El régimen verde olivo ha transformado a Martí en un auténtico marketing político. Una marca registrada de la casa. Lo mismo se puede citar a Martí en una lid de boxeo, la apertura de un Festival de Cine o en un simposio sobre flora y fauna.
José Martí: matar a un prócer
José Martí (28 de enero de 1853-19 de mayo de 1895) es el héroe de los dos bandos. Las referencias martianas, sacadas al bulto, son de uso obligado en la vida política cubana. Disidentes y seguidores de los Castro lo usan como pie forzado para sustentar su ideario político.
Los cubanos, que casi nunca nos ponemos de acuerdo en nada, subscribimos que el poeta y político liberal nacido en La Habana es la figura insigne de la Nación. 160 años después, su apasionada oratoria se utiliza como pan recién salido del horno. Un comodín para todos los gustos.
El régimen verde olivo ha transformado a Martí en un auténtico marketing político. Una marca registrada de la casa. Lo mismo se puede citar a Martí en una lid de boxeo, la apertura de un Festival de Cine o en un simposio sobre flora y fauna. Si algo sobra en Cuba son citas martianas.
Pocos ponen en duda su grandeza. El Apóstol no fue el típico héroe americano de corta y clava. No. El espadón y el máuser no eran su fuerte. En un continente, donde los próceres más importantes cargaban con un ramillete de heridas en su anatomía y cientos de batallas, el humanista cubano se codea entre los grandes de América por su vocación demócrata.
Su hoja de servicios con el machete o la carabina es breve. Nada ver que ver con el Libertador Simón Bolívar, Antonio José de Sucre o José de San Martín. Tampoco tuvo la habilidad militar de un George Washington o la agudeza jurídica de los Padres Fundadores, quienes en un salón de Filadelfia plasmaron una breve y fabulosa Carta Magna.
Es loable la visión política de Pepe Martí, su amor a prueba de bombas por su patria y la capacidad de unir a los enfadados y ególatras guerreros de nuestra Independencia. Fue un hombre adelantado a su época. Su rara manía de escuchar y su talante democrático son de estos tiempos.
Por eso todos los iniciados en política, sean opositores o fieles a los hermanos Castro, tienen un registro amplio de citas y trozos de discursos en el disco duro de su ordenador. Visite usted a cualquier intelectual cubano y observará que en sus anaqueles no faltan las Obras Completas de José Martí. Sin embargo, tanta letanía repetitiva de frases martianas aburre a la generación del iPhone y los videojuegos.
Los niños y adolescentes cubanos del tercer milenio, han crecido en círculos infantiles y escuelas donde en el patio hay un busto de Martí y cada día han coreado el lema de ser como el Che. Los maestros emergentes no se han ocupado de bajar del pedestal al Héroe Nacional.
Y la imagen que hoy que tienen muchos estudiantes, es el de un tipo que nunca sonreía y vestía de negro como un funerario. Un cubano sin gancho. Cineastas como Fernando Perez han intentado desmontarlo del santoral. Y en su formidable filme El ojo del canario, muestra su adolescencia al estilo de un vecino del barrio.
Tener a un José Martí de carne y hueso, verlo como un hombre adúltero en sus relaciones amorosas y que bebía más Ginebra de lo recomendable, lo hace un héroe más cercano. Pero los medios oficiales siguen apostando por vendernos a un Martí de attrezzo. Infalible, antimperialista y perfecto.
Algo que no era. Percibió las apetencias imperiales del naciente y pujante Estados Unidos de América. Pero también admiró sus raíces liberales y el juego democrático.
La falta más grave del régimen de Fidel Castro, para demostrar que su revolución es la continuidad de la obra martiana, fue alistar al prócer coqueteando con la ideología marxista. Lo manipulan a conveniencia. José Martí vislumbró el peligro que engendraba la ideología del alemán Carlos Marx.
Me quedo con una cita: "Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos de poder, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados".
Traernos de vuelta a un José Martí creíble es la tarea de quienes velan por su obra. Sobre todo para convencer a las nuevas generaciones de que aquel cubano formidable fue mucho más que un diletante, un poeta o político vestido de luto y mirada triste.
