El actor Glerys Garcés Pita tiene la misión de comenzar una vida a partir de los 28 años. Entre sus planes baraja reciclarse en otro oficio. “Aprender otro oficio”, apunta. Y esto para ganarse la vida.
Sería un antes y después que le ha marcado la ciudad de Miami, donde viven tantos cubanos y de tantas épocas, y de tantas provincias. Él acaba de llegar, como quien dice.
Glerys es pinero. Eso de por sí es una condición. Isleño dentro de isleño, podríamos ubicarlo así. La “Isla de la Juventud” fue bautizada cobardemente por alguien que no se atrevió a señalar que aquello iba para atrás como el cangrejo. Alguien que cobardemente suprimió el nombre de Isla de Pinos, un nombre árido de un lugar húmedo, donde apenas existía una cárcel y un pequeño asentamiento llamado Nueva Gerona, igual que una ciudad catalana, pero mucho más triste.
Dicho todo esto, ubiquemos al joven de 28 años en ese lugar que se pobló en la era “revolucionaria” con familias desplazadas desde Oriente (este de Cuba). Un lugar que tuvo un importante grupo de teatro (Pinos Nuevos) y decenas de escuelas con estudiantes africanos internos. Todo aquello –bueno o malo, o las dos cosas- desapareció. No sabemos en qué quedaron el “Festival de la Toronja” y los hidro-deslizadores a varias horas cada día hasta el puerto de Batabanó. A Glerys no le tocó, aunque la resaca del ambiente seguro que sí.
De la isla, en fin, había que salir. De la “Isla de la Juventud” y de la isla grande, como queda demostrado. La vida estaba en otro lugar donde Glerys pudiera desarrollar su arte. Repasemos con él parte de este recorrido, ahora que se ha sumado al carro del teatro cubano en una época quizá menos convulsa.
Acaba de presentarse en el Festival de Monólogos de Miami (el evento concluye este fin de semana), con la obra Historia de una muñeca abandonada, un texto del dramaturgo español Alfonso Sastre que Teatro Pálpito llevó a escena desde una perspectiva diferente.
La obra muestra una conversación entre Paquita y Lolita, dos vedettes del teatro bufo que reviven su infancia desde la jubilación.
¿Cómo fue la función aquí en Miami en el Festival de Monólogos?
-Fue maravillosa, cargada de mucha energía positiva y sobre todo llena de sorpresas. El festival y su creador, Juan Roca, fueron los que nos dieron la posibilidad de conocer esta hermosa ciudad. El año pasado no pudimos apuntarnos, pero la edición de este año presentamos Historia de una Muñeca abandonada, aunque no cumpliera con los requisitos (son dos actores en escena en este caso). La obra que más se ajustaba, Cartas a Papá, no estaba en condiciones de ser presentada.
-Hacía ya un año que no actuaba y tenía miedo perder los deseos de crear. Esa función me confirmó que solo tienes que tener los deseos y lanzarte. Interactuamos con un público espectacular, disfrutamos de cada segundo en la escena y todos los códigos fueron muy bien aceptados.
De bailarín clásico a actor de teatro. ¿Existen pocos como tú que se han cambiado de escenario? ¿Qué se gana en la vida con este cambio y qué se pierde?
-Se ganan unos kilos de más (sonríe). Un día decidí echar atrás y hacer un recuento de mi vida y me di cuenta de que todo cuanto he hecho ha sido muy rápido. De karateca a bailarín clásico y luego a actor, y todo eso en menos de diez años.
-El ballet fue mi casa por mucho tiempo; en la academia aprendí lo que es ser tenaz, aprendí a moverme en un escenario y sobre todo a ser muy disciplinado, cosa que luego apliqué en lo que actualmente realizo. Cuando descubro el teatro con Ariel Bouza y Teatro Palpito. lo veía como un juego, yo jamás pensé actuar y menos con “los monstruos” de actrices y actores de la compañía. Yo era como un niño con un juguete nuevo.
-Bouza es un gran pedagogo y utiliza el tema de lo lúdico para armar sus obras, y también para formar a sus actores y eso fue lo que experimentó conmigo. Llevo ocho años con Ariel y Pálpito y han sido los más felices de mi vida.
Tus recuerdos sobre la escuela nacional de Ballet. ¿Tocamos este punto?
-Llego a la Escuela Nacional de Ballet porque se abren los cursos especiales, donde los jóvenes de catorce años con condiciones físicas y artísticas podían estudiar la carrera en solo cuatro años. Esa época fue espectacular, aunque al principio lloré mucho porque extrañaba a mi familia de la Isla de la Juventud. Todo era nuevo, desde la ciudad hasta los amigos.
-Tuve excelentes maestras, entre ellas Marta Bosch y Erín Nieto, aunque había una que me cautivaba, Martha Iris Fernández es su nombre; parecía un ángel. Yo dije que cuando diera clases de ballet quería ser como ella. Recuerdo a mis amigos y todavía hablo con ellos. Siempre me dijeron que yo sería actor, pero nunca les hice caso (ríe).
-La escuela es un monstruo que te come, todos sabemos de la técnica cubana y de los frutos de la danza clásica en Cuba. Eran largas horas de entrenamiento para perfeccionar y estilizar hasta el más pequeño músculo. Era muy raro porque llevábamos el organismo en contra de la naturaleza y eso nos gustaba (sonríe). Cuando terminé el último período de clases entré al Ballet de Camagüey para realizar las prácticas pre-profesionales y de verdad que no recuerdo nada. Borré ese pedazo de mi vida artística. Solo me queda el recuerdo de una ciudad y de nuevos amigos.
Volvamos a Pálpito entonces, donde parece estar tu cabeza…
-Entré al teatro como coreógrafo, pero poco a poco y con ayuda de Corina Mestre, Maikel Chávez y el propio Ariel Bouza, muy importante este último, me fui colando un poco en las tablas como actor. Te puedo estar hablando de este tema más de cinco horas, pero sé que no alcanzará el tiempo, por eso te voy a decir lo primero que Arielito me enseñó y espero resumir todo cuanto quiero expresar. “Un pez se enamoró de una flor y decidió un buen día tragarse el mar”. El teatro es mi casa.
¿Qué planes tienes ahora?
Quiero aprender otro oficio. Todos sabemos cómo se mueve esta ciudad. Me gustaría impartir clases de ballet, por ejemplo. Y si la suerte me toca, convertirme en millonario.
¿Entonces te quedas en Miami?
-Estamos valorándolo.
Nota: Glerys Garcés Pita y el grupo Pálpito se presentaron en el XV Festival Latinoamericano del Monólogo Havanafama 2016 “Teatro a una voz”, creado y dirigido por Juan Roca.