casi el 90 % de los ingresos familiares. Solo para comer más o menos bien.
Tampoco Castro II ha podido llevar un vaso de leche a la mesa del desayuno. Y sus promesas de mejorar la alimentación de los cubanos no satisfacen las expectativas. Si se le ha olvidado, la familia Peña se lo recuerda.