José Martí (28 de enero de 1853-19 de mayo de 1895) es el héroe de los dos bandos. Las referencias martianas, sacadas al bulto, son de uso obligado en la vida política cubana. Disidentes y seguidores de los Castro lo usan como pie forzado para sustentar su ideario político.
Los cubanos, que casi nunca nos ponemos de acuerdo en nada, subscribimos que el poeta y político liberal nacido en La Habana es la figura insigne de la Nación. 160 años después, su apasionada oratoria se utiliza como pan recién salido del horno. Un comodín para todos los gustos.
El régimen verde olivo ha transformado a Martí en un auténtico marketing político. Una marca registrada de la casa. Lo mismo se puede citar a Martí en una lid de boxeo, la apertura de un Festival de Cine o en un simposio sobre flora y fauna. Si algo sobra en Cuba son citas martianas.
Pocos ponen en duda su grandeza. El Apóstol no fue el típico héroe americano de corta y clava. No. El espadón y el máuser no eran su fuerte. En un continente, donde los próceres más importantes cargaban con un ramillete de heridas en su anatomía y cientos de batallas, el humanista cubano se codea entre los grandes de América por su vocación demócrata.
Su hoja de servicios con el machete o la carabina es breve. Nada ver que ver con el Libertador Simón Bolívar, Antonio José de Sucre o José de San Martín. Tampoco tuvo la habilidad militar de un George Washington o la agudeza jurídica de los Padres Fundadores, quienes en un salón de Filadelfia plasmaron una breve y fabulosa Carta Magna.
Es loable la visión política de Pepe Martí, su amor a prueba de bombas por su patria y la capacidad de unir a los enfadados y ególatras guerreros de nuestra Independencia. Fue un hombre adelantado a su época. Su rara manía de escuchar y su talante democrático son de estos tiempos.
Por eso todos los iniciados en política, sean opositores o fieles a los hermanos Castro, tienen un registro amplio de citas y trozos de discursos en el disco duro de su ordenador. Visite usted a cualquier intelectual cubano y observará que en sus anaqueles no faltan las Obras Completas de José Martí. Sin embargo, tanta letanía repetitiva de frases martianas aburre a la generación del iPhone y los videojuegos.
Los niños y adolescentes cubanos del tercer milenio, han crecido en círculos infantiles y escuelas donde en el patio hay un busto de Martí y cada día han coreado el lema de ser como el Che. Los maestros emergentes no se han ocupado de bajar del pedestal al Héroe Nacional.
Y la imagen que hoy que tienen muchos estudiantes, es el de un tipo que nunca sonreía y vestía de negro como un funerario. Un cubano sin gancho. Cineastas como Fernando Perez han intentado desmontarlo del santoral. Y en su formidable filme El ojo del canario, muestra su adolescencia al estilo de un vecino del barrio.
Tener a un José Martí de carne y hueso, verlo como un hombre adúltero en sus relaciones amorosas y que bebía más Ginebra de lo recomendable, lo hace un héroe más cercano. Pero los medios oficiales siguen apostando por vendernos a un Martí de attrezzo. Infalible, antimperialista y perfecto.
Algo que no era. Percibió las apetencias imperiales del naciente y pujante Estados Unidos de América. Pero también admiró sus raíces liberales y el juego democrático.
La falta más grave del régimen de Fidel Castro, para demostrar que su revolución es la continuidad de la obra martiana, fue alistar al prócer coqueteando con la ideología marxista. Lo manipulan a conveniencia. José Martí vislumbró el peligro que engendraba la ideología del alemán Carlos Marx.
Me quedo con una cita: "Dos peligros tiene la idea socialista, como tantas otras: el de las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas y el de la soberbia y la rabia disimulada de los ambiciosos de poder, que para ir levantándose en el mundo empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores de los desamparados".
Traernos de vuelta a un José Martí creíble es la tarea de quienes velan por su obra. Sobre todo para convencer a las nuevas generaciones de que aquel cubano formidable fue mucho más que un diletante, un poeta o político vestido de luto y mirada triste.