El autor descubre un presagio del 1 de enero de 1959 en un documento fechado en 1811
La superioridad de los animales cubanos --y de los extranjeros que han tenido la buena fortuna de incorporarse al imaginario de la isla— no sólo ha resonado en la poesía popular sino en la culta, y se explaya en unas décimas de Manuel de Zequeira y Arango (La Habana, 1764–1846):
Un huevo de piojo produce un mosquito; el mosquito engendra un ejemplar de ganado vacuno; un papagayo puertorriqueño divulga el prodigio; una avecilla transporta un mamífero rumiante oriundo de Asia, a través del océano Atlántico, desde la región más oriental de Cuba hasta el norte de Italia, y un escritor griego a quien se atribuye el hallazgo de los prodigiosos insectos --y a quien sólo se le conocía como autor de una novela, Las Etiópicas, hasta la publicación de estos versos-- encabeza el relato.
Nadie alude a Zequeira y Arango sin acotar, ebrio de erudición literaria y ávido de exhibirla, que fue el autor de la oda “A la piña”, esa pugna de la naturaleza cubana por aflojarse la camisa de fuerza de la poesía de moda en Europa y expresarse de manera más conforme con el carácter desenvuelto y voluptuoso del criollo que la cortejaba y al que ella misma le hablaba de independencia. Pero la verdadera importancia de Zequeira y Arango no radica en esta oda frutal sino en el poema al que pertenece la décima que reproduzco, y más que en el poema mismo, en su título: Con motivo de cierta reunión de sujetos de buen humor el día 1º de enero de 1811.
Hay títulos que valen por una obra, títulos con un poder de sugerencia tal que, por un instante, uno no sabe qué hacer ante ellos, si proseguir a hojear el libro que cifran o permanecer en silencio ante su singularidad, embelesado o abismado, indiferente a lo que pueda leerse después. Escojo algunos e identifico a sus autores, aunque en algún caso huelgue la precisión: En busca del tiempo perdido (Marcel Proust), La intuición del instante (Gastón Bachelard), Los recuerdos del porvenir (Elena Garro), Nostalgia de la muerte (Xavier Villaurrutia), La oscuridad es otro sol (Olga Orozco), La carne del tiempo (Félix Cruz Álvarez), Señal en el agua (Teresa María Rojas), La música de lo que pasa (David Huerta), La eternidad del instante (Zoe Valdés), El arte de la espera (Rafael Rojas) y Títere con cabeza (Javier Almuzara). A partir de cualquiera de ellos podría escribirse un ensayo que precediera a la lectura del libro que identifican, es decir, que prescindiera del libro.
La significación del título de Zequeira y Arango no es de orden literario sino histórico. El poema es un disparatero donde tan pronto se ve a Moctezuma huir en el arca de Noé como a un ciego dibujar un círculo cuadrado y, dentro de él, un mapa cuyo destinatario es Salomón. La décima inicial establece el carácter de la totalidad del texto:
La antigüedad no diferenció entre el poeta y el vate, y el vate es un adivino. Más que la crónica de algo que pasó, el texto de Zequeira y Arango puede haber sido la de algo que pasaría, el presagio de una realidad trastocada por “cierta reunión de sujetos de buen humor”, es decir, de individuos poco serios y con móviles sospechosos. Esto último lo sugiere el calificativo de “cierta”, indicio de indeterminación, de renuencia del autor --quién sabe si temeroso de sufrir alguna represalia: censura, tortura, cárcel, actos de repudio-- a irse de la lengua.
Que la reunión tuviera lugar un 1 de enero no puede haber sido fortuito, aunque Zequeira y Arango lo ignorara y el año anotado por él no correspondiera al que daría inicio al desbarajuste verdadero. El poeta fecha su visión acorde con su período vital pero entre ésta y lo que de ella habrá de concretarse transcurrirán 148 años.
Zequeira y Arango no precisa el número de individuos congregados: lo mismo puede haberse tratado de un puñado de compatriotas y un guerrillero argentino, como de la mayoría de la población cubana el 1 de enero de 1959. Los poetas, como los augures y los libros sagrados, hablan en términos metafóricos y el sitio del encuentro puede haber sido la Plaza Cívica de La Habana, luego Plaza de la Revolución. Nada más parecido al pueblo cubano aquel día que un ciego con anteojos; nada más típico de quien desborda entusiasmo que el deseo de saltar. El buen humor no sorprende: entronizado, suele ser aviso de irresponsabilidad y causa de infortunio, aunque algunos lo exalten como mecanismo de defensa.
