Los pequeños negocios privados pueden que sean un salvavidas de supervivencia para muchos cubanos. Pero vendiendo pan con mayonesa no se construye una nación desarrollada y próspera.
Sergio, tecnólogo, 63 años, desde hace dos décadas juega en el equipo de los perdedores. Es uno más de esa mayoría de consumidores afectados por los precios exorbitantes en productos y servicios.
Su salario de 375 pesos (16 dólares) hace 25 años era otra cosa. A finales de los años 80, recuerda, dos veces al mes hacía sus compras de carne de cerdo deshuesada, embutidos, yogurt y chocolate en la antigua Sears, tienda habanera que a modo experimental fue convertida en 'mercado paralelo'.
Con su salario, en otras tiendas del boyante 'mercado paralelo' podía adquirir, jeans piratas, calzado deportivo chino de mediana calidad y camisas Christian Dior facturadas en Singapur. Los precios, en pesos, eran elevados, pero la gente podía reunirlos y comprarlos.
Igual que ahora, Sergio era pobre. Sólo que entonces, el dinero de su salario valía. Cuando la antigua URSS dijo adiós a la estrafalaria ideología comunista, y cortó la tubería de rublos y recursos, el comandante único se las vio negras.
De los comercios desaparecieron las compotas rusas de manzana. Los jugos búlgaros de melocotón y albaricoque. Y las botellas de vino de Armenia. Y el salario de Sergio se convirtió en un puñado de pesos con valor simbólico.
Veinticinco años después gana solo 35 pesos más que en los 80. Sin embargo, paga 7 veces más caros los alimentos y servicios.
“Saca cuentas. En aquel tiempo, la libra de carne de cerdo costaba 4 pesos, hoy cuesta 23. La de res, que en el mercado negro costaba 8, ahora cuando hay, cuesta 55 pesos la libra. Hasta pasar por la barbería es un lujo: antes te pelabas con un peso, actualmente, con no menos de 20”, explica Sergio abatido.
No es la nostalgia por el pasado. Es la incertidumbre por el futuro. Todos estamos de acuerdo que los precios de la canasta básica se han disparado en el mundo. Pero siempre debe existir un equilibrio con el salario.
En Cuba, a ciudadanos como Sergio, se les va su ridículo sueldo de tecnolólogo solo en comprar comida. Y comen mal. Las casas se deterioran por falta de mantenimiento. Ni qué decir de los muebles. Viven al día. La gran mayoría de su salario; los afortunados de remesas, y el resto, de lo que sea capaz de “inventar”, ya sea robando en sus puestos laborales o vendiendo baratijas por la 'izquierda'.
Con las nuevas y cacareadas reformas del General Raúl Castro, la miseria se ha disparado. Han aumentado los vagabundos callejeros. Los bolsillos más afectados siguen siendo los de aquéllos donde no caen pesos convertibles.
En la isla se ha montado un casino espectacular. Por supuesto, hay ganadores. Los listos de la clase son algunos cuentapropistas y personas que reciben gruesas sumas de divisas y han invertido en negocios a la sombra.
Aunque los particulares vivirán siempre con la zozobra de las sociedades cerradas. Por leyes absurdas que más que defenderlos los satanizan.
Intentar enriquecerse en Cuba es caminar por una peligrosa cuerda floja. Está bien que la gente haga dinero y se multipliquen los pequeños negocios. Pero el Estado debiera diseñar una carta jurídica que proteja e incentive los negocios reales. No el trapicheo caribeño. Ni los chiringuitos de supervivencia.
También debiera buscar soluciones urgentes, y no esperar las calendas griegas para sentarse a estudiar -y resolver- el problema de la doble moneda. Elevar de manera razonable los salarios miserables devengados por obreros y empleados.
Es precisamente el que trabaja de forma honesta el que peor vive. La burbuja especulativa es sideral. El régimen pudiera dictar leyes más transparentes que pongan coto a la especulación desenfrenada. Difícil y complicado mientras exista tanta escasez. Si se produjera carne, hortalizas y frutas en cantidades apreciables, los precios caerían en picada y la especulación disminuiría.
Las absurdas políticas que obligan a vender a los campesinos particulares el 80% de sus cosechas al Estado, provocan fraudes y mecanismos tramposos. Sin contar las cantidades risibles que el gobierno paga por los productos agrícolas. Los guajiros no suelen declarar su producción real. A veces prefieren auto robarse y luego vender los productos a mejores precios.
