La peligrosidad de los nombres

Cementerio de Lares, Puerto Rico.

Si el hombre hubiera adivinado el poder que las palabras tendrían sobre él hubiera permanecido mudo. Pero la tentación de nombrarlo todo -es decir, de apropiarse de todo, porque aquello que nombramos responde a nosotros- pudo más, y más de un nombre acabó poniéndose al servicio de fuerzas imprevisibles y superiores a las suyas.

Nombrar los huracanes es una insensatez en la que el hombre reincide sin percatarse de que estos fenómenos atmosféricos no desaprovechan oportunidad para ensañarse con aquellos lugares donde su azote resulta más injustificado y hacerle quedar mal. Bastó que llamara "María" a uno de ellos para que el muy ingrato traicionara el linaje de ese nombre y redujera a ruinas a Puerto Rico. Imposible desaprovechar la ocasión: una isla donde todo verdeaba, un nombre que pregonaba su opulencia natural y el ser humano convencido de que un meteoro cuyo apelativo remite a las esferas más altas del panteón cristiano no se atrevería a encarnizarse con él.

Igualmente inútil fue que la capital del país creciera a la sombra de San Juan, el discípulo predilecto, aquél a quien Jesús encomendó a su madre a los pies de la cruz. "María" arremetió contra él como si lejos de recordarle a su hijo le recordara a uno de los soldados que lo crucificaron.

Hay textos cuya primera línea basta para ensimismarnos. Es el caso de la que inicia un excelente reportaje del periodista Pablo de Llano publicado por el diario El País: "Los nombres de los pueblos los carga el diablo". De Llano parafrasea un viejo refrán (a las armas las carga el diablo) para recordar que esos nombres pueden ser tan peligrosos como un arma de fuego en manos de Satanás, y para referirse a un sector del municipio puertorriqueño de Toa Baja, uno de los más afectados por la animosidad de "María": Villa Calma. Ningún lugar mejor para desacreditar a quien lo bautizó y descorazonar a quienes lo han habitado seguros de que ese nombre desalentaría cualquier intención natural o sobrenatural de hacerles daño.

Ni los lares, antiguos dioses romanos de la familia, custodios del hogar, antecesores de las imágenes que hoy cuelgan, enmarcadas, de las paredes de muchos domicilios católicos, pudieron impedir que "María" arrasara la ciudad de Lares. La embestida quebró el asfalto de las callejuelas que atraviesan el cementerio municipal, algunos panteones se derrumbaron, los ángeles perdieron las alas, los santos tuvieron que recostarse los unos a los otros para no caer, las cruces temieron ser convertidas en veletas o svásticas, y algunos ataúdes quedaron a la intemperie, expuestos a la lluvia, los empellones del viento y las inundaciones. Lares fue un campo de batalla donde las deidades paganas y cristianas volvieron a enfrentarse azuzadas por sus respectivos nombres.

Si no fuera irreverente cabría circunscribirse al ámbito de la Sagrada Familia, hablar de una disputa matrimonial y responsabilizar a sus protagonistas por los daños causados a la ciudad misma, cuyo nombre original fue el que conserva su iglesia: San José de Lares.

Recapacito: hay nombres capaces de actuar por sí solos e ingeniárselas para que la culpa de cualquier infortunio provocado por ellos caiga sobre quienes, inocentes, los prestigian.