La censura tiene hoy en Cuba la misma raíz dogmática de los años 60, y su aparente flexibilización se debe a que “ellos” han buscado formas más sofisticadas de prohibir, dice el cineasta Orlando Jiménez Leal, codirector del documental PM (Pasado Meridiano), que en 1961 llevó a Fidel Castro a decretar abiertamente por primera vez la censura artística con la frase “Dentro de la revolución todo, contra la revolución nada”.
“PM fue censurado con un edicto, pero ahora buscan otras formas”, observa Jiménez Leal a propósito de la reciente decisión del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) de prohibir que el filme Quiero hacer una película, de Yimit Ramírez, se exhibiera en una sala regular de la XVII Muestra de Cine Joven y fuera desterrado a otra de sólo 24 butacas. En respuesta, el equipo lo retiró del encuentro.
Your browser doesn’t support HTML5
El ICAIC argumenta que la película insulta la memoria del héroe nacional cubano José Martí, porque uno de los personajes se refiere a él con una grosería. El Instituto no invirtió fondos en la producción del filme, financiado con dinero de auspiciadores independientes mediante la plataforma de “crowdfunding” Verkami.
“Lo peor de la censura es que es inútil; lo único que hace es jerarquizar la película y darle más importancia”, comenta Jiménez Leal, que filmó PM con Sabá Cabrera Infante en diciembre de 1960 en La Habana, y en 1984 hizo Conducta impropia con Néstor Almendros en Estados Unidos.
Los protagonistas de PM, “marginales” que llenan los bares de las playas del oeste de La Habana, son en su mayoría hombres que visten saco, sombrero e incluso corbata, atuendos nada comunes en la sociedad cubana actual.
La censura, explica Jiménez Leal, ocurrió en un momento en que el gobierno de Fidel Castro quería que se hablara solamente de obreros y combatientes, y fue también consecuencia de una pugna entre el fundador y presidente del ICAIC, Alfredo Guevara, y el equipo de Lunes de Revolución, formado por intelectuales y escritores libres que seguían abrigando la esperanza de que la “revolución” fuera otra cosa.
De hecho, cuando llevaron PM a la sala Rex, una de las pocas de La Habana que todavía no habían sido confiscadas por el estado, los propietarios les dijeron que ya habían tenido problemas con una película del realizador underground Antonio Cernuda y que necesitaban “autorización” del ICAIC para exhibir el documental.
La semana pasada, un cronista del oficialismo cubano comparó Quiero hacer una película con la profanación de marines estadounidenses en 1949 a la estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana. Esos cronistas “no tienen límite del ridículo”, comenta Jiménez Leal, quien asegura estar muy al tanto del cine independiente que se produce dentro de Cuba.