Hace pocos días, el ministro de Comercio Exterior e Inversión Extranjera de Cuba, Rodrigo Malmierca, tranquilizó en París a los empresarios franceses asegurándoles que ellos y otros que "han estado durante todo este tiempo trabajando con nosotros con éxito" tienen una especie de derecho por antigüedad en Cuba sobre sus similares estadounidenses.
Admitió que los inversores estadounidenses también serán bienvenidos, pero que el Gobierno cubano tiene "una fuerte vocación de diversificación de sus relaciones económicas".
(La historia de esas relaciones ha sido de poner los huevos en una sola canasta, primero la de la URSS y luego la de Venezuela; una se "desmerengó" y la otra se está "despetroncando", palabra que viene de la raíz "¡cómo baja el precio del petróleo!").
Para desazón de los franceses y otros, ahora se anuncia el primer viaje oficial de Malmierca a Washington.
El titular llega a la capital estadounidense en un contexto sin precedentes desde 1960 para por lo menos una de las actividades a su cargo: el comercio –si bien de una sola vía– con "el imperio".
Aunque el objetivo declarado del viaje de Malmierca es continuar el diálogo económico bilateral que se inició con la visita de la secretaria de Comercio estadounidense Penny Pritzker a La Habana en octubre pasado, el ministro cubano, que ha estado promoviendo por todo el mundo una "cartera de oportunidades" de inversión en Cuba que incluye 326 negocios, se presentará la víspera ante la Cámara de Comercio de Estados Unidos, un grupo donde todo el mundo se afila los dientes ante las incontables necesidades insatisfechas que padece el "mercado" cubano.
Hasta hace dos semanas, para las empresas de Estados Unidos, salvo las exportadoras de alimentos y materias primas agropecuarias, estaba vedado acceder a ese mercado.
Sólo había una excepción al embargo, aprobada por el Congreso en 2000, y era para vender a Cuba alimentos y medicinas. Pero La Habana estaba obligada a pagar en efectivo y por adelantado, o buscar respaldo de instituciones financieras de un tercer país.
Entonces, la autoridad ejecutiva del presidente Obama hizo el milagro, y los últimos pasaron a ser los primeros.
Las enmiendas a las Regulaciones de Control de Activos Cubanos anunciadas el pasado 27 de enero por los Departamentos del Tesoro y Comercio estipulan que las compañías estadounidenses podrán exportar, previa aprobación de la Tesorería, a empresas estatales, organismos y otras entidades cubanas que se dediquen a proveer bienes y servicios al pueblo de la isla.
Y dichas exportaciones podrán ser financiadas por primera vez con cartas de crédito extendidas por instituciones financieras estadounidenses.
Se abre el diapasón
El diapasón de las ventas a Cuba se abrió así a numerosos sectores de la economía de la isla, entre ellos:
Producción agrícola; actividades artísticas; educación; procesamiento de alimentos; preparación y respuesta a desastres; salud pública y saneamiento; construcción y renovación de viviendas; transporte público; infraestructuras, e incluso el suministro a comercios mayoristas y minoristas de artículos destinados al consumo interno del pueblo cubano.
Quedaron excluidos los sectores que, como el turismo y la minería, generan divisas para el Estado. E, irónicamente, quedaron al margen del privilegio de las facilidades de pago y financiamiento los primeros en exportar a Cuba: los que venden alimentos y materias primas, cuyas manos están amarradas por la misma ley que les permite vender.
Mi colega Rosa Tania Valdés escribió un reportaje sobre la manera en que estos considerables cambios en el status quo del comercio bilateral beneficiarán a empresas y organismos cubanos en un país donde el 80% de la economía y todas las importaciones comerciales están en manos del Estado: la lista incluiría por ejemplo al Instituto de Aeronáutica Civil, la empresa de Telecomunicaciones ETECSA, los ministerios de la Construcción, Transporte, Agricultura, las universidades, el Instituto Cubano de Deportes, Educación Física y Recreación (INDER), el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) y hasta el Palacio de Convenciones de La Habana.
