Bombardear los lugares donde se almacenan las armas sería correr el riesgo de que agentes muy tóxicos vayan a parar a la atmósfera y contaminen el medio ambiente, afirman los expertos.
La probable utilización de armas químicas por el régimen sirio de Bashar al-Asad puede obligar a Estados Unidos a actuar, pero las opciones militares que se le presentan a un Barack Obama atormentado por el precedente iraquí son limitadas y azarosas, estiman expertos.
Ahora mismo se está lejos de una nueva aventura militar: la Casa Blanca evitó afirmar que el régimen sirio había cruzado la famosa 'línea roja' establecida por el presidente Barack Obama y pidió una investigación de Naciones Unidas para confirmar los análisis de los servicios de inteligencia estadounidenses y los que provienen de París, Londres y Tel Aviv, según destacó AFP.
"Ya sabemos lo que pasa cuando las decisiones políticas se basan en informaciones falsas", sostiene un alto funcionario estadounidense de Defensa, en alusión a las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam Husein y que desataron la invasión de 2003. Balance: cerca de 4.500 militares norteamericanos muertos y ocho años para salir del país.
Pero si Bashar al-Asad recurre a las armas químicas para aterrorizar a la oposición y "someter a prueba nuestras líneas rojas (...), lo que se pone en juego es la credibilidad de Estados Unidos", explica a la AFP Andrew Tabler, del Washington Institute for Near East Policy.
La Casa Blanca asegura que "todas las opciones están sobre la mesa" si se confirma que se está usando gas sarín, aunque esas opciones "no son únicamente" militares.
La simple ayuda "no letal", ya suministrada a los rebeldes, no basta, asegura la líder de los demócratas en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, para quien "hay que pasar a la etapa siguiente".
Esta podría consistir en "armar a los rebeldes sirios más moderados, lo que ya están pidiendo Francia y el Reino Unido", observa Danielle Pletka, del Americain Enterprise Institute (AEI). Sin embargo, se mantiene el riesgo de que esas armas caigan en manos de grupos radicales islamistas.
Estados Unidos dispone de 250 miembros de fuerzas especiales desplegados desde octubre de 2012 en el desierto jordano para entrenar al Ejército local y, llegado el caso, para realizar incursiones en Siria y garantizar la seguridad de las reservas de armas químicas en ese país, que se contarían por centenares de toneladas.
Pero el Pentágono no oculta su escaso entusiasmo: su militar de más alto rango, el general Martin Dempsey, admitió su falta de confianza en la capacidad estadounidense de controlar las armas químicas, "simplemente porque se las desplaza y porque son numerosos los sitios de almacenamiento".
Nadie contempla una intervención en el terreno, que exigiría unos 75.000 hombres, según estimaciones realizadas el año pasado en la prensa y nunca cuestionadas por el Pentágono.
En lo que atañe al eventual establecimiento de una zona de exclusión aérea, no es "una opción 'cero muerte'", recuerda por su parte Brad Sherman, representante demócrata en la cámara baja. Para establecer una zona de ese tipo en Libia en 2011, se necesitó primero eliminar las defensas anti-aéreas de Muamar Gadafi.
Hacer lo mismo en Siria sería "cien veces peor que lo que enfrentamos en Libia", aseguró el año pasado el secretario de Defensa, Leon Panetta.
A pesar de que datan de la era soviética, los sistemas de defensa anti-aérea de Siria son imponentes: 650 sitios estáticos y "alrededor de 300 sistemas móviles", según un informe del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW por su sigla en inglés), con sede en Washington, que evalúa en 150 el número de cazas sirios en condiciones de volar.
Bombardear los lugares donde se almacenan las armas sería correr el riesgo de que agentes muy tóxicos vayan a parar a la atmósfera y contaminen el medio ambiente, afirman los expertos.
Según Kenneth Pollack, de la Brookings Institution, "la acción más simple para la administración sería elegir un objetivo discreto y de valor para el régimen y anularlo con misiles de crucero y quizás también bombardearlo".
