Palabras de la embajadora Samantha Power, representante permanente de Estados Unidos ante las Naciones Unidas, en la reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre el embargo a Cuba, 26 de octubre de 2016.
Durante más de 50 años, Estados Unidos tuvo una política destinada a aislar al gobierno de Cuba. Durante casi la mitad de ese tiempo, los Estados Miembros de las Naciones Unidas votaron de forma contundente a favor de una resolución de la Asamblea General que condena el embargo de Estados Unidos y pide que se termine. Estados Unidos siempre votó en contra de esta resolución. Hoy Estados Unidos se abstendrá.
Muchas gracias. Permítanme explicar por qué. En diciembre de 2014, el presidente Obama dejó en claro su oposición al embargo y pidió a nuestro Congreso que tomara medidas para levantarlo. Sin embargo, si bien el gobierno de Obama está de acuerdo en que debe levantarse el embargo de Estados Unidos a Cuba —tengo que ser clara—, no apoyamos el cambio por el motivo que se indica en esta resolución. Todas las acciones de Estados Unidos con respecto a Cuba se ajustaron y se ajustan plenamente a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional, incluido el derecho consuetudinario del mar y el derecho comercial aplicable. Rechazamos de modo categórico las declaraciones presentes en la resolución que sugieren lo contrario.
Pero la resolución hoy votada es un ejemplo perfecto de por qué no funcionaba la política estadounidense de aislamiento hacia Cuba o peor, cómo, en realidad, socavaba los mismos objetivos que perseguía. En lugar de aislar a Cuba, como señaló en repetidas ocasiones el presidente Obama, nuestra política aisló a Estados Unidos. Incluso aquí, en las Naciones Unidas. Bajo el liderazgo del presidente Obama, hemos adoptado un nuevo enfoque: en vez de intentar bloquear a Cuba del resto del mundo, queremos un mundo de oportunidades e ideas abierto al pueblo de Cuba. Después de más de 50 años de perseguir el camino del aislamiento, hemos decidido tomar el camino del compromiso. Porque, como afirmó el presidente Obama en La Habana, reconocemos que el futuro de la isla está en manos de los cubanos, por supuesto.
En los casi dos años que transcurrieron desde que el presidente Obama anunció el cambio en nuestro planteamiento, modificamos las normas de aplicación del embargo seis veces, la más reciente el 14 de octubre, y encontramos formas de consolidar el vínculo entre nuestros gobiernos y nuestros pueblos. Restablecimos las relaciones diplomáticas con el gobierno de Cuba; volvimos a abrir embajadas en nuestras respectivas capitales; reanudamos los vuelos comerciales regulares entre Estados Unidos y Cuba; facilitamos los viajes de personas; redujimos las restricciones a las empresas y los empresarios estadounidenses que desean hacer negocios en Cuba; y dejamos de limitar la frecuencia con la que los cubano-estadounidenses pueden visitar a sus familias en la isla. El presidente Obama se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en ejercicio que visitó Cuba desde 1928, un hecho memorable. Y en un viaje mucho más modesto aquí, en Nueva York, yo realicé la primera visita de un embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas a la misión de Cuba desde la Revolución cubana. Hoy, agregamos a esta lista la primera abstención de Estados Unidos en la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que solicita el fin del embargo.
Dicha abstención no implica que Estados Unidos esté de acuerdo con todas las políticas y prácticas del gobierno cubano. De hecho, no lo está. Estamos profundamente preocupados por las graves violaciones de los derechos humanos que el gobierno cubano sigue cometiendo con impunidad contra su propio pueblo, como la detención arbitraria de quienes critican al gobierno; la amenaza, la intimidación y, a veces, la agresión física a los ciudadanos que participan en reuniones y marchas pacíficas; y la severa restricción del acceso que tiene la gente de la isla a la información externa.
Como indicó el presidente Obama cuando viajó a La Habana, creemos que el pueblo cubano, como todas las personas, deben disfrutar de los derechos humanos básicos, como el derecho a decir lo que piensan sin miedo y el derecho a reunirse, organizarse y protestar de modo pacífico. No porque estos reflejen una concepción de los derechos centrada en Estados Unidos, sino porque son derechos humanos universales, consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se supone que respetamos y defendemos los 193 Estados Miembros. Derechos que son esenciales para la dignidad de hombres, mujeres y niños sin importar dónde viven o qué tipo de gobierno tienen. Quiero ser una de las primeras en reconocer, como suelen declarar nuestras contrapartes cubanas, que Estados Unidos tiene trabajo que hacer en el cumplimiento de estos derechos para nuestros propios ciudadanos. Y sabemos que en nuestra historia, los ciudadanos y líderes de Estados Unidos utilizaron, en ocasiones, el pretexto de promover la democracia y los derechos humanos en la región para justificar acciones que han dejado un profundo legado de desconfianza. Reconocemos que nuestra historia, en la que hay tanto que nos da orgullo, también nos da buenos motivos para ser humildes. Asimismo, reconocemos las áreas en las que el gobierno cubano ha hecho un progreso significativo en el fomento del bienestar de su gente, desde reducir de manera significativa su tasa de mortalidad infantil, hasta garantizar que las niñas tengan el mismo acceso a la escuela primaria y secundaria que los niños.
