Mujer que no negocia con sus pricipios, narradora de aguda comprensión, poeta de fina urdimbre, todo eso y mucho más puede definir a María Eugenia Caseiro, huésped de lujo en este rincón para los transterrados que es Dile que pienso en Ella..., desde el cual, artistas e intelectuales nacidos en Cuba y dispersos por todo el orbe, nos cuentan sus experiencias como expulsados del "Paraíso".
¿Cuál fue el detonante que te impulsó a marcharte de Cuba?
De Cuba no me hubiera ido nunca a no ser por las “malditas circunstancias”. Es claro que a muchos nos gusta viajar, conocer el mundo, y eso era prácticamente imposible allí, así que tampoco pensaba en ese tipo de viajes; ahora, salir de Cuba para vivir en otro sitio desvinculado de mi niñez y mis raíces, no, eso no se hubiera dado si en mi país pudiera vivirse sin tiranía.
La vida casi nunca es como uno desea o como se la imagina, y la mía, en mi propia tierra, se desenvolvía de forma bastante inesperada. Nací unos años antes de la estampida rebelde, para ser exactos en 1954. Aunque era muy niña, me tocó ver parte del antes. El después fue toda una gran mentira y una controversia irremediable, una fatalidad, una burla, y esto, en extracto, aparece en “Comparsa siniestra”, el cuarto volumen de una serie de libros de cuentos que publiqué recientemente.
Como una pequeña dosis de mi historia, diré que en mi casa no me permitieron ser pionera y mi padre nunca me dejó ir a una escuela al campo. Así fui campeando gracias un buen expediente académico; claro que esto no duró mucho y el asunto de nuestra adaptación al sistema terminó (circunstancialmente): me botaron del preuniversitario. Fueron tiempos duros. Más tarde me casé, tuve hijos, terminé mis estudios y empecé otros; aún así, nada pudo frenar lo que me esperaba, y lo que me esperaba era el encarcelamiento de mi esposo.
Ya mi hijo mayor comenzaba a rebelarse y la maestra, de manera sutil y en más de una ocasión, me daba a entender que había que sacarlo del país antes de que fuera tarde. No relataré la forma en que logramos salir de Cuba, sólo diré que no fue lo más idóneo para una madre con hijos pequeños. Ya el hecho de separarnos como familia fue devastador. En todo momento peligrábamos, así que cuando mi esposo salió de prisión hubo que adelantar su salida. Lo hizo llevándose consigo a nuestro hijo mayor que acababa de cumplir 14 años y ya se avecinaba a la famosa edad militar.
Cualquiera que haya tenido que separase de un hijo podrá comprender mi incertidumbre. Su bienestar estaba en juego. Me tocó quedar atrás con mis otros dos hijos por un tiempo que parecía eterno; cuánto peor, si luego de una tortuosa espera que tampoco relataré, mi esposo logró sacarnos por un tercer país, de manera que aún no era tiempo para reunirnos. Tiempo de angustia, pero no me arrepiento. Estoy donde me recibieron y donde nos permitieron reconstruir una vida como familia, donde nos invitaron a alcanzar el sueño americano, donde conseguimos ese sueño y también donde han muerto mis mayores y nacido los nuevos pilares de nuestra sangre.
¿Qué esperabas encontrar del “otro lado”?
Nunca estuve ajena a lo que me esperaba del otro lado. Ya mi tío abuelo había surcado el tramo de la desintegración familiar y pasado por otras tierras y vicisitudes antes de alcanzarlo. Contrario a lo que algunos cubanos presumían desde estas tierras, mi tío nos regaló entre cartas y fotos una verdad manifiesta. La verdad del trabajo tesonero y remunerado, era a su vez la verdad del poder, el poder del compromiso social y el respeto a la dignidad.
Con tales premisas no hubo sorpresas. Es innegable que lo mismo que para él, para mí también vendrían etapas nuevas, no por nuevas dejarían de ser difíciles. La separación familiar no es un evento que se supera como no sea con entereza y algo de fe en el futuro; ese futuro cuya parte incierta pudo bien ser la esperanza del reencuentro, un rencuentro que por suerte tuvo lugar. Salir adelante fue una prueba más. Aquí estamos desde hace más de tres décadas y muy agradecidos de contar con la ciudadanía del país que nos recibió primero y nos conquistó después.
¿Qué encontraste?
La respuesta podría estar implícita en la réplica a la pregunta anterior; sin embargo digo haber encontrado que mi relación con la vida era diferente a la que tenía en mi país. Hoy mi país es éste, Estados Unidos de América; mi Patria es aquella, Cuba. Encontré muchas cosas que despertaron mi admiración: las escuelas y las carreteras eran como los altares de la democracia y sus vías de desarrollo y comunicación; eso a primera vista.
Había mucho para empezar y todo era un sueño en medio de una tristeza enorme, porque no había manera de vivir un sueño pensando en aquella parte de mí que había quedado atrás. Encontré un lugar en el que no se teme a la justicia ni a la ley, porque temer a la ley implica un desconocimiento absoluto de la verdad donde se practican la justicia y la ley. Encontré que había bastante por hacer y mucho que aprender para salir adelante. En fin, encontré un mundo con retos, pero con muchas oportunidades para mis hijos y hasta para mí. Pero sobre toda cosa, me encontré.
¿Qué has aprendido durante el proceso?
He aprendido al menos una ración de todo lo que quisiera y más que decir he aprendido, me toca decir agradezco. Una cosa sí tuve que aprender a fuerza: me determiné a no volver a “la más hermosa que ojos humanos…”; es algo que me impuse y he aprendido a adaptarme a esa terrible condición. Espero poder seguir determinada en ello hasta que, si llego a verlo alguna vez, aquélla sea libre.
¿Qué es para ti La libertad?
La libertad es el traje que todo ser humano debe llevar puesto sin que le obliguen a quitárselo, a ocultarlo en un closet; es el camino que conduce a todas partes si se emplea con decoro; es el tiempo de ser uno mismo sin bochorno y sin grilletes; es la paloma que tenemos en el alma y en la imaginación para volar sin compromiso y posarse al fresco y a la sombra del sendero elegido a la hora de descansar en paz.
¿Las experiencias vividas han cambiado en ti el concepto Patria? ¿Piensas a menudo en “Ella”?
El concepto de Patria no cambia, lo que cambia es la Patria en sí, o sea, la que uno lleva enraizada no es alterable y esto hace referenciarla en dependencia de tu origen y de tus valores. La Patria como producto de los grilletes impuestos, es la Patria imposible. Diría que mi Patria es la posible y la imposible es un producto atroz que quisiera desconocer. De igual manera esa es Cuba, una Cuba en la que no se deja de pensar. La llevo conmigo a donde quiera, la transpiro sin darme cuenta. Puede que haya una diferencia entre quien salió de su tierra hace más de tres décadas y nunca regresó; es mi caso. Una franja cubierta con la neblina de la añoranza por otro tiempo que ya no es el mismo, que no existe hoy y que no es recuperable. Lo sé porque me crié en una familia de emigrantes españoles que nunca regresaron a España. Mi bisabuela soñaba con su Castilla de jovenzuela. Yo que escribía las cartas a los primos sobrevivientes, intuía la diferencia entre el presente de los parientes de allá y el pasado de los que tenía tan cerca. Creo que ellos todos murieron pensando en su terruño. Yo también moriré pensando en Cuba.
“… y mientras tenga en mis venas sangre
te seguiré queriendo, te seguiré adorando
y serás para mí todo mi corazón.”
(El fiel enamorado, de Paquito Portela)