Desde el piso veinte de un edificio próximo al malecón habanero las azules aguas del Océano Atlántico parecen que se pueden tocar con las manos. A esa altura no se divisa la desastrosa infraestructura de La Habana. Ni sus calles rotas, salideros de agua o los inmuebles despedazados por la mala gestión estatal.
Cuando Victor, dueño de un micro negocio de hospedaje se siente frustrado, se pasa una hora en el balcón con una taza de café observando la vista panorámica que ofrece su apartamento en el céntrico barrio del Vedado. Antes de comentar su preocupación por las presuntas nuevas medidas gubernamentales que frenarán el trabajo privado, con un peine de bolsillo se acoteja su pelo canoso y ralo.
“¿Tú sabes por qué Cuba no está inundada de frutas, alimentos y servicios de calidad?”, pregunta y antes de responder hace una pausa para saborear el café. “Pues por culpa del gobierno. Si el Estado no acosara a los particulares y, por el contrario, los potenciara, la producción agrícola, lechera, ganadera y el déficit de viviendas no fuera tan dramático como ahora. Son ellos lo que tienen que responder por esas deficiencias. Cada vez que hay tímidas aperturas se demuestra la creatividad de los privados. Si existiera un marco jurídico, tribunales imparciales y mercados mayoristas, los dueños de negocios no se vieran obligados a violar las leyes, tratar de pagar menos impuestos y practicar doble contabilidad”.
El emprendedor habanero renta su apartamento al equivalente de 50 dólares diarios, que serían 1,500 dólares al mes. Mil “Descontando los impuestos, me quedan limpios 1,100 dólares. Suficiente para los gastos de mi esposa y yo que vivimos en otro apartamento del mismo edificio. Mis hijos están en Miami. Con lo que ahorro, en otro tipo de sociedad, pudiera expandir mi negocio comprando viviendas en mal estado o subcontratando esos servicios a personas que desean rentar sus casas, pero no tienen recursos. Es el ciclo de los negocios. Ahorrar dinero, para luego invertir y ganar más. No veo ningún tipo de delito en esa intención. No sé por qué el gobierno nos quiere tener siempre viviendo en la pobreza”.
En el tercer acápite de los lineamientos económicos aprobados en 2010, una especie de hoja de ruta instituido por el régimen de Raúl Castro, se expone que no se permitirá la concentración de riquezas ni capitales a los cubanos de la Isla. Ocho años después, un segmento de los emprendedores particulares ha acumulado una cantidad de dinero, legalmente, con sutiles subterfugios o por debajo del tapete.
Onel, economista, considera que “entre 10 mil y 20 mil dueños de pequeños negocios han podido atesorar de 10 mil a 250 mil dólares, incluso algunos puedan haber amasado más de un millón de dólares. Sucede, que como en Cuba, la ganancia de capitales es un delito y te marcas como persona sospechosa o presunto delincuente, esas personas invierten en comprar casas a parientes, obras de arte o sacan el dinero del país, pues tienen familiares en el extranjero”, dice y añade:
“Entre ellos hay cubanos repatriados, que por tener un mayor capital a la hora de iniciar sus negocios y conocimientos de mercadotecnia, han generado ganancias con mayor celeridad. También cubanos que radican en Estados Unidos, que viven de la renta de sus negocios en la Isla o comparten ganancias con su familia”, señala el economista.
Tener una fortuna en Cuba es transitar por un campo minado. Cuando el cuentapropismo eran prohibido por la autocracia de los hermanos Castro, de manera clandestina administradores de empresas, almacenes y restaurantes hacían dinero a mano llena robándole al Estado. La mayoría de los cubanos no perciben que los medios de producción son propiedad de todos, como reza la teoría marxista. Y a la primera ocasión, lo defraudan para poder sobrevivir en las duras condiciones del socialismo criollo.
Carlos, residente en la Florida, recuerda que “la primera vez que reuní medio millón de pesos, entonces la tasa cambiaria, de manera artificial equiparaba al peso con el dólar, tiré el dinero encima del colchón de mi habitación y dormí encima de los fajos de billetes”, cuenta con una sonrisa en un restaurante de Miami.
“Era jefe de almacén en un hotel de lujo. Vendía cualquier cosa por la izquierda. Luego, el dinero que ganaba, lo cambiaba en dólares a uno por uno con la jefa de contabilidad del hotel. Un negociazo. Mi plan era llenar los bolsillos y largarme de aquella mierda. Tengo amigos que se creyeron que podían ser millonarios en Cuba y pararon en la cárcel. Como Roberto, ex administrador de la heladería Ward, en la Avenida Santa Catalina”, señala Carlos y agrega:
“Roberto explotó por la envidia típica de los altos dirigentes. Tenía un Lada mejor que el de los pinchos. Una mañana, transitando por la Avenida Boyeros, Ramiro Valdés, entonces Ministro del Interior, observó que un escolta saludaba a Roberto cuando pasaba por su lado. Le preguntó quién era ese tipo y el guardaespaldas le dijo que era un compañero de la Seguridad del Estado. Ramiro averiguó y descubrió que era un simple administrador corrupto y acabó con él. Es una casta muy envidiosa, si presumes tener más que ellos, te hacen la vida imposible. Solo ellos pueden ser ricos”.
Nadie en Cuba conoce cuál es la frontera de lo que se puede tener o no. Se desconoce la cantidad de dinero que despierta las alarmas en el aparato policial del régimen. “En los estatutos no está recogida la cantidad determinada de dinero que infrinja las leyes. Por ejemplo, Silvio Rodríguez, Alicia Alonso o el pelotero Alfredo Despaigne, que juega en una liga profesional en Japón y tiene un salario millonario, tienen cifras de seis ceros y nadie los impugna por delitos económicos. La razón es de carácter ideológico. Si quienes hacen dinero están dentro del aparato o cumplen las reglas del gobierno, se les permite. Si ganan plata por esfuerzo propio, siempre serán sospechosos”, opina Beatriz, abogada.
En la Isla, adquirir determinados bienes materiales puede encasillar a un ciudadano como sospechoso de ‘enriquecimiento ilícito’. “Yo me dedicaba a vender aseo y ropa. Llegué a reunir el dinero suficiente para erigir mi propio negocio. Tenía dos aires acondicionados, tres televisores de plasma, varios electrodomésticos además de reparar mi casa. Me abrieron un expediente por violar las leyes, es decir vender sin la licencia requerida, me decomisaron todas las mercancías y electrodomésticos, alegando que habían sido adquiridos con dinero mal habido. Por último, me sancionaron a tres años de prisión”, cuenta Luis Alberto, vecino del municipio Diez de Octubre.
Los que acumulan alguna cantidad importante de capital intentan volar por debajo del radar. Nada de comprarse fastuosas mansiones en Miramar o Siboney. Tampoco autos de última generación o un yate. Es exponerse demasiado a la lupa pública en una sociedad de ordeno y mando.
En Cuba, el club de los ricos, suele vestirse preferentemente de verde olivo.