Elizabeth Dore, Profesora Emérita de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Southampton, Gran Bretaña, dirige desde 2004 el proyecto de historia oral "Recuerdos de la Revolución Cubana". La iniciativa le ha llevado a residir largas temporadas en la isla, donde ha entrevistado a unos 125 cubanos. La idea contó con el apoyo del Centro Nacional de Educación Sexual que dirige la hija del gobernante cubano, Mariela Castro.
En una crónica publicada en el sitio web de la organización Nueva Sociedad, Democracia y política en América Latina, Dore sondea diversos estratos de la actual sociedad cubana, desde la cúpula partidista hasta los indigentes y desamparados, a la vista de un cambio que muchos han calificado de "histórico": cuando por primera vez en casi 60 años gobernaría el país comunista alguien sin el apellido Castro.
Entre militantes intermedios del Partido Comunista (PCC) percibe enojo por el hermetismo que rodea la selección del sucesor de Raúl Castro.
“Solían hacer sondeos. Se dice que hicieron consultas en los niveles más altos, pero ninguna aquí. Nos sentimos abandonados”, le dijo una funcionaria de la segunda línea del PCC en Pinar del Río. Agrega que a la gente no la entusiasma Miguel Díaz-Canel [el presunto sucesor de Castro]. “Es frío, distante, nunca sonríe”, dice.
Otra “leal militante del Partido de toda la vida”, Yudith, prefiere cambiar de tema: “No hablemos de política. Es demasiado triste. Hablemos de cosas agradables”.
La cronista apunta que, a diferencia de sus amigas, que crecieron con la revolución, a la mayoría de los cubanos que entrevistó no les interesa qué piensa o qué representa Miguel Díaz-Canel. "Se sienten profundamente desconectados de la elite política. Cuando pregunto sobre Díaz-Canel, a menudo la respuesta es '¿Quién?' o 'Los políticos son todos iguales, se meten en la política para su propio beneficio'".
Un joven funcionario y miembro del PCC llamado Mario,que vive en el suburbio pobre de La Lisa le dijo a la autora que sus amigos son apolíticos. “No creen que el traspaso traiga algún cambio. Raúl seguirá siendo cabeza del Partido. Sus vidas seguirán siendo tan difíciles como lo son hoy. Nada va a cambiar”, predice.
Entretanto Ofelia, una vendedora de ropa de segunda mano y residente en los edificios de microbrigadas de Alamar, advierte que “no importa quién sea presidente. Los grandes se harán más ricos, los de abajo, la gente como yo, seguirá siendo pobre”.
La catedrática de Southampton advierte que, aunque la mayoría de los cubanos le dicen que se sienten descontentos, “es muy improbable que actúen en forma colectiva, más aún que salgan a las calles. La forma tradicional de resistencia en Cuba es irse”, y a pesar de que se ha vuelto más difícil emigrar a Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump. “los cubanos continúan pergeñando planes para emigrar”.
Dore observa que “a comienzos de 2018, la atmósfera en Cuba es marcadamente diferente de la que existía cuando Obama visitó La Habana en marzo de 2016. En ese momento la mayoría de la gente con la que hablé decía que las condiciones eran malas, pero que se sentía esperanzada. Cansados de la austeridad, cansados de inventar para poner alimentos sobre la mesa, cansados de promesas de que las condiciones mejorarían, veían a Obama como un salvador (…) Los cubanos pensaban que cuando las inversiones provenientes de Estados Unidos entraran en la isla, el turismo explotaría, la actividad privada florecería y la calidad de vida mejoraría”, dice
En cambio, a juicio de la autora el presidente Trump “está intentando socavar al gobierno y estrangular la economía destruyendo los espacios comerciales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Estas controlan buena parte de la economía de moneda convertible, incluido el fuerte sector turístico, el nuevo puerto y Zona Especial de Desarrollo de Mariel, y las principales compañías de importación y exportación e instituciones financieras”.
