Las últimas protestas en Latinoamérica son reflejos de otras que se han visto en el continente en años anteriores.
En Chile comenzó con la exigencia de tener acceso a una educación gratuita de calidad. En México, los reclamos buscaban garantizar el derecho a la información en plena campaña presidencial y en Brasil, las protestas masivas hicieron erupción cuando se anunció el incremento de las tarifas del transporte público en medio de un evento deportivo de alcance global.
Las protestas que han remecido al llamado gigante sudamericano en los últimos días reflejan una tendencia similar a las movilizaciones que en los últimos meses y años se han producido en otros países de Latinoamérica, que si bien no tienen conexión directa, han tenido puntos coincidentes como el reclamo por una mejora en los servicios públicos, la lucha contra la corrupción y la frustración con las clases políticas dominantes.
"Es un producto del progreso económico y social y la expansión de la clase media en países como Brasil, México, Chile y Colombia", dijo Michael Shifter, presidente de la organización Diálogo Interamericano, con sede en Washington. "El descontento en Brasil que inesperadamente ha llegado a la superficie refleja una tendencia en toda la región".
Una tendencia marcada por el desencanto con el ejercicio tradicional de la política y que se resume en la falta de garantías para ejercer plenamente derechos y libertades y en donde las prioridades del gasto público para muchos son equivocadas, tras varias décadas de gobiernos elegidos popularmente.
"Las manifestaciones deberían ser una llamada de atención para los políticos no sólo en Brasil sino en otros países de América Latina en los cuales la clase media ha crecido, las expectativas han crecido y los servicios públicos siguen siendo extremadamente inadecuados", dijo Shifter. Muchos de los jóvenes de las clases medias en Latinoamérica "están desilusionados con la política tradicional, ya sea de derecha y de izquierda... exigen que los gobiernos, que ahora tienen más recursos, presenten servicios de mayor calidad (y) también están cansados de la corrupción y las prioridades equivocadas del gasto".
Las protestas en Brasil atrajeron mayor atención al coincidir con la celebración de la Copa Confederaciones de fútbol, en un anticipo de lo que tal vez podría repetirse durante la visita del papa Francisco a Río de Janeiro en unas semanas.
La semana pasada, un vídeo en YouTube se reprodujo como un virus cuando el ex jugador de la selección de Brasil, Romário De Souza Faria, Romario, dijo que con el dinero con el que se van a construir las instalaciones deportivas para el Mundial de 2014 se podrían edificar 8.000 escuelas nuevas o 30.000 autobuses.
Romario es ahora diputado federal por el Partido Socialista de Brasil.
Pero a diferencia de las protestas en Chile, Colombia y México, donde a la cabeza estuvieron jóvenes estudiantes, en Brasil no hay un grupo o sector específico que las lidere. Es un movimiento más difuso, masivo y amplio.
"Hay en Brasil una representatividad muy amplia, que no hay en México y Chile", dijo Iván Garzón Vallejo, director del programa de ciencias políticas de la Universidad de La Sabana en Bogotá.
Las protestas en otros países volcaron a varios miles de personas a la calle, pero en Brasil superó cualquier expectativa: la noche del jueves más de un millón de personas se movilizaron prácticamente de manera simultánea en, al menos, cien ciudades brasileñas.
Juan Carlos Skewes, director del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado en Chile, cree que una diferencia fundamental es que en Brasil parece haberse sumado a las protestas un nuevo sector social que proviene de los más de 40 millones de personas que salieron de la pobreza.
"Hay sectores que son más sensibles, que expresan en forma más radical su sensibilidad a través de la movilización política, y esas son las clases medias más tradicionales y los que están ascendiendo dentro de la estructura social desde las posiciones más bajas", dijo Skewes.
Garzón, de la universidad bogotana de La Sabana, cree que las protestas de Brasil muestran las paradojas del gigante sudamericano, al que se le ha reconocido su modelo económico y sus grandes obras de infraestructura, pero que al mismo tiempo padece "insuficiencias estructurales en temas públicos, en salud, en educación y en cuestiones sociales".
De manera coincidente con lo ocurrido en otros países de la región, donde las protestas iniciaron con demandas específicas, en Brasil el pedido inicial era revertir el aumento a las tarifas en los autobuses y el metro y ahora se ha ampliado a solicitar, por ejemplo, mejoras en los servicios públicos y a combatir la corrupción e ineficiencia gubernamental.
Pero ello entraña un peligro. "En tanto las protestas pierdan su enfoque, los manifestantes podría perder su impulso y unidad", dijo Carl Meacham, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington.