Bajo el paraguas gubernamental se ha gestado una casta de sinvergüenzas y corruptos que, amparados por el carnet del partido, se han enriquecido lucrando con la comida de la población. Esa mafia existente en comercio interior es la que maneja, como fichas de casino, los precios de algunos alimentos. Incluso prefieren dejar que se pudran antes que bajar su costo.
Si Raúl Castro quiere, de un golpe puede acabar con ese entramado especulativo. Pero debe jugar en serio y al duro. Abolir los centros de acopios estatales sería un buen comienzo para desbloquear los altos precios de los alimentos.
Vender autos en agencias acabaría con los precios exagerados en el mercado privado de oferta y demanda. Al autorizar la venta de carros de segunda mano por parte de sus dueños, es verdad que dio un paso.
Pero alimentó al dragón de la especulación, al impedir que un cubano con dinero suficiente, pueda adquirir un auto nuevo. Los precios actuales son una locura. Un viejo coche estadounidense de los años 50 bien puede costar 25 mil dólares. Y más.
También sería sensato reducir considerablemente los excesivos impuestos de circulación a los artículos vendidos en las tiendas por moneda dura. Están gravados hasta en un 300%. Ese dinero recaudado por el régimen no ha traído mejoras en la calidad de vida de los más pobres. Al contrario.
Una tarde de abril de 1961, frenético y portando un fusil, Fidel Castro dijo que el proceso iniciado era una auténtica revolución "de los humildes, de los humildes y para los humildes". No ha sido así.
En los últimos 20 años, los pobres son mucho más pobres. Entre un 65 o 70% de la población tiene problemas materiales urgentes sin resolver. Lo peor es que no hay soluciones a la vista. Las reformas de Castro II han significado un nuevo hueco en el ya apretado cinturón de los más necesitados.
Los pequeños negocios privados pueden que sean un salvavidas de supervivencia para muchos cubanos. Pero vendiendo pan con mayonesa no se construye una nación desarrollada y próspera.
El dinero en Cuba, por lo general, siempre ha corrido hacia el mismo lugar: el bolsillo de los protegidos por el sistema.
El General puede cambiar las reglas. O dejarlas intactas. Con cualquiera de las dos opciones sabe que el sistema está en quiebra. La revolución, tal como la concibió su hermano, es una fantasía incosteable.
Si escoge la economía de mercado y apuesta por leyes democráticas, perdería el trono, pero podría a pasar a la historia vestido de héroe. Por el camino que va, trascendería como un villano.
Su salario de 375 pesos (16 dólares) hace 25 años era otra cosa. A finales de los años 80, recuerda, dos veces al mes hacía sus compras de carne de cerdo deshuesada, embutidos, yogurt y chocolate en la antigua Sears, tienda habanera que a modo experimental fue convertida en 'mercado paralelo'.
Con su salario, en otras tiendas del boyante 'mercado paralelo' podía adquirir, jeans piratas, calzado deportivo chino de mediana calidad y camisas Christian Dior facturadas en Singapur. Los precios, en pesos, eran elevados, pero la gente podía reunirlos y comprarlos.
Igual que ahora, Sergio era pobre. Sólo que entonces, el dinero de su salario valía. Cuando la antigua URSS dijo adiós a la estrafalaria ideología comunista, y cortó la tubería de rublos y recursos, el comandante único se las vio negras.
De los comercios desaparecieron las compotas rusas de manzana. Los jugos búlgaros de melocotón y albaricoque. Y las botellas de vino de Armenia. Y el salario de Sergio se convirtió en un puñado de pesos con valor simbólico.
Veinticinco años después gana solo 35 pesos más que en los 80. Sin embargo, paga 7 veces más caros los alimentos y servicios.
“Saca cuentas. En aquel tiempo, la libra de carne de cerdo costaba 4 pesos, hoy cuesta 23. La de res, que en el mercado negro costaba 8, ahora cuando hay, cuesta 55 pesos la libra. Hasta pasar por la barbería es un lujo: antes te pelabas con un peso, actualmente, con no menos de 20”, explica Sergio abatido.
No es la nostalgia por el pasado. Es la incertidumbre por el futuro. Todos estamos de acuerdo que los precios de la canasta básica se han disparado en el mundo. Pero siempre debe existir un equilibrio con el salario.
En Cuba, a ciudadanos como Sergio, se les va su ridículo sueldo de tecnolólogo solo en comprar comida. Y comen mal. Las casas se deterioran por falta de mantenimiento. Ni qué decir de los muebles. Viven al día. La gran mayoría de su salario; los afortunados de remesas, y el resto, de lo que sea capaz de “inventar”, ya sea robando en sus puestos laborales o vendiendo baratijas por la 'izquierda'.
