¡Benditas sean tus manos Gian Lorenzo! Pudieron haberle dicho sus coterráneos napolitanos al hijo ilustre, o acaso los romanos que lo recibieron siendo un niño. Y es que Bernini, ese gran artista del barroco, vino al mundo para inscribir su nombre en donde mejor sabía hacer, en la dureza del mármol y en lo moldeable del bronce. Por eso reparte sus obras en más de un continente. Museos de Italia, España, Francia y Estados Unidos, entre otros, atesoran su arquitectura, esculturas, y pinturas.
Su padre Pietro fue escultor. La Fuente de la Barcaza, en la Plaza de España, en plena Roma, es obra suya. Pero el apellido Bernini atrae más por el hijo que por el padre. De Gian Lorenzo se cuentan el diseño de la Plaza de San Pedro, la Capilla Cornaro que contiene “El éxtasis de Santa Teresa”; el Baldaquino de San Pedro, la Fuente de los cuatro ríos, la Fuente del Tritón y un largo etcétera.
Su virtuosismo dio vida a esculturas haciendo saltar a la vista la sensación de la piel, el doblez de las telas. No en balde el ceño fruncido de su David es motivo de comparación con el rostro apacible del creado por Miguel Ángel Buonarroti.
Trabajó entre 1621 y 1622 en “El rapto de Proserpina”, una escultura barroca que representa a esta diosa mito de la primavera. Se cuenta que Proserpina tomaba un baño junto a unas ninfas en un lago en Sicilia, y hasta allí fue Plutón, salido del volcán Etna con cuatro caballos negros, y la raptó para casarse.
Bernini cuenta la historia en una composición llena de realismo aplastante. Parece que el mármol se mueve y el espectador da la vuelta a la escultura y el realismo lo seduce, y más, lo enmudece.
La violencia es explícita. Y vemos a Plutón de pie, acercando a Proserpina hacia su cuerpo, y ella, en su intento por oponer resistencia, estira un brazo hacia atrás para repudiar al dios del inframundo.
Plutón insiste, sostiene a su víctima, y hunde sus dedos en el muslo de Proserpina. Detalle que convierte la piedra en carne, y lanza a Bernini a la eternidad. Entonces llega la petición de auxilio de Proserpina a su madre, cuyo nombre, Ceres, lanza desesperada en el rostro ansioso y mal humorado de su raptor.
Plutón le grita que se la roba, y que llamará a su madre Ceres para contárselo. Entonces, la esencia cubana de Proserpina sacude los poros del mármol y nos regala la primera desaparición fonética de la consonante S.
-¡A Cere no, Plutón; a Cere no se lo digas! ¡No, a Cere no; no se lo digas!
¡Menuda cañona de mármol inmortalizada!