20 años después de El lobo, el bosque y el hombre nuevo en Cuba

Fotografía de la película Fresa y Chocolate'del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea, basada en el relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo, de Senel Paz.

En la Sala Llauradó, desde julio y hasta hoy 5 de agosto, ha podido verse nuevamente esta obra, multipremiada nacional e internacionalmente.
A 20 años de su estreno la obra El lobo, el bosque y el hombre nuevo, sostenida en el relato homónimo del escritor Senel Paz, es nuevamente llevada a escena por el Teatro Blanco y Negro, en la Sala Adolfo Llauradó, en La Habana.

En diálogo con un pequeño grupo de periodistas, Jorge Luis López, actor y director de Teatro Blanco y Negro, explicó que con la presentación, el pasado 13 de julio, de El lobo, el bosque y el hombre nuevo, se llegó a la función número 501 del espectáculo.

El dramaturgo declaró a la controlada prensa de la isla que como elemento que más caracteriza a la obra debe señalarse que "sobresale por su vigencia a pesar de los 20 años transcurridos desde su estreno."

Ahora, El lobo, el bosque y el hombre nuevo cuenta con música interpretada en vivo por la cantante Liliam Ávila y el guitarrista Oscar Garrido, quienes también ofrecen un preámbulo de música cubana para ambientar el recinto.

En la Sala Llauradó, desde julio y hasta hoy 5 de agosto, ha podido verse nuevamente esta obra, multipremiada nacional e internacionalmente.

El relato El lobo, el bosque y el hombre nuevo ha sido editado por Edición Homenaje del Ministerio de Cultura, en 1990, dos años más tarde por la Casa Editorial Luminaria, en Sancti Spíritus.

Y, por otro lado, esta obra recibió el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo, 1990, y el Premio de la Crítica Literaria, 1992, y el texto ha sido editado en 20 países, 11 idiomas y cuenta además con 15 versiones teatrales en Cuba y el extranjero.

En 1993, Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío dirigieron el filme Fresa y chocolate, basado en esa obra, que ha obtenido múltiples premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Coral al Guión Inédito en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (1992), el Premio Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Cannes, en Berlín (1994), y por si fuera poco resultó nominada al Premio Oscar a la mejor película extranjera por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood (1995).

Nada mal, por cierto, para una obra contestataria al régimen comunista de Cuba, pero, pensándolo mejor: ¿Es realmente contestataria, mínimamente contestaria, una obra como El lobo, el bosque y el hombre nuevo?

La obra es el relato de una amistad inusual que se traba entre dos hombres en la Cuba castrista, en 1979, y en la misma, David, el narrador, es un joven estudiante que vive en La Habana gracias a una beca del gobierno, y está en su último año de estudios universitarios, miembro de la Unión de Jóvenes Comunistas, lo cual significa que participa activamente en la política socialista y apoya al gobierno revolucionario con todo lo que ello implica.

David es un tipo recto, la encarnación del hombre nuevo socialista, que reconoce lo que la propaganda machacona de la dictadura le ha hecho creer: que sólo gracias a ella ha podido educarse, siendo hijo de campesinos pobres, y en consecuencia y por si fuera poco, el personaje no tiene ningún complejo en ser un delator, o chivatón como les nombra el pueblo, de las temible Policía Política.

Mientras David estudia en la ciudad, conoce a Diego, un hombre de treinta años que parece ser su contrario y, por ende, contrario a la dictadura.

Diego no es del campo, sino de La Habana, y no pertenece a ninguna asociación de jóvenes comunistas y no comparte el idealismo de David, así que los gustos de Diego pertenecerían más bien a la índole de la decadencia burguesa que la dictadura marxista quiso eliminar por todos los medios.

Diego disfruta de la literatura elitista prohibida por el castrismo y, ay, de la comida exótica, que en la Cuba comunista es casi toda comida, y, abominación de abominaciones, disfruta también de la porcelana china.

Pero, horror de lo horrores, Diego es también un desembozado homosexual y representa, por lo mismo, otra faceta de la degeneración burguesa y un atentado, cuando menos, a la estética del macho cavernario que ha de ser todo progresista revolucionario.

Pero, vamos, Diego no es ni por asomo un contestatario de tipo político, cosa que se ocupa de puntualizar reiteradamente a lo largo de la obra, y no es ni de lejos un peligro para la permanencia de los parámetros del machismo-leninismo pues, en el fondo, su supuesta disidencia no es de mente, sino de nalgas.

Diego se lamenta, en diálogo con el pichón de hombre nuevo que ha devenido en su amigo, de que los marxistas y los cristianos no entiendan que ellos, los homosexuales, pueden serles muy útiles en tanto aliados pues con más frecuencia de lo que se admite suelen compartir una misma sensibilidad. Acá, no debe pasarse por alto no sólo el deseo de colaborar con los marxistas, sino la equiparación que, de un plumazo, hace el personaje entre cristianos y marxistas.

Pero, eso es aún poco, al hacer el inventario de las cosas que quiere llevarse Diego a su exilio de bajo perfil, nada de manifestaciones políticas que puedan servir de armas al enemigo, pide a su amigo el chivatón que le consiga un afiche donde aparecen juntos Fidel Castro y Camilo Cienfuegos y, matizando, una bandera cubana y una imagen de Martí en Jamaica, para ni corto ni perezoso volver a las andadas y pedir al azorado chivatón una foto del comunista Mella con sombrero. Luengo sería oportuno señalar que, a estas alturas del juego castrista, de Mariela Castro y su inefable Centro de Educación Sexual (Cenesex), un tipo como Diego no tendría ningún problema para regresar con sus dólares a la finca castrista y, si la crisis aprieta un poco afuera, como de hecho aprieta, ni siquiera para regresar a vivir como adecuado y disciplinado súbdito a la finca castrista.

Y es que, pensándolo mejor, lo que viene a inaugurar El lobo, el bosque y el hombre nuevo en Cuba no sería otra cosa que una suerte de interesada apertura en que ser homosexual no es un problema (al menos ya no se les caza al amanecer y se les manda a los campos concentracionarios), siempre y cuando se sea un buen homosexual, buen homosexual como el buen salvaje, y esto viene a significar, ser efectivamente homosexual pero, ay, sobre todo, ser revolucionario, el ser revolucionario como carta de corzo para ser homosexual. Así, visto así, la obra del comedido Senel paz no sería más que, valores literarios aparte, una especie de antecedente cultural de lo que después serían Mariela Castro, la hija del general, y su inefable Cenesex.