La esposa del subcontratista Alan Gross culpó al gobierno cubano "por detenerlo y por mandarlo a la cárcel"
Tres años después del arresto del estadounidense Alan Gross en Cuba por distribuir material de comunicaciones, su esposa Judith afirma que el régimen castrista no le da pista alguna sobre el futuro del arrestado.
Este domingo por la tarde Judith Gross se manifestará una vez más frente a la Sección de Intereses cubanos en Washington, como ha hecho en varias ocasiones, a veces casi en solitario, frente a una verja que hasta ahora no se ha abierto.
"Mi prioridad es que Alan cruce la puerta de casa. Eso es lo más importante", explicó en entrevista a la AFP vía telefónica. Pero treinta y seis meses después de la detención de su marido, que acabó condenado a 15 años de cárcel, "sentimos que necesitamos hallar algún tipo de compensación", explicó.
"Le pedimos al presidente (Barack) Obama, ahora que han pasado las elecciones, que se involucre en esto", añadió.
Hace meses que Judith Gross no habla con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien ha exigido numerosas veces públicamente la liberación de Alan.
Visitó a su esposo, de 63 años, por última vez en septiembre pasado. El trato con ella siempre fue correcto, pero hermético.
"No sé qué es lo que piensan los cubanos, lo he estado intentando averiguar desde hace tres años", explica.
"Estoy muy enojada con Cuba por detenerlo y por mandarlo a la cárcel. Se trata de darle una lección a Estados Unidos", dijo.
Alan Gross empezó a viajar a La Habana en marzo de 2009 y su esposa asegura que en el último viaje antes de la detención, el 3 de diciembre de ese año, ya había planteado abiertamente a su contratista, Development Alternatives (DAI), que tenía la impresión que lo estaban siguiendo en la isla.
El gobierno, y en concreto la agencia de ayuda exterior Usaid, "debían tener alguna idea (del peligro) y fueron totalmente negligentes", explica.
Pero Alan Gross era un especialista en ayuda a países subdesarrollados, con misiones en una cincuentena de países, reconoce su esposa.
Alan aceptó inmediatamente la misión, contratada por la agencia de desarrollo Usaid, en cuanto supo que se trataba de ayudar con material informático a grupos judíos en la isla.
"No es un hombre naif" insiste Judith, sino un entusiasta de la causa judía en todo el mundo.
Gross había viajado antes a Cuba como turista. "Pensábamos ir algún día juntos", asegura Judith.
Este domingo por la tarde Judith Gross se manifestará una vez más frente a la Sección de Intereses cubanos en Washington, como ha hecho en varias ocasiones, a veces casi en solitario, frente a una verja que hasta ahora no se ha abierto.
"Mi prioridad es que Alan cruce la puerta de casa. Eso es lo más importante", explicó en entrevista a la AFP vía telefónica. Pero treinta y seis meses después de la detención de su marido, que acabó condenado a 15 años de cárcel, "sentimos que necesitamos hallar algún tipo de compensación", explicó.
"Le pedimos al presidente (Barack) Obama, ahora que han pasado las elecciones, que se involucre en esto", añadió.
Hace meses que Judith Gross no habla con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, quien ha exigido numerosas veces públicamente la liberación de Alan.
Visitó a su esposo, de 63 años, por última vez en septiembre pasado. El trato con ella siempre fue correcto, pero hermético.
"No sé qué es lo que piensan los cubanos, lo he estado intentando averiguar desde hace tres años", explica.
"Estoy muy enojada con Cuba por detenerlo y por mandarlo a la cárcel. Se trata de darle una lección a Estados Unidos", dijo.
Alan Gross empezó a viajar a La Habana en marzo de 2009 y su esposa asegura que en el último viaje antes de la detención, el 3 de diciembre de ese año, ya había planteado abiertamente a su contratista, Development Alternatives (DAI), que tenía la impresión que lo estaban siguiendo en la isla.
El gobierno, y en concreto la agencia de ayuda exterior Usaid, "debían tener alguna idea (del peligro) y fueron totalmente negligentes", explica.
Pero Alan Gross era un especialista en ayuda a países subdesarrollados, con misiones en una cincuentena de países, reconoce su esposa.
Alan aceptó inmediatamente la misión, contratada por la agencia de desarrollo Usaid, en cuanto supo que se trataba de ayudar con material informático a grupos judíos en la isla.
"No es un hombre naif" insiste Judith, sino un entusiasta de la causa judía en todo el mundo.
Gross había viajado antes a Cuba como turista. "Pensábamos ir algún día juntos", asegura Judith.