Pero nada de esto debe significar que permanezcamos callados cuando se violan los derechos del pueblo cubano, como lo han hecho muchas veces los Estados Miembros de las Naciones Unidas. Es por eso que Estados Unidos planteó estas preocupaciones directamente con el gobierno cubano durante nuestro histórico diálogo sobre los derechos humanos en La Habana el 14 de octubre, lo que demuestra que, pese a que nuestros gobiernos continúan en desacuerdo sobre cuestiones fundamentales de derechos humanos, hemos encontrado una manera de hablar de estos temas de manera respetuosa y recíproca. Instamos a otros Estados Miembros a expresarse sobre estos temas también.
Estados Unidos considera que hay mucho que podemos hacer junto con Cuba para hacer frente a los desafíos mundiales. Por ejemplo, aquí, en las Naciones Unidas, donde la enemistad de décadas entre nuestras naciones ha sido, en el mejor de los casos, una distracción, y en el peor, un obstáculo, para llevar a cabo algunos de los trabajos más importantes de esta institución y para ayudar a las personas más vulnerables del mundo.
Quisiera finalizar con un simple ejemplo, un ejemplo muy conmovedor. En 2014, nos enfrentamos con el brote más mortal de ébola en la historia de nuestro planeta. Las proyecciones más extremas estimaban que podrían infectarse más de un millón de personas en unos pocos meses. Sin embargo, aunque los expertos señalaron que la única manera de detener la epidemia era enfrentarla en su lugar de origen, la comunidad internacional tardó en actuar. Muchos se paralizaron.
Fue en ese contexto que el presidente Obama decidió llevar a más de 3.000 efectivos de Estados Unidos al epicentro del brote, donde se unieron a cientos de estadounidenses que trabajaban para organizaciones no gubernamentales y organismos humanitarios en las zonas más afectadas. El presidente Obama también instó a otros Estados Miembros a hacer su parte. Uno de los primeros países en dar un paso adelante fue Cuba, que envió a más de 200 profesionales de la salud a la región, una contribución impresionante para un país de solo 11 millones de personas. Uno de ellos era un médico cubano de 43 años llamado Félix Sarría Báez, a quien se envió a una unidad de tratamiento del ébola en Sierra Leona. Durante el tratamiento de los infectados, el Dr. Báez contrajo los síntomas del virus, y en seguida pasó de ser médico a ser paciente. Como su estado se deterioró, lo trasladaron en avión a Ginebra, donde durante dos días perdía y recobraba la conciencia. Casi murió, pero salió adelante milagrosamente y luego regresó a la Habana, donde afirma que recuperó su fuerza acunando a su hijo de dos años.
Me gustaría que piensen, por un momento, en lo que implicó salvar la vida del Dr. Báez, un hombre que arriesgó su vida para salvar a la gente de un país al otro lado del mundo. Al principio, se lo trató en la clínica donde trabajaba, que se había construido con la ayuda de una ONG con sede en Estados Unidos. Desde allí, se lo trasladó a una clínica que dirigían los médicos del Ministerio de Defensa británico. Luego lo llevaron a Suiza, con un plan de transporte que dirigía un servicio estadounidense de vuelos. Al llegar al hospital de Ginebra, lo trataron médicos suizos con un tratamiento experimental desarrollado por canadienses.
Observen todas las naciones que desempeñaron un papel en salvar la vida de ese valiente médico, un médico que, tras recuperarse en La Habana, decidió, de hecho, regresar a Sierra Leona para poder reunirse de nuevo con sus colegas en el terreno y salvar la vida de los habitantes del país. El Dr. Báez y todos sus colegas pertenecían a la Brigada Henry Reeve de Cuba, que responde a desastres internacionales y epidemias y toma su nombre de un joven estadounidense nacido en Brooklyn que a los 19 años viajó a Cuba para unirse a la lucha del país por la independencia y dio su vida en 1876 mientras luchaba junto a los cubanos por su libertad. Cuando el Dr. Báez regresó a Sierra Leona, se le preguntó por qué había vuelto después de todo que había atravesado. Dijo, simplemente: "Tenía que volver. El ébola es un desafío contra el que debo luchar aquí hasta el final, para que no se propague el resto del mundo".
