“Quiero que los fanáticos me recuerdan como un pelotero que no se rindió jamás ante las dificultades”, dijo Céspedes entrevistado por la televisión.
Si hace unos días imaginé que las antenas ilegales en Cuba no serían suficientes para rastrear el Juego de las Estrellas 2013, en las Grandes Ligas de Béisbol, la victoria del criollo Yoenis Céspedes, en el Derby de Jonrones, habrá colapsado de audiencias furtivas solares ruinosos y paladares, mansiones de gobierno y centros turísticos para extranjeros.
Puesto en solfa por innumerables, lectores en las web en inglés de los Estados Unidos --creían que el cubanito estaba allí de más-- Céspedes, en su segundo año en el Big Show, se creció sobre el majestuoso estadio Citi Field, de la ciudad de Nueva York, y fue el monarca indiscutido de la competencia.
Empuñando como tercer hombre en la cálida noche de la Gran Manzana, segundo en el equipo de la Liga Americana, el fibroso moreno de Campechuela despachó !17 batazos sobre las cercas! en la primera ronda.
Al concluir el desfile de aspirantes, habían sido eliminados dos compañeros de Céspedes, Prince Fielder, el campeón de 2012 (cinco bambinazos) y el capitán de la selección, Robinson Canó, que despachó cuatro pelotas. Se fueron también a las duchas dos cañoneros del Viejo Circuito, Pedro Álvarez (seis batazos) y David Wright, que sumó cinco.
Seguían en lidia el jonronero del momento, Chris Davis (ocho vuelacercas), Bryce Harper (8) y Michael Cuddyer (7). En la segunda ronda se mantuvieron firme tanto Céspedes, con seis cuadrangualres, como Harper, con ocho; Cuddyer dio ocho pero se quedó corto en el acumulado, y Davis se fue a lo profundo solo cuatro veces.
En la ronda final, Céspedes contra Harper, el hombre de Nacionales de Washington empuñó primero y agregó ocho batazos; pero Céspedes cerró el programa, y cuando llegó a nueve fogonazos, cerrándole la puerta a su rival, soltó el bate con expresión de alivio, mientras Nueva York se llenaba de ruidos.
“Quiero que los fanáticos me recuerdan como un pelotero que no se rindió jamás ante las dificultades”, dijo Céspedes entrevistado por la televisión.
Y, sobre su máxima aspiración, concluyó que “sería la que anhela todo beisbolista, alcanzar el Salón de la Fama”.
Lástima que este portento, de humilde cuna, no haya nacido en mejor época. Que no haya llegado cinco años antes al mejor béisbol del mundo, sin haber sufrido los sobresaltos de un terco viaje contra el absurdo.
Puesto en solfa por innumerables, lectores en las web en inglés de los Estados Unidos --creían que el cubanito estaba allí de más-- Céspedes, en su segundo año en el Big Show, se creció sobre el majestuoso estadio Citi Field, de la ciudad de Nueva York, y fue el monarca indiscutido de la competencia.
Empuñando como tercer hombre en la cálida noche de la Gran Manzana, segundo en el equipo de la Liga Americana, el fibroso moreno de Campechuela despachó !17 batazos sobre las cercas! en la primera ronda.
Al concluir el desfile de aspirantes, habían sido eliminados dos compañeros de Céspedes, Prince Fielder, el campeón de 2012 (cinco bambinazos) y el capitán de la selección, Robinson Canó, que despachó cuatro pelotas. Se fueron también a las duchas dos cañoneros del Viejo Circuito, Pedro Álvarez (seis batazos) y David Wright, que sumó cinco.
Seguían en lidia el jonronero del momento, Chris Davis (ocho vuelacercas), Bryce Harper (8) y Michael Cuddyer (7). En la segunda ronda se mantuvieron firme tanto Céspedes, con seis cuadrangualres, como Harper, con ocho; Cuddyer dio ocho pero se quedó corto en el acumulado, y Davis se fue a lo profundo solo cuatro veces.
En la ronda final, Céspedes contra Harper, el hombre de Nacionales de Washington empuñó primero y agregó ocho batazos; pero Céspedes cerró el programa, y cuando llegó a nueve fogonazos, cerrándole la puerta a su rival, soltó el bate con expresión de alivio, mientras Nueva York se llenaba de ruidos.
“Quiero que los fanáticos me recuerdan como un pelotero que no se rindió jamás ante las dificultades”, dijo Céspedes entrevistado por la televisión.
Y, sobre su máxima aspiración, concluyó que “sería la que anhela todo beisbolista, alcanzar el Salón de la Fama”.
Lástima que este portento, de humilde cuna, no haya nacido en mejor época. Que no haya llegado cinco años antes al mejor béisbol del mundo, sin haber sufrido los sobresaltos de un terco viaje contra el absurdo.