Opositor detenido durante funerales de Payá describe lo vivido: A golpes y empujones caímos al suelo mientras un coronel daba palmazos sobre el carro fúnebre ordenándole que saliera.
El reverendo Ricardo Santiago Medina Salabarría ex preso político y miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Cuba Independiente y Democrática (CID) escribió una crónica donde recoge lo vivido por un grupo de miembros de la sociedad civil cubana detenidos cuando se unieron al cortejo fúnebre con los restos mortales de Oswaldo Payá Sardiñas.
“Participé en la misa de exequias presidida por el cardenal Jaime Ortega, asistido de seis obispos y varios sacerdotes, entre los obispos se encontraba el de Granma, solidarizado con los sucesos ocurridos en su diócesis.
Con una inexplicable mezcla de recogimiento, orgullo y satisfacción escuché con detenimiento las fuertes y radiantes palabras de agradecimiento y denuncia de Rosa María Payá, hija de mi desaparecido hermano. Me parecía increíble que aquella niña que conocí manifestara esa fortaleza interior en un momento tan difícil, y aplaudí con ímpetu terminada sus palabras. Después los clérigos no salieron en procesión, si no que se retiraron por una de las puertas diaconales que dan acceso a la sacristía.
Hicimos una senda a ambos lados para dar paso al ataúd de Payá. Un mar de personas del pueblo estaba reunido para ver y despedir al fundador del Movimiento Cristiano Liberación. Se coordinaba en que transporte salíamos al cementerio. La inseguridad del estado estaba vestida de civil (se refiere a la Seguridad del Estado).
Coroneles y tenientes coroneles dirigiendo un cordón de policías detenían el carro fúnebre en Peñón y Calzada del Cerro. Exigían saber el recorrido del funeral. Tenían toda la intención de no permitir que lo acompañáramos.
“Guillermo Fariñas me dijo: “tienen guaguas, que nos las pongan a nosotros para ir al entierro”. Las guaguas eran para el arresto. Como exigíamos acompañar a Payá se lanzaron contra nosotros. A golpes y empujones caímos al suelo mientras un coronel daba palmazos sobre el carro fúnebre ordenándole que saliera en sentido contrario.
Un uniformado de la policía especializada le arrebató el reloj a Fariñas. El ex prisionero de conciencia Félix Navarro y yo abrazamos a Fariñas para protegerlo de los golpes. Nos pateaban y nos daban puñetazos en las manos para separarnos de él. Cuando nos arrastraban oímos los gritos de la gente: ¡abusadores no le den que ellos no han hecho nada!
Uno de los esbirros me levantó por el cuello y me sostenía en el aire. No podía respirar y sentía que me asfixiaba. Abdel Rodríguez le gritaba que me estaba ahorcando y forcejaba con él tratando de zafarle las manos. Cuando pude coger aire les grité: “asesinos, asesinos, asesinos”… otros dos de la inseguridad me levantaron en peso por mis hombros y me llevaban por la fuerza al ómnibus. Decían: cállate porque te voy a matar, uno me abofeteó rompiéndome los espejuelos. Otros golpeaban a cada activista que entraba a la guagua.
Fariñas fue de los últimos por subir y lo sentaron a mi lado con una posta que lo neutralizaba en el asiento. Un joven de pelo rubio que vestía pullover rosado lo golpeaba. Todos tratábamos de defenderlo. Una karateca se sostenía de una parrilla del ómnibus y pateaba por encima del asiento a Alejandro hasta que lo noqueó.
Aile Rodríguez, la esposa de Rodiles, del equipo de trabajo de Estados de SATS, trataba de defender y reanimar a Alejandro mientras la golpeaban. Ella les decía: “quien los manda no da el frente y son ustedes los que aparecen como represores, ustedes mismos no creen en lo que hacen, actúan como autómatas y a través del dialogo podían lograr más”.
El compañero del CID Pavel Herrera les gritaba: “son muy jóvenes caminarán junto a nosotros, pero con la vergüenza de haber golpeado y de llevar las manos manchadas de sangre”. A Madeleine Caraballo, del Partido Republicano, la golpearon y la hicieron sangrar de una pierna. Patearon también al activista del CID Joan Guzmán Díaz y se le abrieron los puntos de una herida en el abdomen de otra agresión días antes.
