En la capital de la isla funciona un mercado agrícola mayorista que opera de noche y en privado, según el diario digital Global Post.
De noche, una desocupada parcela de terreno en las afueras de Marianao, en la Habana, ha sido en los últimos meses un sitio fuera de lo común donde se aglomeran comerciantes independientes, dice en un reportaje el diario digital Global Post.
Después que cae el sol, camiones y tractores provenientes de toda la isla, agrega, llegan al lugar, denominado “El Hueco”, cargados de productos agrícolas frescos y hacen cola durante horas hasta que se vacía un puesto donde estacionarse y poder venderlos.
Se trata de “un gran acontecimiento en un país donde los burócratas del Estado han tratado de fijar el precio a los productos durante décadas”, señala.
El periódico precisa que en “El Hueco” no hay baños, latones de basura ni carteles, por lo que da la impresión “de que las autoridades comunistas no han decidido todavía si van a dejar florecer el mercado o lo van a cerrar”.
Uno de los comerciantes, Yulian Castillo, de 28 años, dijo al Post que el lugar es bueno porque pueden vender al por mayor. “No tenemos que salir a la calle y buscar clientes”.
Castillo, que ofertaba racimos de plátano y sacos de 100 libras de malanga a 260 pesos (unos $12 dólares), tuvo que vender este año dos tercios de su cosecha al Estado. Solamente después de cumplir su cuota de producción se le permitió vender el resto a precio de mercado.
Global Post destaca que con millones de hectáreas de tierra fértil, Cuba importa alrededor del 70 por ciento de la comida que consume a un costo de $1.500 millones de dólares al año, y no ha habido un mercado central donde campesinos de toda la isla pueden vender su productos al por mayor.
Por eso, apunta, “El Hueco” es “una bendición” para los agricultores e intermediarios que venden frutas y vegetales.
Un grupo de ellos, dice, llevaron a vender sus limones desde Santiago de Cuba; otros cargaron cebollas desde Sancti Spiritus, y distribuidores hicieron lo mismo desde Matanzas con hortalizas a mitad de precio de lo que se venden al menudeo en La Habana.
Alejandro Manzo—precisa—manejó más de 300 kilómetros desde su finca en la provincia de Villa Clara con su Chevrolet Bel Air de 1957 cargado de ajos. “Ya no hay nada ilegal en esto, simplemente oferta y demanda”, puntualizó.
Manzo hace el viaje a la capital cada 10 días para vender ristras de ajos de 100 cabezas cada una a $12, tres dólares más del precio a las que las vende en su provincia.
Sin embargo, apunta el Post, mientras los residentes de La Habana dicen que ahora hay más alimentos que nunca en los mercados, los precios han subido más rápidamente que los exiguos salarios y pensiones que reciben del gobierno los cubanos.
La publicación cita a economistas según quienes una de las razones para que el mercado esté distorsionado es la creciente desigualdad en La Habana entre quienes no disponen de moneda fuerte y quienes la reciben de familiares en el extranjero, de empleos en el turismo o producto de sus negocios privados.
Después que cae el sol, camiones y tractores provenientes de toda la isla, agrega, llegan al lugar, denominado “El Hueco”, cargados de productos agrícolas frescos y hacen cola durante horas hasta que se vacía un puesto donde estacionarse y poder venderlos.
Se trata de “un gran acontecimiento en un país donde los burócratas del Estado han tratado de fijar el precio a los productos durante décadas”, señala.
El periódico precisa que en “El Hueco” no hay baños, latones de basura ni carteles, por lo que da la impresión “de que las autoridades comunistas no han decidido todavía si van a dejar florecer el mercado o lo van a cerrar”.
Uno de los comerciantes, Yulian Castillo, de 28 años, dijo al Post que el lugar es bueno porque pueden vender al por mayor. “No tenemos que salir a la calle y buscar clientes”.
Castillo, que ofertaba racimos de plátano y sacos de 100 libras de malanga a 260 pesos (unos $12 dólares), tuvo que vender este año dos tercios de su cosecha al Estado. Solamente después de cumplir su cuota de producción se le permitió vender el resto a precio de mercado.
Global Post destaca que con millones de hectáreas de tierra fértil, Cuba importa alrededor del 70 por ciento de la comida que consume a un costo de $1.500 millones de dólares al año, y no ha habido un mercado central donde campesinos de toda la isla pueden vender su productos al por mayor.
Por eso, apunta, “El Hueco” es “una bendición” para los agricultores e intermediarios que venden frutas y vegetales.
Un grupo de ellos, dice, llevaron a vender sus limones desde Santiago de Cuba; otros cargaron cebollas desde Sancti Spiritus, y distribuidores hicieron lo mismo desde Matanzas con hortalizas a mitad de precio de lo que se venden al menudeo en La Habana.
Alejandro Manzo—precisa—manejó más de 300 kilómetros desde su finca en la provincia de Villa Clara con su Chevrolet Bel Air de 1957 cargado de ajos. “Ya no hay nada ilegal en esto, simplemente oferta y demanda”, puntualizó.
Manzo hace el viaje a la capital cada 10 días para vender ristras de ajos de 100 cabezas cada una a $12, tres dólares más del precio a las que las vende en su provincia.
Sin embargo, apunta el Post, mientras los residentes de La Habana dicen que ahora hay más alimentos que nunca en los mercados, los precios han subido más rápidamente que los exiguos salarios y pensiones que reciben del gobierno los cubanos.
La publicación cita a economistas según quienes una de las razones para que el mercado esté distorsionado es la creciente desigualdad en La Habana entre quienes no disponen de moneda fuerte y quienes la reciben de familiares en el extranjero, de empleos en el turismo o producto de sus negocios privados.