Rebeca, una mujer delicada, católica, de simpatía singular y elegantes modales; tuvo que padecer el síndrome “déficit de atención” para hacer semejante elección. Contraer nupcias con José Ramón Machado Ventura, a quien la fábula “El águila y La serpiente” describe al dedillo.
El doctor de marras, vicepresidente primero de la República de Cuba, devenido en reptil, tiene un único hijo heredero de malolientes cualidades que, además de arrastrado y ladino, es zigzagueante.
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Para Ernestico Machado, un hombre de baja estatura con manía de grandeza, y tan confundido de la vida como lo está de sí mismo, la amistad no es equipaje. Un pequeño asuntillo de identidad sin resolver, lo sobre agobia y convierte en un personaje sumamente complicado. Homofóbico extrovertido, y a la vez gay reprimido, aprendió a odiar sonriendo. Creció observando el ejemplo de su padre, vilipendiado constantemente por Raúl, resistiendo humillaciones y agachando la cabeza en señal de aceptación. Fue penoso, traumatizante, y finalmente reconfortante. El tiempo lo gratificó, ahora que el General Raúl Castro se convirtió en Rey de la selva, José Ramón es la atracción más visitada en el polémico y controversial zoológico nacional.
Con la inteligencia de Shrek, y la agilidad de Bugs Bunny, Ernestico es la prueba fehaciente de que La Revolución es una secta en la que el ingenio no es requisito importante para ser parte de ella. Su juventud europeizada le inculcó que los cubanos hablan alto, gesticulan demasiado, y poseen una culinaria de bajísima calidad y excesiva vulgaridad. Quizás por eso este ejemplar se autodefine “vanguardia de símbolo patrio” y es además un ferviente practicante de la negrofobia, como elegante ideología de modernidad exclusionista.
Discriminación y pertenencia, otra mezcla que asimiló bien; ya no en su plantel escolar sino en su hogar de origen. Rodeado de una servidumbre negra y uniformada, que como marca de dotación, les bordaban a modo de identificación las iniciales del más honorable mástil de la ortodoxia comunista: MV, Machado Ventura.
Con su andar de húsar prusiano y vocabulario florido; tímido, emotivo, intenso e impopular, Ernesto Machado siente obsesiva predilección por los mocasines Salvatore Ferragamo sin medias. Maestro de la lisonja y las respuestas fatuas, el poder es su vedette; se retuerce cuando habla, y nadie ha podido explicar cómo pueden compartir la cama él y su nada humilde ego, que siempre oculta algún pecado. Cuentan las lenguas paganas que cuando Príapo le hace un llamado, lo sacia con prostitutos marginales a quienes luego de brindar lo que lleva en sus bolsillos, les acusa de ladrones.
Su ilustre vida de empresario estuvo marcada por comentarios de estafa…, engaño…, extorsión… La voz popular se escuchó con excesiva indiscreción al punto de cruzar fronteras, los informes secretos llovieron en la oficina del entonces Ministro de Las FAR, y se ordenó hacer cirugía con la opinión de un policía del MININT que distraído confundió la diferencia entre honradez, osadía, inexperiencia y necedad. La versión cubana de Eliot Ness no sólo iba contra los excesos del joven Machado, también se opuso a la carrera programada de Alejandro Castro Espín como aspirante a Coronel.
Como era de esperar hubo efectos especiales, sexo y lenguaje de adultos; ni cámara lenta ni música relajante. Al policía lo movieron, y sólo porque es hijo de un papi añejo y empolvado pero con relativo poder, temporalmente formó parte de inmigración y extranjería, con el tiempo fue reinsertado, no sé si decir sobornado, a su antiguo puesto de jefe del departamento de espionaje a diplomáticos europeos. Así terminó la lección: Machadito agradecido, o más bien comprometido; y el intrépido oficial aprendió que ojo morado y mandíbula dislocada no sólo son las consecuencias de injerencia en el poder.
Podría escribir mucho más, incluso citar amenazas; pero esto no es personal, no es venganza, no es vanidad.