A excepción de Chile, el empuje inicial de las movilizaciones en México y Colombia se diluyó con el paso del tiempo porque algunas o todas sus demandas comenzaron a ser incorporadas por los actores institucionales de sus países.
"Es poco probable que las protestas terminen hasta que el gobierno tome pasos concretos para resolver sus demandas", dijo Meacham en una reflexión que escribió para el Centro de Estudios Estratégicos.
El 2011 marcó el inicio de importantes movimientos estudiantiles en Chile y Colombia.
En Chile, un país donde la mayoría de su población se declara de clase media, el movimiento estudiantil apareció de nuevo en 2011, tras sus últimas actuaciones con el impulso al referendo que sacó al dictador Augusto Pinochet del poder en 1990 y luego al protestar durante el gobierno de Michel Bachelet en 2006, para reclamar una enseñanza pública, gratuita y de calidad.
Los estudiantes también ampliaron su protesta en 2011 al criticar el sistema económico de libre mercado y los altos intereses a los créditos educativos que aún agobian a muchos.
El movimiento estudiantil chileno no ha logrado que sus demandas se traduzcan en cambios profundos, pero sí se anotó algunos triunfos como conseguir que los créditos universitarios no sean otorgados por los bancos a un interés del 6,5% al año para ser reemplazados por préstamos que entrega un organismo estatal a un interés del 2%.
De hecho, la ex presidente y candidata presidencial centroizquierdista, Michelle Bachelet, ha prometido impulsar la educación gratuita.
Hasta ahora, ese movimiento se mantiene fuerte y algunos de los líderes de la llamada Confederación de Estudiantes de Chile buscan un lugar en el Congreso.
Colombia, por su parte, presenció a finales de 2011 la aparición de un movimiento estudiantil que vio en una propuesta oficial de reforma educativa como un intento de privatización de las universidades. Por más de un mes realizaron un paro nacional, que fue suspendido luego de que el gobierno de Juan Manuel Santos retirara su proyecto.
Hoy se mantiene activa la llamada Mesa Amplia Nacional Estudiantil, que agrupa representantes de distintas universidades, y espera realizar movilizaciones en lo que queda de 2013. Uno de sus integrantes, Juan Sebastián López, dijo que trabajan en un proyecto propio de reforma universitaria.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, otro grupo de estudiantes colombianos impulsaron la creación de una Asamblea Nacional Constituyente con un movimiento denominado la 'Séptima Papeleta' y que impulsó un cambio en la constitución colombiana en 1991, que ha sido una de las reformas institucionales más importantes de las últimas décadas.
En 2012, México fue escenario del surgimiento de un movimiento universitario se congregó en torno al nombre de #YoSoy132 en medio del proceso electoral a la presidencia.
Inició como una protesta contra lo que veían como un sesgo de los medios televisivos a favor del entonces candidato y hoy presidente Enrique Peña Nieto, y demandaron el derecho a estar informados y a la libre expresión, pasaron a criticar al sistema político y económico por considerar que no respondían a las necesidades de los mexicanos.
En medio de las movilizaciones, Peña Nieto anunció un decálogo de propuestas en las que incorporó varias demandas de los jóvenes e, incluso, como presidente promovió el llamado Pacto por México, que incluyó los reclamos que había escuchado de los estudiantes.
Atrás quedaron las manifestaciones callejeras, pero el movimiento se dice aún vivo y de hecho convocaron a un acto de solidaridad con las protestas de Brasil. Su repercusión e influencia, que nunca se extendió a otros sectores, aún está por verse.
El gran referente de los movimientos estudiantiles en México fue el de 1968, cuando miles de jóvenes se manifestaron contra la represión del gobierno, que se preparaba para realizar los primeros juegos Olímpicos que organizaba el país. En algunas de las protestas se lanzaban consignas en las que decían que no querían Olimpiadas, sino revolución.
El 2 de octubre de ese año un mitin terminó en tragedia cuando decenas de estudiantes y civiles murieron por las balas de soldados y policías, algunos vestidos de civil. En 1980 y principios de 2000, los estudiantes mexicanos protestaron y lograron mantener la gratuidad de la colegiatura de la UNAM, antes intentos de establecer un pago.
"Son movimientos que expresan un malestar muy profundo a la forma en que está organizada la sociedad contemporánea", dijo Skewes de la Universidad Alberto Hurtado en Chile.
Para el experto, si bien esos movimientos han creado una conciencia en torno a sus problemas, consideró que "no estamos frente todavía a una revolución social o a una transformación cualitativa a una nueva modernidad, estamos a medio camino, en una situación de relativa incertidumbre".
