Maritza Osorio se encontraba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Como el caballo purasangre de Jack Woltz en El Padrino, todo indica que la cubana, otra secretaria y un cliente de la firma legal donde ella trabajaba en Usera, un barrio de inmigrantes de Madrid, fueron sacrificados para mandar un mensaje al titular del bufete, que fue fiscal para asuntos de narcotráfico en su país, Perú.
Los bomberos hallaron los tres cadáveres cuando fueron a sofocar un incendio reportado en el edificio, ubicado en el número 40 de la calle Marcelo Usera, alrededor de las 6.30 de la tarde.
El presunto incendio no era más que el humo de una papelera ardiendo, tal vez para ocultar pruebas y vestigios y ganar tiempo. El cliente, un ecuatoriano de 42 años, tenía un hachazo en la cabeza. Había estacionado su Skoda blanco casi en la puerta del despacho, y dejado encendidas las luces de emergencia, tal vez creyendo que no iba a tardar mucho.
En la habitación contigua yacían Elisa, dominicana de 26 años, y Maritza Osorio, cubana, de 42.
La cubana, que residía al doblar la esquina, en la calle Olvido, había sido degollada. Elisa, recién licenciada en Derecho se encontraba en paro cardiorrespiratorio y había sido brutalmente apaleada, al igual que el hombre. Tenía la cara destrozada.
Vecinos del barrio dijeron al diario ABC que Maritza, como era conocida la rubia cubana, era un encanto.
“Llevaba más de 15 años viviendo en esta zona junto a su hija y un sobrino. En el bufete hacía de todo, lo mismo llevaba papeles de un lado a otro que realizaba distintas gestiones o repartía propaganda del despacho en el que trabajaba desde hacía unos cinco años. Antes estuvo en una inmobiliaria", explicaban. "Era muy querida”.
Anoche, los agentes le tomaron declaración al exfiscal y ahora abogado peruano Víctor Joel Salas Coveñas. Actualmente se ocupa de casos de embargos, extranjería e inmigración, y asesora a pequeños empresarios del barrio, casi todos suramericanos.
Pero los investigadores sospecharon de inmediato del pasado de Salas como fiscal en Perú, donde llevaba casos contra narcotraficantes y secuestradores. Varios medios españoles creen que está claro que fue una "vendetta" contra él.
El jurista se habría librado por escasos minutos de ser víctima de la masacre en su despacho. Al llegar al lugar, el cliente que estaba citado le llamó desde afuera, y él le abrió la puerta para que subiera, y dijo que iba a estacionar su moto.