Así, como acabo de describir, así es la ONU, cuando funciona. Y es precisamente por esfuerzos nobles como estos que Estados Unidos y Cuba deben seguir buscando formas de cooperar, aunque persistan nuestras diferencias. Hoy, daremos otro pequeño paso para poder hacerlo. Ojalá haya muchos, muchos pasos más, incluso, esperamos, poner fin al embargo de Estados Unidos de una vez por todas.
Muchas gracias.
Muchas gracias. Permítanme explicar por qué. En diciembre de 2014, el presidente Obama dejó en claro su oposición al embargo y pidió a nuestro Congreso que tomara medidas para levantarlo. Sin embargo, si bien el gobierno de Obama está de acuerdo en que debe levantarse el embargo de Estados Unidos a Cuba —tengo que ser clara—, no apoyamos el cambio por el motivo que se indica en esta resolución. Todas las acciones de Estados Unidos con respecto a Cuba se ajustaron y se ajustan plenamente a la Carta de las Naciones Unidas y al derecho internacional, incluido el derecho consuetudinario del mar y el derecho comercial aplicable. Rechazamos de modo categórico las declaraciones presentes en la resolución que sugieren lo contrario.
Pero la resolución hoy votada es un ejemplo perfecto de por qué no funcionaba la política estadounidense de aislamiento hacia Cuba o peor, cómo, en realidad, socavaba los mismos objetivos que perseguía. En lugar de aislar a Cuba, como señaló en repetidas ocasiones el presidente Obama, nuestra política aisló a Estados Unidos. Incluso aquí, en las Naciones Unidas. Bajo el liderazgo del presidente Obama, hemos adoptado un nuevo enfoque: en vez de intentar bloquear a Cuba del resto del mundo, queremos un mundo de oportunidades e ideas abierto al pueblo de Cuba. Después de más de 50 años de perseguir el camino del aislamiento, hemos decidido tomar el camino del compromiso. Porque, como afirmó el presidente Obama en La Habana, reconocemos que el futuro de la isla está en manos de los cubanos, por supuesto.
En los casi dos años que transcurrieron desde que el presidente Obama anunció el cambio en nuestro planteamiento, modificamos las normas de aplicación del embargo seis veces, la más reciente el 14 de octubre, y encontramos formas de consolidar el vínculo entre nuestros gobiernos y nuestros pueblos. Restablecimos las relaciones diplomáticas con el gobierno de Cuba; volvimos a abrir embajadas en nuestras respectivas capitales; reanudamos los vuelos comerciales regulares entre Estados Unidos y Cuba; facilitamos los viajes de personas; redujimos las restricciones a las empresas y los empresarios estadounidenses que desean hacer negocios en Cuba; y dejamos de limitar la frecuencia con la que los cubano-estadounidenses pueden visitar a sus familias en la isla. El presidente Obama se convirtió en el primer presidente de Estados Unidos en ejercicio que visitó Cuba desde 1928, un hecho memorable. Y en un viaje mucho más modesto aquí, en Nueva York, yo realicé la primera visita de un embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas a la misión de Cuba desde la Revolución cubana. Hoy, agregamos a esta lista la primera abstención de Estados Unidos en la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que solicita el fin del embargo.
Dicha abstención no implica que Estados Unidos esté de acuerdo con todas las políticas y prácticas del gobierno cubano. De hecho, no lo está. Estamos profundamente preocupados por las graves violaciones de los derechos humanos que el gobierno cubano sigue cometiendo con impunidad contra su propio pueblo, como la detención arbitraria de quienes critican al gobierno; la amenaza, la intimidación y, a veces, la agresión física a los ciudadanos que participan en reuniones y marchas pacíficas; y la severa restricción del acceso que tiene la gente de la isla a la información externa.
Como indicó el presidente Obama cuando viajó a La Habana, creemos que el pueblo cubano, como todas las personas, deben disfrutar de los derechos humanos básicos, como el derecho a decir lo que piensan sin miedo y el derecho a reunirse, organizarse y protestar de modo pacífico. No porque estos reflejen una concepción de los derechos centrada en Estados Unidos, sino porque son derechos humanos universales, consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se supone que respetamos y defendemos los 193 Estados Miembros. Derechos que son esenciales para la dignidad de hombres, mujeres y niños sin importar dónde viven o qué tipo de gobierno tienen. Quiero ser una de las primeras en reconocer, como suelen declarar nuestras contrapartes cubanas, que Estados Unidos tiene trabajo que hacer en el cumplimiento de estos derechos para nuestros propios ciudadanos. Y sabemos que en nuestra historia, los ciudadanos y líderes de Estados Unidos utilizaron, en ocasiones, el pretexto de promover la democracia y los derechos humanos en la región para justificar acciones que han dejado un profundo legado de desconfianza. Reconocemos que nuestra historia, en la que hay tanto que nos da orgullo, también nos da buenos motivos para ser humildes. Asimismo, reconocemos las áreas en las que el gobierno cubano ha hecho un progreso significativo en el fomento del bienestar de su gente, desde reducir de manera significativa su tasa de mortalidad infantil, hasta garantizar que las niñas tengan el mismo acceso a la escuela primaria y secundaria que los niños.
