La tarde del 7 de noviembre no imaginaba que cambiaría mi nombre por un número. Salí aproximadamente a las dos de tarde a llevarle una sopa a mi padre ingresado en un policlínico. Mientras bajaba la calle de mi casa la patrulla 950 rondaba la zona lentamente. Cuando casi cruzo la calzada, sentí un frenazo brusco. Un agente de la seguridad del Estado me nombró por mi nombre y dijo la usual frase: Tiene que acompañarnos y apaga el móvil.
Antes hice la llamada telefónica a la que tengo derecho natural y nadie puede negarme. Así al menos avisé sobre mi arresto. Sin merecer la corpulencia de los policías 29128 y 29130, por mi baja estatura, ser mujer y no estar armada, fui conducida al asiento trasero de la patrulla. Sin saber los motivos ni mi lugar de destino. Cuando pregunté, el agente se limitó a decir: Ya verás a donde te llevamos, tenía ganas de conocerte pero hoy tú vas a saber quién soy yo.
No fue mucha mi sorpresa al ver que mi destino era 100 y Aldabó. Aunque confieso pensé inicialmente solo serían unas horas de detención. Bajo el pretexto de difusión de noticia falsa contra la paz internacional, me tomaron muestras de sangre y ocuparon todas mis pertenencias. Una oficial me dijo que leyera un cartel en el que se muestran los derechos y deberes de los detenidos, como si de mucho valieran. Luego me trasladó hacia un pequeño cuarto donde me dieron un uniforme gris y me indicó siempre llevar mis manos detrás del cuerpo: ¡Para que no seas reprimida!
Me entregó dos sábanas, una colcha, una enguatada y una toalla. No recuerdo quién, pero alguien dijo: Ella va a pasar aquí unos días. Durante más de 3 horas de interrogatorio, el instructor del caso trataba de descifrar mi pensamiento y mi colaboración con Cubanet. Buscaba una explicación a lo que sus superiores calificaban como un proceso de metamorfosis: “de jueza a contrarrevolucionaria”. Dejando claro que esa no sería nuestra única plática, una oficial me trasladó a una celda junto a otras dos detenidas, que llevaban allí más de 30 días.
Muchas preocupaciones venían a mi mente, la salud de mi papá, mi niña de 3 añitos y la reacción de mi esposo, amigos y familiares. Me mostré calmada. Esa noche no comí nada. Traté de dormir. Cuando casi lo consigo, unos golpes en los hierros de la celda y los gritos de la carcelera me sobresaltaron. “¡54033, 54033!” No respondí. Cuando abrió la celda, la amargada mujer me miró y me dijo: “Chica, tu no oyes que te estoy llamando o te dieron el papelito por gusto”.
Entonces recordé que tenía en un bolsillo pequeño de la blusa, un cartoncito donde se leía: 54033/201. Significaba número de detenida y celda. Una de las chicas me dijo, “ahora ese es tu carné de identidad”. Mientras, la carcelera me dijo que recogiera todas mis cosas. Un poco aturdida empecé a abrocharme los zapatos y me advirtió con malas pulgas: No te arregles tanto que no vas tan lejos, vas para otra celda. “Pues voy para otra celda”, respondí. Esa fue mi primera noche en Aldabó.
Publicado en el blog Jurisconsulto el 12 de noviembre del 2012.
Antes hice la llamada telefónica a la que tengo derecho natural y nadie puede negarme. Así al menos avisé sobre mi arresto. Sin merecer la corpulencia de los policías 29128 y 29130, por mi baja estatura, ser mujer y no estar armada, fui conducida al asiento trasero de la patrulla. Sin saber los motivos ni mi lugar de destino. Cuando pregunté, el agente se limitó a decir: Ya verás a donde te llevamos, tenía ganas de conocerte pero hoy tú vas a saber quién soy yo.
No fue mucha mi sorpresa al ver que mi destino era 100 y Aldabó. Aunque confieso pensé inicialmente solo serían unas horas de detención. Bajo el pretexto de difusión de noticia falsa contra la paz internacional, me tomaron muestras de sangre y ocuparon todas mis pertenencias. Una oficial me dijo que leyera un cartel en el que se muestran los derechos y deberes de los detenidos, como si de mucho valieran. Luego me trasladó hacia un pequeño cuarto donde me dieron un uniforme gris y me indicó siempre llevar mis manos detrás del cuerpo: ¡Para que no seas reprimida!
Me entregó dos sábanas, una colcha, una enguatada y una toalla. No recuerdo quién, pero alguien dijo: Ella va a pasar aquí unos días. Durante más de 3 horas de interrogatorio, el instructor del caso trataba de descifrar mi pensamiento y mi colaboración con Cubanet. Buscaba una explicación a lo que sus superiores calificaban como un proceso de metamorfosis: “de jueza a contrarrevolucionaria”. Dejando claro que esa no sería nuestra única plática, una oficial me trasladó a una celda junto a otras dos detenidas, que llevaban allí más de 30 días.
Muchas preocupaciones venían a mi mente, la salud de mi papá, mi niña de 3 añitos y la reacción de mi esposo, amigos y familiares. Me mostré calmada. Esa noche no comí nada. Traté de dormir. Cuando casi lo consigo, unos golpes en los hierros de la celda y los gritos de la carcelera me sobresaltaron. “¡54033, 54033!” No respondí. Cuando abrió la celda, la amargada mujer me miró y me dijo: “Chica, tu no oyes que te estoy llamando o te dieron el papelito por gusto”.
Entonces recordé que tenía en un bolsillo pequeño de la blusa, un cartoncito donde se leía: 54033/201. Significaba número de detenida y celda. Una de las chicas me dijo, “ahora ese es tu carné de identidad”. Mientras, la carcelera me dijo que recogiera todas mis cosas. Un poco aturdida empecé a abrocharme los zapatos y me advirtió con malas pulgas: No te arregles tanto que no vas tan lejos, vas para otra celda. “Pues voy para otra celda”, respondí. Esa fue mi primera noche en Aldabó.
Publicado en el blog Jurisconsulto el 12 de noviembre del 2012.