La significación del poema de Zequeira y Arango excederá la de cualquier otro texto escrito en Cuba si se comprueba que entre los poderes concedidos a la poesía no sólo está el de predecir el futuro sino el de generarlo, el de influir en él a partir de sus ocurrencias, cuanto más precisas en su datación, más susceptibles de desdoblarse en algo más que versos; cuanto más delirantes, más peligrosas; cuanto más amigas de mezclar lo pasado y lo presente, más difíciles de neutralizar. Entonces el autor de la oda “A la piña” no sólo se revelará nuestro vate por excelencia sino el responsable del descalabro que sufrimos desde una fecha que él escogió siglo y medio antes de que un año se decidiera a prohijarla.
Tampoco debe descartarse la posibilidad de que todo lo que sucedió continúe sucediendo, sin solución de continuidad, en universos paralelos, y de que la realidad cubana no sea más que ese desatino múltiple anticipado por Zequeira y Arango pero ajustado a la medida de una floreciente --y hasta donde se vislumbra, incorregible-- falla moral.
Cuenta por fin Eliodoro
que nació (caso inaudito)
de una liendre un gran mosquito
y de este mosquito un toro;
esto publicaba un loro
muy ufano en Puerto Rico,
cuando alzando en el Guarico
alto vuelo un tomeguín,
fue a parar hasta Turín
con un camello en el pico.
que nació (caso inaudito)
de una liendre un gran mosquito
y de este mosquito un toro;
esto publicaba un loro
muy ufano en Puerto Rico,
cuando alzando en el Guarico
alto vuelo un tomeguín,
fue a parar hasta Turín
con un camello en el pico.
Nadie alude a Zequeira y Arango sin acotar, ebrio de erudición literaria y ávido de exhibirla, que fue el autor de la oda “A la piña”, esa pugna de la naturaleza cubana por aflojarse la camisa de fuerza de la poesía de moda en Europa y expresarse de manera más conforme con el carácter desenvuelto y voluptuoso del criollo que la cortejaba y al que ella misma le hablaba de independencia. Pero la verdadera importancia de Zequeira y Arango no radica en esta oda frutal sino en el poema al que pertenece la décima que reproduzco, y más que en el poema mismo, en su título: Con motivo de cierta reunión de sujetos de buen humor el día 1º de enero de 1811.
La significación del título de Zequeira y Arango no es de orden literario sino histórico. El poema es un disparatero donde tan pronto se ve a Moctezuma huir en el arca de Noé como a un ciego dibujar un círculo cuadrado y, dentro de él, un mapa cuyo destinatario es Salomón. La décima inicial establece el carácter de la totalidad del texto:
Yo vi por mis propios ojos
(dicen muchos en confianza)
en una escuela de danza
bailar por alto los cojos;
hubo ciegos con anteojos
que saltaban sobre zancos,
y sentados en los bancos
para dar más lucimientos,
tocaban los instrumentos;
los tullidos y los mancos.
(dicen muchos en confianza)
en una escuela de danza
bailar por alto los cojos;
hubo ciegos con anteojos
que saltaban sobre zancos,
y sentados en los bancos
para dar más lucimientos,
tocaban los instrumentos;
los tullidos y los mancos.
Que la reunión tuviera lugar un 1 de enero no puede haber sido fortuito, aunque Zequeira y Arango lo ignorara y el año anotado por él no correspondiera al que daría inicio al desbarajuste verdadero. El poeta fecha su visión acorde con su período vital pero entre ésta y lo que de ella habrá de concretarse transcurrirán 148 años.
Zequeira y Arango no precisa el número de individuos congregados: lo mismo puede haberse tratado de un puñado de compatriotas y un guerrillero argentino, como de la mayoría de la población cubana el 1 de enero de 1959. Los poetas, como los augures y los libros sagrados, hablan en términos metafóricos y el sitio del encuentro puede haber sido la Plaza Cívica de La Habana, luego Plaza de la Revolución. Nada más parecido al pueblo cubano aquel día que un ciego con anteojos; nada más típico de quien desborda entusiasmo que el deseo de saltar. El buen humor no sorprende: entronizado, suele ser aviso de irresponsabilidad y causa de infortunio, aunque algunos lo exalten como mecanismo de defensa.
Tampoco debe descartarse la posibilidad de que todo lo que sucedió continúe sucediendo, sin solución de continuidad, en universos paralelos, y de que la realidad cubana no sea más que ese desatino múltiple anticipado por Zequeira y Arango pero ajustado a la medida de una floreciente --y hasta donde se vislumbra, incorregible-- falla moral.