Las esperanzas y expectativas que marcaron el ánimo de los cubanos en los inicios de 2015, tras el anuncio del restablecimiento de relaciones entre los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos, se han desvanecido por completo.
En el transcurso de los últimos once meses no se aprecia mejora económica alguna para la población y el cierre del año se anuncia sombrío, a juzgar, entre otros factores, por los precios crecientes del más importante mercado: el de los alimentos.
Un recorrido por numerosos establecimientos comerciales y puntos de venta ambulantes del populoso municipio Centro Habana, en los barrios San Leopoldo, Pueblo Nuevo y Cayo Hueso, permiten comprobar el pobre abastecimiento, la baja calidad de los productos y el irrefrenable aumento de los precios.
La carne de cerdo –el indicador cubano por excelencia– fluctúa entre los 45 y 50 pesos por libra; mientras la libra de frijoles negros (los más populares y económicos) está entre los 10 y los 12 pesos. Otros granos exhiben costos inalcanzables para la mayoría de los bolsillos: la libra de frijoles colorados alcanzó los 17 pesos; en tanto los frijoles blancos cuestan entre 18 y 20 pesos y los garbanzos criollos se remontan a 22.
Por su parte, los vegetales y hortalizas compiten en esta escalada alucinante. Una libra de tomates en el mercado de San Rafael cuesta 25 pesos; las zanahorias o las remolachas en mazos –unidad de volumen variable, indefinida e inexacta del comercio nacional– tienen un precio de 20 pesos, el mismo que exhibe la libra de cebollas y la de pimientos pequeños, colocados en las tarimas junto a las también raquíticas coles que, no obstante, se anuncian a 15 pesos por unidad. El precio del aguacate puede fluctuar entre los 7 y los 10 pesos por unidad. Sin embargo, durante los fines de semana alcanza hasta los 12 pesos.
Las viandas tampoco escapan a la alucinante alza de precios. Así, una libra de malanga cuesta 8 pesos, el doble del de las yucas y boniatos, que se mantienen entre los 3 y los 4 pesos. El plátano macho de tamaño mediano a pequeño, se vende a 4 pesos por unidad.
Haciendo un cálculo sencillo, y tomando como base el llamado salario medio cubano –entre 400 y 450 pesos (alrededor de 23 dólares) al mes, según datos oficiales–, se hace obvio que la capacidad adquisitiva de la media del sector laboralmente activo ha continuado deprimiéndose. Esto, para no mencionar la situación de ese grupo demográfico creciente, el de la tercera edad, dependiente de las misérrimas pensiones por jubilación, de la ayuda familiar cuando ésta cuenta con recursos para ello o de la solidaridad de algún buen vecino que precariamente les ofrece un plato de comida.
Servir una comida completa en Cuba se ha convertido virtualmente en un verdadero lujo.
Con pocas diferencias entre un punto de venta y otro, así como entre los municipios de la capital, el último trimestre del año ha presentado hasta el momento los más elevados topes en los costos de alimentación para una población cuyos ingresos, sea por concepto de salarios, jubilaciones, remesas desde el exterior u otros, resultan cada vez más insuficientes para enfrentar, no ya la satisfacción de sus demandas, sino los imperativos de cubrir siquiera las necesidades más elementales: alimentación, vestuario, calzado y techo.
Transcurridos más de cuatro años de "actualización del modelo", con la experimentación gubernamental en la venta minorista de productos del agro por comerciantes "cuentapropistas" (carretilleros), así como por los agromercados de cooperativas no estatales, la tendencia alcista de los precios de los alimentos, lejos de detenerse, marca una aceleración, lo que demuestra fracaso de los planes oficiales en este importante renglón –la producción y comercialización de alimentos para satisfacer las necesidades de la población y a la vez sustituir importaciones– que fuera uno de los pilares más importantes de los lineamientos del VI Congreso del PCC en abril de 2011.
Y, mientras, la situación interna en la isla, con las carencias y necesidades en escala ascendente, se va pareciendo cada vez más a la que vivimos en la década de los 90 tras el desplome de aquel castillo de naipes que alguna vez se llamó "campo socialista", crece a la par el descontento, la desesperanza y la estampida hacia el exterior por parte de los cubanos.
La burbuja de sueños que despertó en diciembre pasado ha sido rota por la tozuda realidad de un sistema concebido para beneficio de la claque aferrada al poder y para la sumisión del resto de la sociedad. Un sentimiento general de frustración continúa en ascenso en Cuba, solo que nadie parece saber cómo canalizar el desencanto, salvo escapando por cualquier vía de esta condena a miseria perpetua.
Paradójicamente, la espiral de pobreza que signa la cotidianidad en la isla parece ser hasta hoy el arma más efectiva del régimen para mantener el control social.
Y mientras la gente común, ajena al mañana, continúa trasegando resignadamente de un mercado a otro, forrajeando entre tarimas sucias el escaso sustento diario, bandadas de mercaderes rapaces acuden desde fuera para disputarse en la Feria Internacional de La Habana cualquier buena tajada que le ofrezcan los despojos y las ruinas del fracaso nacional convertido en mercancía por los guerrilleros devenidos oligarcas. La fiesta del capital otra vez ha abierto sus puertas en Cuba, pero los cubanos no estamos invitados.
[Este artículo fue publicado originalmente en el portal Cubanet, el 6 de noviembre de 2015].