Al paso por la ciudad gritábamos libertad y todos contemplaban el forcejeo dentro del ómnibus desde la parte de adelante hasta el fondo. Un forzudo golpeó a Fariñas en el rostro. Me exigían que me callara y yo les decía: cállame tú. Jorge Cartorberi, pedía silencio en nombre de Payá de ambas partes (represores y opositores). Me negué gritando, “no me callo, ese sería un silencio cómplice” y continuamos junto a Navarro, Fariñas y otros desafiando a los represores.
Llegamos a Tarará y nos bajaron de uno en uno. Fariñas dijo: “yo quiero ser el primero en que me den un tiro, mátame asesino”, sosteniendo las manos detrás de su cuerpo. Fuimos ubicados de dos o tres por aula de escuela. Junto a mi estaba a Francisco Rangel de Colón-Matanzas y Alejandro, el joven que hace fotos a las Damas de Blanco en Santa Rita. Nos custodiaba un militar que vestía uniforme de gala del MININT. Me interrogó interesado en saber cómo me había enterado del suceso y del seguimiento de los funerales. Le expliqué lo que era la red social Twitter, porque la desconocía.
Transcurrido el tiempo la misma mujer que pateaba en la guagua trajo una caja de cartón con comida para los tres, un bocadito y una lata de puré de frutas, que todos rechazamos. Aproveché y le dije: “primero nos golpeas y ahora nos quieres dar de comer, asesina, fascista”. Respondió: “si quieren la comen y si no la dejan”.
Fui el último de los detenidos en Tarará. Los guardias que sirvieron de posta recogieron y se llevaron a sus casas todas las cajas de comidas y compotas. Cuando me montaban en la patrulla 046 para traerme a La Habana, Pedro Chávez instructor del cuartel general de la inseguridad del estado en Villa Marista, me dijo: “estas a 20 km de La Habana, para que lo pongas en la noticia”.
Vi al final del pasillo una cámara con un trípode que filmaba. Comprendí que era una provocación más para grabarnos. Entregó mi móvil e identificación al copiloto del patrullero que me trajo hasta Zanja y Dragones. Cuando llegamos me los dieron. Me dijeron puedes irte. Ese día fuimos leales a Payá, al pueblo y a la libertad.
Para leer la crónica completa puede ir a cubacid.blogspot.com
Para ver la imágenes en you tube ir a Represión en el funeral de Oswaldo Payá
“Participé en la misa de exequias presidida por el cardenal Jaime Ortega, asistido de seis obispos y varios sacerdotes, entre los obispos se encontraba el de Granma, solidarizado con los sucesos ocurridos en su diócesis.
Con una inexplicable mezcla de recogimiento, orgullo y satisfacción escuché con detenimiento las fuertes y radiantes palabras de agradecimiento y denuncia de Rosa María Payá, hija de mi desaparecido hermano. Me parecía increíble que aquella niña que conocí manifestara esa fortaleza interior en un momento tan difícil, y aplaudí con ímpetu terminada sus palabras. Después los clérigos no salieron en procesión, si no que se retiraron por una de las puertas diaconales que dan acceso a la sacristía.
Hicimos una senda a ambos lados para dar paso al ataúd de Payá. Un mar de personas del pueblo estaba reunido para ver y despedir al fundador del Movimiento Cristiano Liberación. Se coordinaba en que transporte salíamos al cementerio. La inseguridad del estado estaba vestida de civil (se refiere a la Seguridad del Estado).
Coroneles y tenientes coroneles dirigiendo un cordón de policías detenían el carro fúnebre en Peñón y Calzada del Cerro. Exigían saber el recorrido del funeral. Tenían toda la intención de no permitir que lo acompañáramos.
“Guillermo Fariñas me dijo: “tienen guaguas, que nos las pongan a nosotros para ir al entierro”. Las guaguas eran para el arresto. Como exigíamos acompañar a Payá se lanzaron contra nosotros. A golpes y empujones caímos al suelo mientras un coronel daba palmazos sobre el carro fúnebre ordenándole que saliera en sentido contrario.
Un uniformado de la policía especializada le arrebató el reloj a Fariñas. El ex prisionero de conciencia Félix Navarro y yo abrazamos a Fariñas para protegerlo de los golpes. Nos pateaban y nos daban puñetazos en las manos para separarnos de él. Cuando nos arrastraban oímos los gritos de la gente: ¡abusadores no le den que ellos no han hecho nada!
