La situación de los Derechos Humanos en China dista mucho de mejorar.
A pesar del constante monitoreo de entidades tales como Reporteros Sin Fronteras (RSF) y Human Rights Watch (HRW), el gigante asiático persiste en la persecución y el encarcelamiento de disidentes y, sobre todo, de quienes se ocupan de informar al mundo de lo que ocurre tras las milenarias rocas de la Gran Muralla.
El escritor y activista pro Derechos Humanos Liu Xiaobo, firmante en 2008 de la Carta 08, fue detenido en 2019 bajo sospecha de “incitar a la subversión contra el poder del Estado” y condenado a once años de prisión.
El 13 de julio de 2017, ante la mirada atónita del mundo, Xiaobo moría entre rejas a causa de un cáncer por el que nunca recibió tratamiento. De nada sirvieron las múltiples peticiones de clemencia ni el haber resultado ganador del Premio Nobel de la Paz en 2010.
“Pese a la conmoción internacional que supuso la muerte de Liu Xiaobo, China persiste en su política de maltratar sistemáticamente a todos los periodistas detenidos”, informa Cédric Alviani, encargado del capítulo Asia de Reporteros Sin Fronteras.
También en 2017 y por las mismas causas, fallecía en reclusión el escritor y bloguero Yang Tongyan. Según RSF, dadas las malas condiciones de salud y la falta de asistencia médica, las vidas de los periodistas independientes Qin Yongmin y Huang Qi, junto al editor sueco Gui Minhai, están corriendo el mismo riesgo.
De los 180 países que se encuentran en la última Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa realizada por Reporteros Sin Fronteras, China ocupa el lugar 177, por lo cual Alviani pide “intensificar la presión al régimen para que ponga en libertad a todos los defensores de la libertad que tiene detenidos”.