A primera vista, el regocijo de los políticos y propagandistas rusos en el último conflicto sobre Nagorno Karabaj puede resultar sorprendente. Al fin y al cabo, por mucho que el Kremlin odie al primer ministro armenio, Nikol Pashinián, y por mucha irritación que susciten los intentos de los dirigentes armenios de acercarse a Occidente, el propio conflicto pone de manifiesto una vez más el fracaso de la influencia rusa en el espacio postsoviético y la impotencia —real o intencionada— de las «fuerzas de paz» rusas.
En los últimos días de la Segunda Guerra del Karabaj, el papel de Rusia en el mantenimiento de la paz fue reconocido literalmente en todas partes: en Armenia, Azerbaiyán, Turquía, Occidente y, por supuesto, en el propio Karabaj. En la actualidad, Azerbaiyán simplemente ignora la presencia de fuerzas de paz rusas en la región; en Armenia, los manifestantes bloquean la embajada rusa en Ereván; en Turquía, no se menciona el papel de Rusia; en Occidente, intentan actuar de forma independiente y dejar de depender de Moscú. Y desde el propio Karabaj bombardeado emanan maldiciones y acusaciones contra Rusia. ¿De qué hay que alegrarse?
Imagino que el Kremlin, en realidad, de ninguna manera está interesado sólo en castigar al primer ministro de Armenia y a su pueblo. Estoy seguro de que lo más importante para Vladimir Putin ahora es la creación de situaciones conflictivas ahí donde sea posible. Es una especie de táctica incendiaria, cuando “echas gasolina” y enciendes el fuego, cuando se crea una multitud de situaciones de conflicto, y los “enemigos de Rusia” deben apagar esos incendios, distraerse de la guerra de Putin en Ucrania. Así es. La actual agudización en Karabaj es la continuación no sólo de la Segunda Guerra de Karabaj, sino también de la guerra de Putin en Ucrania, estoy seguro de ello. Así como de todas las demás crisis que Rusia inicia o no quiere intervenir en su solución. En pocas palabras, el teléfono del Secretario de Estado estadounidense debería seguir sonando, y las peticiones de ayuda deberían hacerse cada vez con más frecuencia.
Vladimir Putin se comportó de manera muy similar en 2014 cuando decidió anexionarse Crimea. Estoy seguro de que Moscú era muy consciente de que estaba violando todas las normas imaginables e inimaginables del derecho internacional y de que la presión sobre Rusia por la ocupación de Crimea no haría sino aumentar. Pero si la atención se desviara por la crisis en el este y el sur de Ucrania, Occidente no tendría tiempo para Crimea. Así que el «incendio provocado» del Donbás, los intentos de disturbios en Járkiv y Odesa: todo esto fue, en mi opinión, no sólo la implementación de un plan para apoderarse del este de Ucrania, sino también una distracción de la decisión de anexión. Y como resultado de esta distracción, surgió una guerra de varios años en Donbás. Al igual que en febrero de 2022, comenzó una gran guerra en Ucrania en un intento de cambiar el gobierno en Ucrania y «desviar la atención» de la anexión del Donbás. Esto, por cierto, puede ocurrir con cualquier nuevo incendio provocado por el Kremlin: se apostará por una crisis local y se iniciará un gran incendio.
Precisamente por eso la gente procura no dar cerillas a los niños: porque aún no comprenden las consecuencias de sus actos. La Moscú de hoy tiene una psicología similar a la de un crío: puede provocar un incendio, pero no sabe qué hacer cuando el fuego se desata y se acerca a su propia casa, y no piensa en ello, porque no es una decisión táctica a corto plazo. Este, estoy seguro, es el peligro de Rusia. Un Estado con un impresionante arsenal nuclear dirigido por un matón incapaz de mirar más allá de sus propias narices y tan apasionado por generar crisis y tragedias que sus políticos y «expertos» ya ni siquiera intentan ocultar su alegría ante el dolor ajeno.
Fuente: Vitaliy Portnykov, para Krym.Realii
Vitaliy Portnykov, periodista y comentarista político, columnista de Radio Svoboda y Krym.Reali