Las autoridades de acá siguen guardando el más hermético silencio sobre las imprescindibles reformas migratorias en Cuba.
El noticiero de la TV cubana acaba de divulgar con mal disimulada alegría las declaraciones del presidente estadounidense acerca del fracaso de las reformas migratorias en ese país. Con las imágenes de Obama en pantalla, aunque cuidando de no transmitir directamente el discurso del mandatario como es habitual, los medios de la Isla trataban de desacreditar al “enemigo” apuntándole otro fiasco. Resulta, sin embargo, que las autoridades de acá siguen guardando el más hermético silencio sobre las imprescindibles reformas migratorias en Cuba que –según declaró largos meses atrás el presidente de la Asamblea Nacional, Ricardo Alarcón– “se están estudiando”. Se trata, sin dudas, de un estudio muy complejo, a juzgar por lo prolongado.
Mientras, los cubanos de todas las orillas seguimos forzados a solicitar los denigrantes permisos de salida y entrada de nuestro propio país, abonar las cuotas mensuales en los consulados de los países que visitamos (si es que queremos tener el derecho de ingresar de nuevo a la Isla, siempre que cumplamos además el permiso temporal por 11 meses y 29 días) y pagar cifras ridículamente altas por el pasaporte más estigmatizado del planeta. Porque al final, ¿se han fijado los esclavos de la ínsula con cuánto recelo nos miran las autoridades fronterizas de los aeropuertos extranjeros cuando viajamos? Nota: yo solo he viajado dos veces fuera de Cuba, en los años 1999 y 2000 y en ambas ocasiones noté esa mirada inquisitiva.
En principio, cada cubano que aspira a viajar acude a las oficinas de Inmigración y Extranjería, raro nombre para una institución a la que acuden principalmente cubanos que, en un significativo número, desean emigrar. ¿No debería llamarse Departamento de Emigración y Cubanía? Allí comienza la extorsión que todos conocemos: es preciso desembolsar de entrada 55 CUC para la confección de un pasaporte que vence a los seis años y que se debe renovar cada dos, lo que aumenta a 95 CUC su costo total, sin ningún beneficio para el aspirante a viajero. Si se es suficientemente afortunado, solo se tendrían que gastar 150 CUC más para conseguir el permiso de salida, –la tristemente célebre tarjeta o carta blanca– y por último quedaría el impuesto de 25 CUC en el aeropuerto en el momento de la salida. El trámite, en su totalidad, constituye el gasto de una fortuna para el cubano común. En la mayoría de los casos tales gastos y los del pasaje corren por cuenta de familiares y amigos residentes en el exterior, los cuales –por su parte– tienen que abonar cifras leoninas cuando deciden viajar a la Isla.
Resumiendo, usted como cubano paga por la confección del pasaporte más caro del mundo, documento que servirá casi exclusivamente para que el gobierno cubano ingrese jugosas divisas sin invertir más que en la cartulina, la tinta y el papel de su confección. Con ese pasaporte usted no solo prolongará su condición de esclavo más allá de las fronteras de la hacienda, sino que contribuirá –lo quiera o no– a nutrir las arcas del propio sistema que lo humilla. Por supuesto, no propongo la renuncia a viajar, pero sí sugiero que quizás mientras las autoridades van estudiando las “reformas migratorias” podrían ir aplicando algunas modificaciones justas. Se me ocurre que, ya que solo ellas son beneficiarias del uso del pasaporte por los viajeros, al menos deberían incluirlo entre las “gratuidades” del sistema. Sería curioso establecer en Cuba el primer “pasaporte subsidiado” de la historia. Esto no cambiaría en nada nuestra condición ni nos convertiría en ciudadanos con libertad de movimiento, pero al menos disminuiría en alguna medida la inmensa costra de cinismo de las autoridades cubanas, que buena falta les hace.
Publicado en el blog sin EVAsión el 21 de septiembre de 2012.
Mientras, los cubanos de todas las orillas seguimos forzados a solicitar los denigrantes permisos de salida y entrada de nuestro propio país, abonar las cuotas mensuales en los consulados de los países que visitamos (si es que queremos tener el derecho de ingresar de nuevo a la Isla, siempre que cumplamos además el permiso temporal por 11 meses y 29 días) y pagar cifras ridículamente altas por el pasaporte más estigmatizado del planeta. Porque al final, ¿se han fijado los esclavos de la ínsula con cuánto recelo nos miran las autoridades fronterizas de los aeropuertos extranjeros cuando viajamos? Nota: yo solo he viajado dos veces fuera de Cuba, en los años 1999 y 2000 y en ambas ocasiones noté esa mirada inquisitiva.
En principio, cada cubano que aspira a viajar acude a las oficinas de Inmigración y Extranjería, raro nombre para una institución a la que acuden principalmente cubanos que, en un significativo número, desean emigrar. ¿No debería llamarse Departamento de Emigración y Cubanía? Allí comienza la extorsión que todos conocemos: es preciso desembolsar de entrada 55 CUC para la confección de un pasaporte que vence a los seis años y que se debe renovar cada dos, lo que aumenta a 95 CUC su costo total, sin ningún beneficio para el aspirante a viajero. Si se es suficientemente afortunado, solo se tendrían que gastar 150 CUC más para conseguir el permiso de salida, –la tristemente célebre tarjeta o carta blanca– y por último quedaría el impuesto de 25 CUC en el aeropuerto en el momento de la salida. El trámite, en su totalidad, constituye el gasto de una fortuna para el cubano común. En la mayoría de los casos tales gastos y los del pasaje corren por cuenta de familiares y amigos residentes en el exterior, los cuales –por su parte– tienen que abonar cifras leoninas cuando deciden viajar a la Isla.
Resumiendo, usted como cubano paga por la confección del pasaporte más caro del mundo, documento que servirá casi exclusivamente para que el gobierno cubano ingrese jugosas divisas sin invertir más que en la cartulina, la tinta y el papel de su confección. Con ese pasaporte usted no solo prolongará su condición de esclavo más allá de las fronteras de la hacienda, sino que contribuirá –lo quiera o no– a nutrir las arcas del propio sistema que lo humilla. Por supuesto, no propongo la renuncia a viajar, pero sí sugiero que quizás mientras las autoridades van estudiando las “reformas migratorias” podrían ir aplicando algunas modificaciones justas. Se me ocurre que, ya que solo ellas son beneficiarias del uso del pasaporte por los viajeros, al menos deberían incluirlo entre las “gratuidades” del sistema. Sería curioso establecer en Cuba el primer “pasaporte subsidiado” de la historia. Esto no cambiaría en nada nuestra condición ni nos convertiría en ciudadanos con libertad de movimiento, pero al menos disminuiría en alguna medida la inmensa costra de cinismo de las autoridades cubanas, que buena falta les hace.
Publicado en el blog sin EVAsión el 21 de septiembre de 2012.