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El regalo triste de la Navidad de 1977


Charles Chaplin, en una escena de "Luces de la ciudad", City Lights (1931). (Foto: Business Wire/AP)
Charles Chaplin, en una escena de "Luces de la ciudad", City Lights (1931). (Foto: Business Wire/AP)

Burt Lancaster debería ser siempre atlético como en la película Trapecio, Shirley Temple debería tener eternamente el pelo hecho rosquillas y a Cantinflas que se le resbalen siempre los pantalones. No aceptamos menos los espectadores. Porque aprendimos a verlos así, y queremos que siempre sean así. Y no admitimos ni la vejez ni la muerte. Por eso, cuando nos dijeron que el gran payaso falleció, nos quedamos mudos. ¿Cómo que Charlot murió? ¡No puede ser! Porque crecimos con sus acrobacias, con su mezcla de risa y picardía, con su caña, bombín y zapatones, bigote estrecho y mirada dulce e inocente, pero un viejo llamado Charles Chaplin terminó por rendirse, postrado en un sillón de ruedas. El hombre que era capaz de meterse de golpe en un barril ya no podía moverse. Y el último gag no nos hizo gracia. Nos dejó en la Navidad de 1977. Eso no se hace Charles y perdona que te tutee, porque estuviste delante de mis ojos por años y eso me da confianza contigo. Pero no te podías morir, y no te podías morir por una simple razón, porque al lado tuyo no marchaba nadie, sino detrás de ti. En el siglo pasado le preguntaron al gran actor cubano Reynaldo Miravalles quienes eran los mejores actores de todos los tiempos y respondió en este orden; Charles Chaplin y Marlon Brando y luego, a buena distancia, Paul Newman y el resto.

Chaplin fue genial y meticuloso, aplaudido y vigilado, multifacético y amante de mujeres jóvenes. En el sexo masculino estos son atuendos de muchos individuos, pero Charlot habitó en uno solo. Por eso las miradas y las críticas lacerantes le persiguieron siempre, pero para el hombre de carne y hueso hubo más reverencias que sinsabores.

Sus padres hacían teatro musical, de ahí los genes y rutinas. De tanto ver a su madre cantar un día la sustituyó cuando le falló la voz en una fecha tan lejana como 1894, tenía sólo cinco años. Venció el miedo, encantó al público y se agachó a recoger las monedas lanzadas.

Llegó al cine en 1914 con un corto de 12 minutos, “Making a living”, aún Charlot no había nacido, fue más tarde ese mismo año en “The Kid Auto Race”. Premoniciones del destino, el personaje de Charlot debuta siendo un espectador impertinente por figurar una y otra vez delante de una cámara que graba la carrera, pero entorpece la escena, lo hacen a un lado y vuelve, lo empujan y regresa, fuma, se estira, pasea, incluso saca la lengua en tono burlón al productor. Esos 11 minutos fueron suficientes para un Charlot que luego arroparía el lente.

Los genios inventan, pero también copian y mejoran. La danza de los panes en “La quimera del oro” no es su idea. La quimera es de 1925, pero el gordo Roscoe Arbuckle hizo danzar los panes en 1917 en “The Rough House”, sin embargo, le dedicó escasamente 7 segundos a una secuencia que luego Charlot amplió hasta los 47 segundos con música y mímica haciéndola inmortal.

Fue reticente al cine hablado, no concebía que la palabra sustituyera al gesto, que la intención fuera menos apreciable si necesitaba explicación. Se equivocó.

Como grande que era conoció a los grandes de su época. Está retratado junto a Gardel, Einstein, Ghandi, hasta Hitler lo vio en medio de la guerra. Ciertas similitudes tenían. Ambos nacieron en el mes de abril del mismo 1889, el dictador alemán era un poco más joven que Charlot, sólo cuatro días. Reinhard Spitzy, oficial y diplomático austríaco dijo que el Furher pidió una copia de “El gran dictador” y que la disfrutó con su círculo íntimo. Un entrado en años Spitzy recordaba en 2002: “Puedo imaginar a Hitler riendo sinceramente en esa escena en la que él está con Mussolini en la barbería. Hitler no era un aguafiestas dentro de su círculo íntimo porque definitivamente reiría con chistes como éste”.

Común a su costumbre realizaba la dirección y producción de sus películas, pero también el guión y la música. Si hubiese podido ser su propio camarógrafo Charlot no lo hubiese dudado, pero para eso estaba su amigo Rollie Thoteroh quien lo acompañó mirándolo por el lente durante 25 años.

En 1952 filmó Candilejas, película inolvidable con una música para el recuerdo que recibió con retraso un Oscar en 1972. Para muchos su mejor cinta, dos viejos cómicos del cine se juntaron en una especie de adiós compartido, Charles Chaplin y Buster Keaton. Nunca más el cine vería juntos a esos dos genios envejecidos que se despedían sin despegarse de un embrujo propio.

Hasta la gente mala quiso algo de ti Charlot. Seguiste siendo noticia cuando unos desalmados que con toda seguridad rieron de niños gracias a tus mimos se atrevieron a robar tu cadáver para exigir un rescate a tu viuda Oona. ¿Cómo se puede ser tan infame Charlot?, ¿quién en su sano juicio puede poner precio a tus huesos? Espanta pensar que un lado de la humanidad ha dejado de lado ser humana.

Fuiste sabio en tu primera película hablada Charlot. Abandonaste a tu personaje icónico para encarnar en un barbero confundido con dictador y dejarnos este discurso en 1940.

“Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco. Más que máquinas necesitamos más humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades la vida será violenta, se perderá todo”.

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    Alfredo Jacomino

    Alfredo Jacomino se incorporó al equipo de Radio Televisión Martí en 2001. Tiene una maestría en periodismo por la Universidad Internacional de la Florida. Trabajó en Univision.com y en Univision Network. Ha conducido diversos programas radiales y televisivos. Fue presentador del Noticiero de TV Martí y del programa de entrevistas En Profundidad. Actualmente es copresentador del programa radial Tempranito y de Mañana. Recibió un Premio Emmy en 2015.

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