En el caso de los comercios minoristas aún habría que ver si los exportadores estadounidenses acabarán surtiendo las tiendas controladas por los militares que venden artículos "destinados al consumo interno del pueblo cubano", en pesos convertibles o por un maletín lleno de pesos moneda nacional.
Cierto que (todavía) no se trata de inversiones, algo sin lo cual economistas de la isla advierten que el país no podrá tener un crecimiento económico sostenible. Ellos han cifrado en $2.500 millones anuales lo que se necesita. Pero eso sí: se trata de ventas a crédito, y esto permitirá al Gobierno dar otros usos a las divisas que debía destinar a estas necesidades. Súmele lo que le están dejando las remesas ilimitadas (el año pasado crecieron al menos 10% según la Western Union) y el boom del turismo estimulado por el deshielo (3 millones y medio de viajeros, incluidos más de 160.000 estadounidenses).
Después de todo, para los jerarcas cubanos una cosa es comprar con dinero del "enemigo" y otra invitar al "enemigo" a vivir bajo su techo.
Si bien el embargo prohíbe las inversiones en Cuba, tal como prohíbe el comercio ahora facilitado, el presidente Obama podría considerar bajo la misma lógica que es un interés nacional de Estados Unidos invertir en empresas mixtas con el Gobierno de Cuba que proporcionen bienes y servicios al pueblo de la isla.
De hecho, lo hizo en el campo de las telecomunicaciones e internet cuando en su primer paquete de enmiendas a las regulaciones anunciado en enero de 2015, autorizó, bajo licencia general, "que se establezcan instalaciones comerciales de telecomunicaciones entre terceros países y Cuba, y dentro de Cuba".
La Habana ha sido bastante tibia, como si rehuyera un abrazo de oso
En el segundo, emitido en septiembre pasado, permitió en el mismo sector a "personas bajo jurisdicción estadounidense establecer una presencia empresarial en Cuba, incluidas empresas mixtas con entidades cubanas (…), participar en acuerdos a fin de obtener licencias relacionadas con dichos servicios, y comercializar dichos servicios".
La respuesta de La Habana ha sido bastante tibia, como si rehuyera un abrazo de oso. Salvo un acuerdo de roaming con la compañía Sprint, y el firmado entre el monopolio estatal ETECSA y IDT para el servicio telefónico directo entre ambos países, no ha ocurrido más nada entre los dos en ese campo. La infraestructura de internet que se instala en la isla la está proporcionando y supervisando la compañía china Huawei.
Cuando recientemente Daniel Sepúlveda, el hombre punta del Departamento de Estado para las Telecomunicaciones, presentó a sus similares cubanos las ventajas de tender un cable de fibra óptica Miami-Habana, la respuesta frustró al funcionario: "Ya tenemos uno desde Venezuela".
Mientras tanto, como señaló una vez el Washington Post, Raúl Castro se embolsilla lo que el presidente Obama le ofrece y pide más.
En un viejo cuento sobre una asamblea de méritos en Cuba, proponen para ganarse un refrigerador soviético a un trabajador que había participado en varias zafras azucareras y en las microbrigadas de la construcción, había sido condecorado en la guerra de Angola, y además sobrecumplía sus metas y era querido por todos. Atrás, un envidioso levanta la mano y dice: "Sí, todo eso es verdad, pero el compañero nunca actualiza el mural del centro de trabajo".
El cuento se parece a la respuesta que dio el diario oficial Granma a la última gran apertura unilateral de la Casa Blanca al comercio con Cuba. Luego de destacar las novedades de las exportaciones a empresas estatales cubanas y la posibilidad de financiamiento con créditos estadounidenses (una de las concesiones más anheladas por La Habana), el órgano del partido decía que se trataba "de un reconocimiento parcial, pues está muy condicionado, toda vez que será sometido a análisis casuísticos".