A la académica le parece que esta política de Trump “está resultando sorprendentemente efectiva. Luego de sus anuncios sobre las nuevas medidas, el número de turistas estadounidenses que visitan Cuba cayó 25%, de acuerdo con algunos informes. Varias líneas aéreas norteamericanas redujeron sus vuelos a la isla. Un número de empresas del mismo origen que se encontraban en proceso de negociar acuerdos con el gobierno cubano dieron marcha atrás. En enero vi las consecuencias del endurecimiento del bloqueo. Los hoteles y restaurantes de La Habana y de las playas estaban a mitad de su capacidad, en el mejor de los casos. Los buses turísticos permanecían ociosos en gigantescos estacionamientos. Muchos taxistas me dijeron que habían sido despedidos de sus empleos en el sector turístico”.
Pero “los infortunios cubanos se han multiplicado por razones relacionadas solo parcialmente con Trump”, apunta la observadora: “Venezuela, empantanada en una crisis política y económica, redujo sus exportaciones subsidiadas de petróleo a Cuba en un 40% en los dos últimos años. El puerto de Mariel, diseñado para ser el núcleo de la nueva economía cubana, fue financiado por empresas aliadas a los dirigentes políticos brasileños que fueron expulsados por el golpe parlamentario de la derecha. Mientras el gobierno de Cuba estaba reconstruyendo los hospitales, escuelas y hogares destruidos en 2016 por el huracán Matthew, la isla fue alcanzada por el huracán Irma, aún más destructivo, que se cobró vidas en La Habana y los alrededores, devastó las cosechas de azúcar y cacao de ese año, y golpeó la producción de cultivos alimenticios y huevos. Ante la escasez, el gobierno redujo la cantidad de alimentos distribuidos por la libreta de racionamiento. Al mismo tiempo, los precios en el mercado abierto siguen trepando”.
Mientras tanto los bajos salarios estimulan el robo y la corrupción: “Muchas familias, probablemente la mayoría, complementan sus bajos salarios con el ‘desvío de recursos estatales’, o dicho de otro modo, robando al Estado. ‘La corrupción permea todo el orden social’, me dice Mario, el militante del Partido. ‘Se ha convertido en algo que corre por nuestras venas. Te daré algunos ejemplos: un miembro del Partido encargado de la cafetería de un hospital, un amigo mío, se lleva comida a su casa todos los días para que su familia pueda comer decentemente. Los médicos roban medicamentos para venderlos en el mercado negro (…) Por supuesto, cuanto más alta sea tu posición, más puedes malversar’”.
Dore señala que “los cubanos llaman a la nueva clase de propietarios los ’nuevos ricos’ y la ‘clase emergente’. Son dueños de hoteles boutique, restaurantes, gimnasios, talleres de reparaciones y empresas constructoras y se aprovechan de los recursos estatales en una escala impactante”.
Pero dice que “hay otra clase emergente en Cuba, la de los desempleados y los subocupados. Es difícil encontrar estadísticas económicas confiables, pero los informes sugieren que en 2017 12% de la población vivía en la extrema pobreza. Observo a cubanos y cubanas pobres desde el balcón de la casa particular donde me estoy hospedando en El Vedado, un barrio alto en La Habana. Están revolviendo los cubos de basura en la esquina. Los veo mendigar en el centro de La Habana. No son mujeres y hombres jóvenes y alegres que tratan de seducir a los turistas para conseguir un par de CUC, sino gente indigente que se sienta en la vereda con carteles escritos a mano en español en los que piden a los transeúntes dinero o alimento”.
“En la calle Obispo, la franja comercial más populosa de La Habana, veo un hombre mayor desaliñado que empuja una carretilla con bolsas plásticas, cartones y trapos. Voy junto con una amiga en camino a una librería. Ella confirma mi sospecha: es una persona sin techo. La carencia absoluta de vivienda es algo poco común. Pero puede ser un espectro de la nueva Cuba”.