Con Villa Clara como representante, los cubanos dieron, a cada paso, pruebas fehacientes de que toda moneda tiene dos caras.
Naranjeros de Hermosillo (México) derrotó en el pleito decisivo a Indios de Mayagüez (Puerto Rico) siete carreras por una, pero creo que, a largo plazo, la Serie del Caribe de Béisbol 2014 será recordada, sobre todo, como el antes y el después del regreso de Cuba al profesionalismo.
La Isla de Margarita fue testigo del segundo éxito en línea de un equipo mexicano (hace un año ganó Obregón), del fiasco de los anfitriones venezolanos (Navegantes del Magallanes), que no accedieron al partido final, y del penoso retorno de Cuba, última entre los cinco participantes con un juego ganado y tres perdidos.
Con Villa Clara como representante, los cubanos dieron, a cada paso, pruebas fehacientes de que toda moneda tiene dos caras. De que se puede cambiar de opinión como de pañuelo. O de que, como se explicaba en las rancias cátedras de marxismo-leninismo, la vida está signada por la dialéctica.
¿La plaza rumbo a la Serie del Caribe la ganó Villa Clara o el equipo Cuba?, se preguntaban, inconformes con la convocatoria a filas de un grupo de peloteros de refuerzo, los abanderados del provincianismo. Una semana después, esos mismos opinan que los técnicos subestimaron la competencia, que a Venezuela debió acudir la selección nacional.
“¡Ahí viene el lobo!”, alertaban las autoridades de Cuba cada vez que flotaba en el ambiente el peligro (cuestión de principios le llamaban) de enfrentar a peloteros suyos integrados en equipos de otros países. Sucedió al fin --versiones no confirmadas apuntan a que desde La Habana falló ahora el enésimo intento por evitarlo--, y el trauma dejó huellas tan profundas que un hombre experimentado como Yulieski Gourriel dijo que habían sentido presión al jugar contra sus excompañeros.
“No tiene sentido ir a la Serie del Caribe, es un torneo por debajo de nuestra calidad; si topamos contra profesionales, que sean rivales tan fuertes como nuestro equipo”, repitieron durante los últimos 20 años los comisionados del deporte en el verde caimán, Carlos Rodríguez primero, Higinio Vélez después. En un lapso tan breve como la semana transcurrida en Margarita, y después de un ostracismo de 54 años, la percepción del encuentro con los profesionales del área dio en La Habana un dramático giro de 180 grados.
Antonio Castro Soto del Valle, médico del equipo Cuba y vicepresidente de IBAF --la entidad que regía el béisbol internacional hasta que Major League Baseball tomó las riendas entre bastidores--, ha ido mucho más allá, opinando desde el poder que le confieren sus apellidos.
Tony, como se conoce en los círculos beisboleros al benjamín de los Castro, ha declarado --y solamente a medios de prensa extranjeros-- que llegará el momento en que cualquier jugador de su país, donde quiera que resida, tendrá la posibilidad de representar a su patria.
Las opiniones, insisto, se han desplazado a las antípodas, tanto en círculos oficiales cubanos como dentro de la población más humilde, y solo falta que el choque con la realidad se traduzca en una actitud consecuente sobre el terreno.
Para que, en el futuro, los equipos cubanos abandonen las competencias trofeos en mano, y sea tarea de otros esto de traspasar aduanas bajo la incómoda encomienda de arrastrar gomas de automóvil de repuesto. Como sucedió hasta 1960, cuando la Mayor de las Antillas acumulaba siete de los doce títulos disputados y los televisores se compraban en la esquina.
La Isla de Margarita fue testigo del segundo éxito en línea de un equipo mexicano (hace un año ganó Obregón), del fiasco de los anfitriones venezolanos (Navegantes del Magallanes), que no accedieron al partido final, y del penoso retorno de Cuba, última entre los cinco participantes con un juego ganado y tres perdidos.
Con Villa Clara como representante, los cubanos dieron, a cada paso, pruebas fehacientes de que toda moneda tiene dos caras. De que se puede cambiar de opinión como de pañuelo. O de que, como se explicaba en las rancias cátedras de marxismo-leninismo, la vida está signada por la dialéctica.
¿La plaza rumbo a la Serie del Caribe la ganó Villa Clara o el equipo Cuba?, se preguntaban, inconformes con la convocatoria a filas de un grupo de peloteros de refuerzo, los abanderados del provincianismo. Una semana después, esos mismos opinan que los técnicos subestimaron la competencia, que a Venezuela debió acudir la selección nacional.
“¡Ahí viene el lobo!”, alertaban las autoridades de Cuba cada vez que flotaba en el ambiente el peligro (cuestión de principios le llamaban) de enfrentar a peloteros suyos integrados en equipos de otros países. Sucedió al fin --versiones no confirmadas apuntan a que desde La Habana falló ahora el enésimo intento por evitarlo--, y el trauma dejó huellas tan profundas que un hombre experimentado como Yulieski Gourriel dijo que habían sentido presión al jugar contra sus excompañeros.
“No tiene sentido ir a la Serie del Caribe, es un torneo por debajo de nuestra calidad; si topamos contra profesionales, que sean rivales tan fuertes como nuestro equipo”, repitieron durante los últimos 20 años los comisionados del deporte en el verde caimán, Carlos Rodríguez primero, Higinio Vélez después. En un lapso tan breve como la semana transcurrida en Margarita, y después de un ostracismo de 54 años, la percepción del encuentro con los profesionales del área dio en La Habana un dramático giro de 180 grados.
Antonio Castro Soto del Valle, médico del equipo Cuba y vicepresidente de IBAF --la entidad que regía el béisbol internacional hasta que Major League Baseball tomó las riendas entre bastidores--, ha ido mucho más allá, opinando desde el poder que le confieren sus apellidos.
Tony, como se conoce en los círculos beisboleros al benjamín de los Castro, ha declarado --y solamente a medios de prensa extranjeros-- que llegará el momento en que cualquier jugador de su país, donde quiera que resida, tendrá la posibilidad de representar a su patria.
Las opiniones, insisto, se han desplazado a las antípodas, tanto en círculos oficiales cubanos como dentro de la población más humilde, y solo falta que el choque con la realidad se traduzca en una actitud consecuente sobre el terreno.
Para que, en el futuro, los equipos cubanos abandonen las competencias trofeos en mano, y sea tarea de otros esto de traspasar aduanas bajo la incómoda encomienda de arrastrar gomas de automóvil de repuesto. Como sucedió hasta 1960, cuando la Mayor de las Antillas acumulaba siete de los doce títulos disputados y los televisores se compraban en la esquina.