Organismos internacionales han reconocido los progresos sociales de Latinoamérica, pero también han advertido que mantiene retos importantes, como la desigualdad que es de las mayores en el mundo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha señalado, por ejemplo, que el 10% más rico de la población en la región recibe un 32% del ingreso total, mientras que el 40% más pobre sólo el 15%.
Las protestas que han remecido al llamado gigante sudamericano en los últimos días reflejan una tendencia similar a las movilizaciones que en los últimos meses y años se han producido en otros países de Latinoamérica, que si bien no tienen conexión directa, han tenido puntos coincidentes como el reclamo por una mejora en los servicios públicos, la lucha contra la corrupción y la frustración con las clases políticas dominantes.
"Es un producto del progreso económico y social y la expansión de la clase media en países como Brasil, México, Chile y Colombia", dijo Michael Shifter, presidente de la organización Diálogo Interamericano, con sede en Washington. "El descontento en Brasil que inesperadamente ha llegado a la superficie refleja una tendencia en toda la región".
Una tendencia marcada por el desencanto con el ejercicio tradicional de la política y que se resume en la falta de garantías para ejercer plenamente derechos y libertades y en donde las prioridades del gasto público para muchos son equivocadas, tras varias décadas de gobiernos elegidos popularmente.
"Las manifestaciones deberían ser una llamada de atención para los políticos no sólo en Brasil sino en otros países de América Latina en los cuales la clase media ha crecido, las expectativas han crecido y los servicios públicos siguen siendo extremadamente inadecuados", dijo Shifter. Muchos de los jóvenes de las clases medias en Latinoamérica "están desilusionados con la política tradicional, ya sea de derecha y de izquierda... exigen que los gobiernos, que ahora tienen más recursos, presenten servicios de mayor calidad (y) también están cansados de la corrupción y las prioridades equivocadas del gasto".
Las protestas en Brasil atrajeron mayor atención al coincidir con la celebración de la Copa Confederaciones de fútbol, en un anticipo de lo que tal vez podría repetirse durante la visita del papa Francisco a Río de Janeiro en unas semanas.
La semana pasada, un vídeo en YouTube se reprodujo como un virus cuando el ex jugador de la selección de Brasil, Romário De Souza Faria, Romario, dijo que con el dinero con el que se van a construir las instalaciones deportivas para el Mundial de 2014 se podrían edificar 8.000 escuelas nuevas o 30.000 autobuses.
Romario es ahora diputado federal por el Partido Socialista de Brasil.
Pero a diferencia de las protestas en Chile, Colombia y México, donde a la cabeza estuvieron jóvenes estudiantes, en Brasil no hay un grupo o sector específico que las lidere. Es un movimiento más difuso, masivo y amplio.
"Hay en Brasil una representatividad muy amplia, que no hay en México y Chile", dijo Iván Garzón Vallejo, director del programa de ciencias políticas de la Universidad de La Sabana en Bogotá.
Las protestas en otros países volcaron a varios miles de personas a la calle, pero en Brasil superó cualquier expectativa: la noche del jueves más de un millón de personas se movilizaron prácticamente de manera simultánea en, al menos, cien ciudades brasileñas.
Juan Carlos Skewes, director del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado en Chile, cree que una diferencia fundamental es que en Brasil parece haberse sumado a las protestas un nuevo sector social que proviene de los más de 40 millones de personas que salieron de la pobreza.
"Hay sectores que son más sensibles, que expresan en forma más radical su sensibilidad a través de la movilización política, y esas son las clases medias más tradicionales y los que están ascendiendo dentro de la estructura social desde las posiciones más bajas", dijo Skewes.
Garzón, de la universidad bogotana de La Sabana, cree que las protestas de Brasil muestran las paradojas del gigante sudamericano, al que se le ha reconocido su modelo económico y sus grandes obras de infraestructura, pero que al mismo tiempo padece "insuficiencias estructurales en temas públicos, en salud, en educación y en cuestiones sociales".
De manera coincidente con lo ocurrido en otros países de la región, donde las protestas iniciaron con demandas específicas, en Brasil el pedido inicial era revertir el aumento a las tarifas en los autobuses y el metro y ahora se ha ampliado a solicitar, por ejemplo, mejoras en los servicios públicos y a combatir la corrupción e ineficiencia gubernamental.
Pero ello entraña un peligro. "En tanto las protestas pierdan su enfoque, los manifestantes podría perder su impulso y unidad", dijo Carl Meacham, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, con sede en Washington.
A excepción de Chile, el empuje inicial de las movilizaciones en México y Colombia se diluyó con el paso del tiempo porque algunas o todas sus demandas comenzaron a ser incorporadas por los actores institucionales de sus países.