Uno de los esbirros me levantó por el cuello y me sostenía en el aire. No podía respirar y sentía que me asfixiaba. Abdel Rodríguez le gritaba que me estaba ahorcando y forcejaba con él tratando de zafarle las manos. Cuando pude coger aire les grité: “asesinos, asesinos, asesinos”… otros dos de la inseguridad me levantaron en peso por mis hombros y me llevaban por la fuerza al ómnibus. Decían: cállate porque te voy a matar, uno me abofeteó rompiéndome los espejuelos. Otros golpeaban a cada activista que entraba a la guagua.
Fariñas fue de los últimos por subir y lo sentaron a mi lado con una posta que lo neutralizaba en el asiento. Un joven de pelo rubio que vestía pullover rosado lo golpeaba. Todos tratábamos de defenderlo. Una karateca se sostenía de una parrilla del ómnibus y pateaba por encima del asiento a Alejandro hasta que lo noqueó.
Aile Rodríguez, la esposa de Rodiles, del equipo de trabajo de Estados de SATS, trataba de defender y reanimar a Alejandro mientras la golpeaban. Ella les decía: “quien los manda no da el frente y son ustedes los que aparecen como represores, ustedes mismos no creen en lo que hacen, actúan como autómatas y a través del dialogo podían lograr más”.
El compañero del CID Pavel Herrera les gritaba: “son muy jóvenes caminarán junto a nosotros, pero con la vergüenza de haber golpeado y de llevar las manos manchadas de sangre”. A Madeleine Caraballo, del Partido Republicano, la golpearon y la hicieron sangrar de una pierna. Patearon también al activista del CID Joan Guzmán Díaz y se le abrieron los puntos de una herida en el abdomen de otra agresión días antes.
Al paso por la ciudad gritábamos libertad y todos contemplaban el forcejeo dentro del ómnibus desde la parte de adelante hasta el fondo. Un forzudo golpeó a Fariñas en el rostro. Me exigían que me callara y yo les decía: cállame tú. Jorge Cartorberi, pedía silencio en nombre de Payá de ambas partes (represores y opositores). Me negué gritando, “no me callo, ese sería un silencio cómplice” y continuamos junto a Navarro, Fariñas y otros desafiando a los represores.
Llegamos a Tarará y nos bajaron de uno en uno. Fariñas dijo: “yo quiero ser el primero en que me den un tiro, mátame asesino”, sosteniendo las manos detrás de su cuerpo. Fuimos ubicados de dos o tres por aula de escuela. Junto a mi estaba a Francisco Rangel de Colón-Matanzas y Alejandro, el joven que hace fotos a las Damas de Blanco en Santa Rita. Nos custodiaba un militar que vestía uniforme de gala del MININT. Me interrogó interesado en saber cómo me había enterado del suceso y del seguimiento de los funerales. Le expliqué lo que era la red social Twitter, porque la desconocía.
Transcurrido el tiempo la misma mujer que pateaba en la guagua trajo una caja de cartón con comida para los tres, un bocadito y una lata de puré de frutas, que todos rechazamos. Aproveché y le dije: “primero nos golpeas y ahora nos quieres dar de comer, asesina, fascista”. Respondió: “si quieren la comen y si no la dejan”.
Fui el último de los detenidos en Tarará. Los guardias que sirvieron de posta recogieron y se llevaron a sus casas todas las cajas de comidas y compotas. Cuando me montaban en la patrulla 046 para traerme a La Habana, Pedro Chávez instructor del cuartel general de la inseguridad del estado en Villa Marista, me dijo: “estas a 20 km de La Habana, para que lo pongas en la noticia”.
Vi al final del pasillo una cámara con un trípode que filmaba. Comprendí que era una provocación más para grabarnos. Entregó mi móvil e identificación al copiloto del patrullero que me trajo hasta Zanja y Dragones. Cuando llegamos me los dieron. Me dijeron puedes irte. Ese día fuimos leales a Payá, al pueblo y a la libertad.
Para leer la crónica completa puede ir a cubacid.blogspot.com
Para ver la imágenes en you tube ir a Represión en el funeral de Oswaldo Payá