"Ese ataque sería una advertencia para los sirios de que lo peor está por llegar si el régimen no deja de utilizar armas químicas", argumenta. El riesgo sería una "huída hacia adelante" de Asad.
Ahora mismo se está lejos de una nueva aventura militar: la Casa Blanca evitó afirmar que el régimen sirio había cruzado la famosa 'línea roja' establecida por el presidente Barack Obama y pidió una investigación de Naciones Unidas para confirmar los análisis de los servicios de inteligencia estadounidenses y los que provienen de París, Londres y Tel Aviv, según destacó AFP.
"Ya sabemos lo que pasa cuando las decisiones políticas se basan en informaciones falsas", sostiene un alto funcionario estadounidense de Defensa, en alusión a las armas de destrucción masiva que supuestamente tenía Sadam Husein y que desataron la invasión de 2003. Balance: cerca de 4.500 militares norteamericanos muertos y ocho años para salir del país.
Pero si Bashar al-Asad recurre a las armas químicas para aterrorizar a la oposición y "someter a prueba nuestras líneas rojas (...), lo que se pone en juego es la credibilidad de Estados Unidos", explica a la AFP Andrew Tabler, del Washington Institute for Near East Policy.
La Casa Blanca asegura que "todas las opciones están sobre la mesa" si se confirma que se está usando gas sarín, aunque esas opciones "no son únicamente" militares.
La simple ayuda "no letal", ya suministrada a los rebeldes, no basta, asegura la líder de los demócratas en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, para quien "hay que pasar a la etapa siguiente".
Esta podría consistir en "armar a los rebeldes sirios más moderados, lo que ya están pidiendo Francia y el Reino Unido", observa Danielle Pletka, del Americain Enterprise Institute (AEI). Sin embargo, se mantiene el riesgo de que esas armas caigan en manos de grupos radicales islamistas.
Estados Unidos dispone de 250 miembros de fuerzas especiales desplegados desde octubre de 2012 en el desierto jordano para entrenar al Ejército local y, llegado el caso, para realizar incursiones en Siria y garantizar la seguridad de las reservas de armas químicas en ese país, que se contarían por centenares de toneladas.
Pero el Pentágono no oculta su escaso entusiasmo: su militar de más alto rango, el general Martin Dempsey, admitió su falta de confianza en la capacidad estadounidense de controlar las armas químicas, "simplemente porque se las desplaza y porque son numerosos los sitios de almacenamiento".
Nadie contempla una intervención en el terreno, que exigiría unos 75.000 hombres, según estimaciones realizadas el año pasado en la prensa y nunca cuestionadas por el Pentágono.
En lo que atañe al eventual establecimiento de una zona de exclusión aérea, no es "una opción 'cero muerte'", recuerda por su parte Brad Sherman, representante demócrata en la cámara baja. Para establecer una zona de ese tipo en Libia en 2011, se necesitó primero eliminar las defensas anti-aéreas de Muamar Gadafi.
Hacer lo mismo en Siria sería "cien veces peor que lo que enfrentamos en Libia", aseguró el año pasado el secretario de Defensa, Leon Panetta.
A pesar de que datan de la era soviética, los sistemas de defensa anti-aérea de Siria son imponentes: 650 sitios estáticos y "alrededor de 300 sistemas móviles", según un informe del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW por su sigla en inglés), con sede en Washington, que evalúa en 150 el número de cazas sirios en condiciones de volar.
Bombardear los lugares donde se almacenan las armas sería correr el riesgo de que agentes muy tóxicos vayan a parar a la atmósfera y contaminen el medio ambiente, afirman los expertos.
Según Kenneth Pollack, de la Brookings Institution, "la acción más simple para la administración sería elegir un objetivo discreto y de valor para el régimen y anularlo con misiles de crucero y quizás también bombardearlo".
"Ese ataque sería una advertencia para los sirios de que lo peor está por llegar si el régimen no deja de utilizar armas químicas", argumenta. El riesgo sería una "huída hacia adelante" de Asad.