"Es poco probable que las protestas terminen hasta que el gobierno tome pasos concretos para resolver sus demandas", dijo Meacham en una reflexión que escribió para el Centro de Estudios Estratégicos.
El 2011 marcó el inicio de importantes movimientos estudiantiles en Chile y Colombia.
En Chile, un país donde la mayoría de su población se declara de clase media, el movimiento estudiantil apareció de nuevo en 2011, tras sus últimas actuaciones con el impulso al referendo que sacó al dictador Augusto Pinochet del poder en 1990 y luego al protestar durante el gobierno de Michel Bachelet en 2006, para reclamar una enseñanza pública, gratuita y de calidad.
Los estudiantes también ampliaron su protesta en 2011 al criticar el sistema económico de libre mercado y los altos intereses a los créditos educativos que aún agobian a muchos.
El movimiento estudiantil chileno no ha logrado que sus demandas se traduzcan en cambios profundos, pero sí se anotó algunos triunfos como conseguir que los créditos universitarios no sean otorgados por los bancos a un interés del 6,5% al año para ser reemplazados por préstamos que entrega un organismo estatal a un interés del 2%.
De hecho, la ex presidente y candidata presidencial centroizquierdista, Michelle Bachelet, ha prometido impulsar la educación gratuita.
Hasta ahora, ese movimiento se mantiene fuerte y algunos de los líderes de la llamada Confederación de Estudiantes de Chile buscan un lugar en el Congreso.
Colombia, por su parte, presenció a finales de 2011 la aparición de un movimiento estudiantil que vio en una propuesta oficial de reforma educativa como un intento de privatización de las universidades. Por más de un mes realizaron un paro nacional, que fue suspendido luego de que el gobierno de Juan Manuel Santos retirara su proyecto.
Hoy se mantiene activa la llamada Mesa Amplia Nacional Estudiantil, que agrupa representantes de distintas universidades, y espera realizar movilizaciones en lo que queda de 2013. Uno de sus integrantes, Juan Sebastián López, dijo que trabajan en un proyecto propio de reforma universitaria.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, otro grupo de estudiantes colombianos impulsaron la creación de una Asamblea Nacional Constituyente con un movimiento denominado la 'Séptima Papeleta' y que impulsó un cambio en la constitución colombiana en 1991, que ha sido una de las reformas institucionales más importantes de las últimas décadas.
En 2012, México fue escenario del surgimiento de un movimiento universitario se congregó en torno al nombre de #YoSoy132 en medio del proceso electoral a la presidencia.
Inició como una protesta contra lo que veían como un sesgo de los medios televisivos a favor del entonces candidato y hoy presidente Enrique Peña Nieto, y demandaron el derecho a estar informados y a la libre expresión, pasaron a criticar al sistema político y económico por considerar que no respondían a las necesidades de los mexicanos.
En medio de las movilizaciones, Peña Nieto anunció un decálogo de propuestas en las que incorporó varias demandas de los jóvenes e, incluso, como presidente promovió el llamado Pacto por México, que incluyó los reclamos que había escuchado de los estudiantes.
Atrás quedaron las manifestaciones callejeras, pero el movimiento se dice aún vivo y de hecho convocaron a un acto de solidaridad con las protestas de Brasil. Su repercusión e influencia, que nunca se extendió a otros sectores, aún está por verse.
El gran referente de los movimientos estudiantiles en México fue el de 1968, cuando miles de jóvenes se manifestaron contra la represión del gobierno, que se preparaba para realizar los primeros juegos Olímpicos que organizaba el país. En algunas de las protestas se lanzaban consignas en las que decían que no querían Olimpiadas, sino revolución.
El 2 de octubre de ese año un mitin terminó en tragedia cuando decenas de estudiantes y civiles murieron por las balas de soldados y policías, algunos vestidos de civil. En 1980 y principios de 2000, los estudiantes mexicanos protestaron y lograron mantener la gratuidad de la colegiatura de la UNAM, antes intentos de establecer un pago.
"Son movimientos que expresan un malestar muy profundo a la forma en que está organizada la sociedad contemporánea", dijo Skewes de la Universidad Alberto Hurtado en Chile.
Para el experto, si bien esos movimientos han creado una conciencia en torno a sus problemas, consideró que "no estamos frente todavía a una revolución social o a una transformación cualitativa a una nueva modernidad, estamos a medio camino, en una situación de relativa incertidumbre".
Organismos internacionales han reconocido los progresos sociales de Latinoamérica, pero también han advertido que mantiene retos importantes, como la desigualdad que es de las mayores en el mundo.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha señalado, por ejemplo, que el 10% más rico de la población en la región recibe un 32% del ingreso total, mientras que el 40% más pobre sólo el 15%.
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