Treinta y dos maneras de mirar la luna

Luna de verano.

El autor reúne los hallazgos de un grupo de lunáticos conmovidos ante la relación de otras criaturas con el astro
1- La delicadeza del pescador que a punto de subir a su barca ve la luna reflejada en el agua y se quita los zapatos para no ensuciarla.

La luna acuática.


2- La turbación del paseante nocturno que contempla una rama florecida, escucha una voz que lo insta a robarla y sospecha que quien le habla es la luna.

3- La torpeza del ladrón que roba una casa y olvida cargar con lo más valioso de cuanto ésta ofrece: la luna asomada a una de sus ventanas.

4- La sorpresa del leñador que descubre en el extremo inferior del árbol recién talado, en la circunferencia húmeda y pálida del tronco, la luna.

5- La incertidumbre del fumador que no sabe dónde vaciar su cenicero sin que la luna lo delate.

6- La suspicacia del que ve la noche tan clara que no puede admitir que tanta luz provenga de una sola luna.

7- La pataleta del niño empecinado en que se la alcancen.

8- El aficionado a las flores que advierte cómo una peonía corre peligro de desnucarse por contemplarla.

9- El caminante que deambula entre charcos y la ve saltar de uno a otro.

El simio que quiso alcanzar la luna.


10- La lubricidad del caracol que asoma a su concha y le muestra su cintura.

11- El hombre que, entre montañas, la ve asomarse a su plato de sopa.

12- El que pernocta al aire libre y la ve hervir, entre pedazos de batata, en su sartén.

13- El que la ve brillar entre las cacerolas que alguien lava en el arroyo.

14- El que sabe que su corazón es un espejo, lo limpia y la ve reflejada en él.

15- El que descarta la necesidad de vestirse bien las noches de luna porque ésta lo hermosea todo.

16- El que lamenta que su mujer difunta, por gruñona que fuera, no pueda admirarla junto a él.

17- El que la ve llenarse con tanta rapidez que teme que a ella también la apremien.

18- El que disfruta advirtiendo cómo las redes de pescar no pueden retenerla.

19- El que sale a buscar setas y advierte que la muy pícara se le ha adelantado.

20- El que contempla a un ave acuática picotearla.

21- El que observa a los vecinos de su pueblo subir a los tejados una noche de invierno y aprovechar su fuego.

22- El que observa a un simio mirarla fijamente y extender una de sus manos, seguro de que podrá alcanzarla.

El manuscrito estelar.


23- El que la ve colmar un estanque y da vueltas y vueltas en torno a ella hasta el amanecer.

24- El que observa a las libélulas detenerse en pleno vuelo para admirarla.

25- El que la ve traerle la marea hasta la puerta de su choza.

26- El que sabe que de palparla, en primavera, gotearía.

27- El que, a la intemperie, después de llenar su jofaina, la ve zambullirse en ella y derramarla.

28- El que oye a un cuco chillar, alarmado, cuando su luz golpea los bambúes donde el ave pernocta.

29- El que reconoce que por mucho que camine, ella siempre le aventajará.

30- El que pesca y ve a su hilo tocarla.

31- El que advierte cómo las nubes, piadosas, cubren momentáneamente el cielo para dar un respiro al lunático.

32- El que reconoce en la silueta de los gansos que cruzan el cielo nocturno, una caligrafía; en la luna, un sello, y en el espacio estelar, un documento.

Todos son japoneses, vivieron entre los años 1548 y 1902 y cultivaron el haiku, esa estrofa de diecisiete sílabas a la que Jorge Luis Borges responsabiliza por la salvación de la especie humana y donde cada uno de ellos propicia un redescubrimiento más sensible de la luna que el emprendido por la astronáutica. Nada dicen sus nombres al occidental promedio: Basho, Kikaku, Ryota, Renseki, Buson, Seira, Ryokan, Issa, Shiki… Como nada dice la luna a quien no sabe verla con los ojos que ellos la vieron.