Jorge Luis Rodríguez desafió las minas antipersonales en la guerra de Angola, jamás imaginó que sería en Cuba donde perdería primero los cinco dedos del pie derecho y luego parte de su pierna
“Me decían el barre minas porque andaba por los campos minados de la UNITA sin prestar atención. Y mira tú, lo que no sucedió en Angola, sucedió en La Habana”, comenta con resignación este hombre, de hablar pausado y carácter campechano.
Habla con tono seguro cuando dice que su historia no es única, “sucede todos los días, pero en Cuba nada se sabe”.
Todo comenzó cuando a finales de diciembre pasado viajó en una de sus visitas habituales al pueblo del Mariel, La Habana, donde viven su madre anciana y otros familiares.
“Se me hizo una lesión en un dedo del pie derecho por fricción, por el zapato que me apretaba, nunca pensé que llegaría a esto”, comentó Jorge.
En el Instituto Nacional de Angiología lo vieron los especialistas y le indicaron antibióticos, pero a los pocos días, apareció una infección severa, efecto secundario de la diabetes que le aqueja desde hace varios años.
De vuelta al centro asistencial, los galenos detectaron que la causa de la afección había sido un trombo, un coágulo sanguíneo que obstruía el flujo de oxígeno.
“Solo quiero que el mundo sepa que la consigna de potencia médica cubana es pura mentira, que el personal asistencial no tiene corazón a la hora de tratar a los pacientes, se venden por dólares o un plato de comida”
“Los dedos estaban negros y el médico, Dr. Abran, con solo un año de experiencia, me dijo que había que amputar”, relató Jorge en su casa en Tampa.
Rodríguez. de 55 años, es uno de los miles de cubanos que llegó a Estados Unidos durante el éxodo de 1994. Está casado y tiene tres hijos.
Su hijo Jorge, paramédico, viajó de inmediato a La Habana.
“Lo primero que me dijo fue que no quería ser una carga para mí y le respondí que si cuando yo era un niño no fui carga para él, ahora me tocaba a mi hacer por él, dijo el joven con la voz entre cortada.
Vinagre, cura de caballo
Para sanar y cerrar la herida de la amputación de los cinco dedos, los médicos apelaron al vinagre, algo que llamó la atención al paciente porque con orgullo dice ser “buen cocinero”.
Pero el vinagre era inexistente en el hospital y fue su hijo quien se lanzó a la conquista de la capital para conseguir el remedio que supuestamente sellaría la dolencia de su padre.
“Caminé cuadras y cuadras, y no encontraba vinagre. Es un artículo preciado hoy día. Después de recorrer por lo menos diez establecimientos, por fin lo encontré y compré una botella”, contó el joven que en 25 años no había visitado Cuba.
Las curas iban y venían. Primero con el vinagre diluido al 25 por ciento en agua, luego a vinagre puro y esto provocó lo que Julio padre sospechaba. “El vinagre me había cocinado los dedos”, lamentó.
De ahí, a la amputación de parte de la pierna.
“Solo quiero que el mundo sepa que la consigna de potencia médica cubana es pura mentira, que el personal asistencial no tiene corazón a la hora de tratar a los pacientes, se venden por dólares o un plato de comida”, denuncia Julio que advierte a quien le interese viajar a Cuba que si enferma, no espere y regrese de inmediato a EEUU.