Pero nada de esto debe significar que permanezcamos callados cuando se violan los derechos del pueblo cubano, como lo han hecho muchas veces los Estados Miembros de las Naciones Unidas. Es por eso que Estados Unidos planteó estas preocupaciones directamente con el gobierno cubano durante nuestro histórico diálogo sobre los derechos humanos en La Habana el 14 de octubre, lo que demuestra que, pese a que nuestros gobiernos continúan en desacuerdo sobre cuestiones fundamentales de derechos humanos, hemos encontrado una manera de hablar de estos temas de manera respetuosa y recíproca. Instamos a otros Estados Miembros a expresarse sobre estos temas también.
Estados Unidos considera que hay mucho que podemos hacer junto con Cuba para hacer frente a los desafíos mundiales. Por ejemplo, aquí, en las Naciones Unidas, donde la enemistad de décadas entre nuestras naciones ha sido, en el mejor de los casos, una distracción, y en el peor, un obstáculo, para llevar a cabo algunos de los trabajos más importantes de esta institución y para ayudar a las personas más vulnerables del mundo.
Quisiera finalizar con un simple ejemplo, un ejemplo muy conmovedor. En 2014, nos enfrentamos con el brote más mortal de ébola en la historia de nuestro planeta. Las proyecciones más extremas estimaban que podrían infectarse más de un millón de personas en unos pocos meses. Sin embargo, aunque los expertos señalaron que la única manera de detener la epidemia era enfrentarla en su lugar de origen, la comunidad internacional tardó en actuar. Muchos se paralizaron.
Fue en ese contexto que el presidente Obama decidió llevar a más de 3.000 efectivos de Estados Unidos al epicentro del brote, donde se unieron a cientos de estadounidenses que trabajaban para organizaciones no gubernamentales y organismos humanitarios en las zonas más afectadas. El presidente Obama también instó a otros Estados Miembros a hacer su parte. Uno de los primeros países en dar un paso adelante fue Cuba, que envió a más de 200 profesionales de la salud a la región, una contribución impresionante para un país de solo 11 millones de personas. Uno de ellos era un médico cubano de 43 años llamado Félix Sarría Báez, a quien se envió a una unidad de tratamiento del ébola en Sierra Leona. Durante el tratamiento de los infectados, el Dr. Báez contrajo los síntomas del virus, y en seguida pasó de ser médico a ser paciente. Como su estado se deterioró, lo trasladaron en avión a Ginebra, donde durante dos días perdía y recobraba la conciencia. Casi murió, pero salió adelante milagrosamente y luego regresó a la Habana, donde afirma que recuperó su fuerza acunando a su hijo de dos años.
Me gustaría que piensen, por un momento, en lo que implicó salvar la vida del Dr. Báez, un hombre que arriesgó su vida para salvar a la gente de un país al otro lado del mundo. Al principio, se lo trató en la clínica donde trabajaba, que se había construido con la ayuda de una ONG con sede en Estados Unidos. Desde allí, se lo trasladó a una clínica que dirigían los médicos del Ministerio de Defensa británico. Luego lo llevaron a Suiza, con un plan de transporte que dirigía un servicio estadounidense de vuelos. Al llegar al hospital de Ginebra, lo trataron médicos suizos con un tratamiento experimental desarrollado por canadienses.
Observen todas las naciones que desempeñaron un papel en salvar la vida de ese valiente médico, un médico que, tras recuperarse en La Habana, decidió, de hecho, regresar a Sierra Leona para poder reunirse de nuevo con sus colegas en el terreno y salvar la vida de los habitantes del país. El Dr. Báez y todos sus colegas pertenecían a la Brigada Henry Reeve de Cuba, que responde a desastres internacionales y epidemias y toma su nombre de un joven estadounidense nacido en Brooklyn que a los 19 años viajó a Cuba para unirse a la lucha del país por la independencia y dio su vida en 1876 mientras luchaba junto a los cubanos por su libertad. Cuando el Dr. Báez regresó a Sierra Leona, se le preguntó por qué había vuelto después de todo que había atravesado. Dijo, simplemente: "Tenía que volver. El ébola es un desafío contra el que debo luchar aquí hasta el final, para que no se propague el resto del mundo".
Así, como acabo de describir, así es la ONU, cuando funciona. Y es precisamente por esfuerzos nobles como estos que Estados Unidos y Cuba deben seguir buscando formas de cooperar, aunque persistan nuestras diferencias. Hoy, daremos otro pequeño paso para poder hacerlo. Ojalá haya muchos, muchos pasos más, incluso, esperamos, poner fin al embargo de Estados Unidos de una vez por todas.
Muchas gracias.