Con las nuevas y cacareadas reformas del General Raúl Castro, la miseria se ha disparado. Han aumentado los vagabundos callejeros. Los bolsillos más afectados siguen siendo los de aquéllos donde no caen pesos convertibles.
En la isla se ha montado un casino espectacular. Por supuesto, hay ganadores. Los listos de la clase son algunos cuentapropistas y personas que reciben gruesas sumas de divisas y han invertido en negocios a la sombra.
Aunque los particulares vivirán siempre con la zozobra de las sociedades cerradas. Por leyes absurdas que más que defenderlos los satanizan.
Intentar enriquecerse en Cuba es caminar por una peligrosa cuerda floja. Está bien que la gente haga dinero y se multipliquen los pequeños negocios. Pero el Estado debiera diseñar una carta jurídica que proteja e incentive los negocios reales. No el trapicheo caribeño. Ni los chiringuitos de supervivencia.
También debiera buscar soluciones urgentes, y no esperar las calendas griegas para sentarse a estudiar -y resolver- el problema de la doble moneda. Elevar de manera razonable los salarios miserables devengados por obreros y empleados.
Es precisamente el que trabaja de forma honesta el que peor vive. La burbuja especulativa es sideral. El régimen pudiera dictar leyes más transparentes que pongan coto a la especulación desenfrenada. Difícil y complicado mientras exista tanta escasez. Si se produjera carne, hortalizas y frutas en cantidades apreciables, los precios caerían en picada y la especulación disminuiría.
Las absurdas políticas que obligan a vender a los campesinos particulares el 80% de sus cosechas al Estado, provocan fraudes y mecanismos tramposos. Sin contar las cantidades risibles que el gobierno paga por los productos agrícolas. Los guajiros no suelen declarar su producción real. A veces prefieren auto robarse y luego vender los productos a mejores precios.
Bajo el paraguas gubernamental se ha gestado una casta de sinvergüenzas y corruptos que, amparados por el carnet del partido, se han enriquecido lucrando con la comida de la población. Esa mafia existente en comercio interior es la que maneja, como fichas de casino, los precios de algunos alimentos. Incluso prefieren dejar que se pudran antes que bajar su costo.
Si Raúl Castro quiere, de un golpe puede acabar con ese entramado especulativo. Pero debe jugar en serio y al duro. Abolir los centros de acopios estatales sería un buen comienzo para desbloquear los altos precios de los alimentos.
Vender autos en agencias acabaría con los precios exagerados en el mercado privado de oferta y demanda. Al autorizar la venta de carros de segunda mano por parte de sus dueños, es verdad que dio un paso.
Pero alimentó al dragón de la especulación, al impedir que un cubano con dinero suficiente, pueda adquirir un auto nuevo. Los precios actuales son una locura. Un viejo coche estadounidense de los años 50 bien puede costar 25 mil dólares. Y más.
También sería sensato reducir considerablemente los excesivos impuestos de circulación a los artículos vendidos en las tiendas por moneda dura. Están gravados hasta en un 300%. Ese dinero recaudado por el régimen no ha traído mejoras en la calidad de vida de los más pobres. Al contrario.
Una tarde de abril de 1961, frenético y portando un fusil, Fidel Castro dijo que el proceso iniciado era una auténtica revolución "de los humildes, de los humildes y para los humildes". No ha sido así.
En los últimos 20 años, los pobres son mucho más pobres. Entre un 65 o 70% de la población tiene problemas materiales urgentes sin resolver. Lo peor es que no hay soluciones a la vista. Las reformas de Castro II han significado un nuevo hueco en el ya apretado cinturón de los más necesitados.
Los pequeños negocios privados pueden que sean un salvavidas de supervivencia para muchos cubanos. Pero vendiendo pan con mayonesa no se construye una nación desarrollada y próspera.
El dinero en Cuba, por lo general, siempre ha corrido hacia el mismo lugar: el bolsillo de los protegidos por el sistema.
El General puede cambiar las reglas. O dejarlas intactas. Con cualquiera de las dos opciones sabe que el sistema está en quiebra. La revolución, tal como la concibió su hermano, es una fantasía incosteable.
Si escoge la economía de mercado y apuesta por leyes democráticas, perdería el trono, pero podría a pasar a la historia vestido de héroe. Por el camino que va, trascendería como un villano.