OPINION. Intelectuales franceses y Cuba: una historia de complicidad, desilusión e indiferencia

Fidel Castro junto al actor Gerard Depardieu y el empresario Gerard Bourgoin (der.) en La Habana en 1996.

LOS INTELECTUALES FRANCESES (Y OTROS),

DE LA COMPLICIDAD A LA DESILUSIÓN Y LUEGO A LA INDIFERENCIA

JACOBO MACHOVER

En el principio era Gérard Philipe, y el mensajero de la revolución triunfante era Guevara, no el Che, sino Alfredo, el diabólico mentor de Fidel y de Raúl Castro, quien se iba a encargar del mejor instrumento de propaganda de los regímenes comunistas, el cine.

El actor francés, inolvidable intérprete del Cid en teatro, de innumerables papeles de aventurero, fue a Cuba con su esposa Anne después de haber trabajado en México en la que sería su última película, La fiebre sube al Pao, de Luis Buñuel. Se había comprometido a volverse el abanderado del nuevo Gobierno y a ser en la pantalla… Raúl Castro – Fidel iba a tener el rostro de… Marlon Brando.

Las negociaciones entre los enviados de Castro y los productores hollywoodenses fracasaron, y Gérard Philipe tuvo la mala suerte de morir, demasiado joven, a finales de 1959. Los encargados de la propaganda entendieron, sin embargo, que tenían en Francia, cuna de Robespierre, tan admirado por Fidel Castro, y del Terror revolucionario, una tierra de elección.

Allí mandaron a uno de sus principales portavoces, el director del diario Revolución, aquel que había lanzado la « Operación Verdad » para justificar los fusilamientos masivos de supuestos « esbirros » y opositores: el futuro disidente y exiliado Carlos Franqui. Éste llevaba el encargo de convencer al príncipe de los filósofos, Jean-Paul Sartre, y a su compañera Simone de Beauvoir, de ir a Cuba para luego cantar las proezas del Comandante en jefe. Sartre cumplió, con creces. Se pasó un mes en la isla, en febrero y marzo de 1960.

Y luego escribió. Los 16 artículos publicados meses después y reagrupados bajo el título de Huracán sobre el azúcar constituyen una sarta de consignas repetidas hasta la saciedad, de elogios ditirámbicos a Fidel Castro y de consideraciones generales que reflejaban su ignorancia y sus abominaciones racistas contra Fulgencio Batista. Pero está también lo que no dice : las ejecuciones que él y Beauvoir presenciaron, invitados por el Che Guevara. « Nunca es muy linda una ejecución », confiaría Beauvoir en una entrevista. Así cuajaba la complicidad de esos grandes espíritus con la pequeñez de un sistema criminal: con un pacto de silencio. Dejarían de brindar su apoyo al castrismo diez años más tarde, en 1971, junto con otros escritores y artistas del mundo entero, a raíz del « caso Padilla ».

A partir de ese momento, la mayoría de los intelectuales dignos de ese nombre dejaron de brindarle su apoyo incondicional a la revolución, con excepción de un Gabriel García Márquez, un Julio Cortázar, o un Mario Benedetti y unos cuantos poetastros más.

Entonces hubo que ir a buscar, mucho más tarde, a gente de menor calado, allí donde se presentaran, en España con un Willy Toledo, en Estados Unidos con una Katy Perry, una Madonna, o con un Oliver Stone. El cineasta, guionista del Scarface de Brian de Palma, realizó dos documentales con Fidel Castro, Comandante y Looking for Fidel. En este último, su admirado caudillo reanudaba con las prácticas que había implementado con Sartre y varios más: en una « conversación » con los tres jóvenes ejecutados durante la primavera negra de 2003, Castro los obligaba a reconocer la « justicia » de sus condenas a muerte. Stone parecía no haberse dado cuenta siquiera de la monstruosidad de su humillación ante sus cámaras, contraria a todas las leyes internacionales sobre los prisioneros.

Y en la cuna de la ceguera del pensamiento, Francia, ¿qué pasó desde aquellos primeros años de adhesión casi general? Por supuesto, los admiradores de Fidel Castro siguieron proliferando pero a un nivel menor. El caso más sonado es el del actor Gérard Depardieu, íntimo amigo, por otra parte, del gran demócrata Vladimir Putin y compinche de Kim Jong-un y otros de sus semejantes. Hay que señalar, como curiosidad, que Depardieu había firmado, en 1988, la carta redactada por el escritor Reinaldo Arenas y el pintor Jorge Camacho reclamando un plebiscito a favor de la democracia en Cuba. Pero más tarde, intentó hacer negocios (fallidos) en Cuba, buscando petróleo cerca de Guanabo, y posó en fotos, cocinando con su socio dictador. Sin embargo, no habló casi, ni escribió. El actor no tenía, claro está, la capacidad de conceptualización del filósofo precursor.

Depardieu fue, y sigue siendo, objeto de indignación y de burla. Igual que los políticos que han proclamado su simpatía por el Comandante. Entre ellos, hay que citar a la ex primera dama Danielle Mitterrand, la más enamorada, literalmente, de sus admiradoras, al ex ministro de Cultura Jack Lang, guía de Castro, en 1995, en el museo del Louvre frente a la « Mona Lisa », al « insumiso » Jean-Luc Mélenchon, vertiendo lágrimas públicamente el día de su muerte en 2016, a la ex ministra socialista Ségolène Royal, que duda que haya presos políticos en Cuba, y a su ex compañero y ex presidente François Hollande, que recibió a Raúl Castro con todos los honores y le devolvió la visita en 2019.

Pero todos ellos, al igual que la alcaldesa socialista de París Anne Hidalgo, quien ve en el Che Guevara un « héroe romántico », solamente provocan reacciones indignadas o sarcásticas por parte de los filósofos de nuestros tiempos, más cercanos al pensamiento de Albert Camus que al de Jean-Paul Sartre, como Bernard-Henri Lévy, Michel Onfray o Raphaël Enthoven. Todos ellos claman con fuerza que los Castro sólo deben ser considerados como unos tiranos y el Che como un asesino despiadado.

Han acabado por hacernos caso a los que hemos estado mostrando durante décadas los horrores del régimen, a pesar de los obstáculos, y escrito la verdad sobre sobre los mitos revolucionarios. Sin embargo, fuera del intermedio observado con los poetas, periodistas y activistas presos durante la primavera negra, sus tomas de posición no llegan hasta solidarizarse en forma duradera con los disidentes y los exiliados. Después de la complicidad y de la desilusión, prefieren refugiarse en una actitud más cómoda para ellos, que no implica ningún riesgo de equivocarse, como hace 60 años: la indiferencia hacia los cubanos libres, los que luchan por la libertad.