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La gota que colmó la luna


"Puede, si nadie la tienta, / servir al sol de placenta"
"Puede, si nadie la tienta, / servir al sol de placenta"

El autor celebra los 800 años de una gota de rocío inmune a la evaporación

El 11 de octubre de 2003 recibí un correo electrónico procedente de Japón. Su autor era Aurelio Asiain, poeta, ensayista, traductor, editor, fotógrafo y espléndido lector de poesía. Pocos, como él, para ver dentro y detrás de un verso, o entre versos, y para decir lo que ve de manera tan puntual. No es raro que lo que vea rebase la previsión del autor, arroje una luz imprevista e incontrovertible sobre esos versos y abarque, don de dones, no sólo el resto de la escritura del susodicho sino algunos aspectos imperceptibles, al radar de otros, de su realidad. Asiain es un reloj suizo de intuiciones que, más que marcar el tiempo, lo puebla de hallazgos. Le debo, entre muchas otras gentilezas, la pasión por el haiku, pasión que no sólo alteró mi relación con la poesía sino con el mundo y, de manera especial, con la naturaleza. Sin temor a exagerar ni ánimo de halagar al amigo hoy remoto: hasta el haiku fui uno; otro, después.

Aquel correo celebraba su encuentro con un poema de Fujiwara no Teika (1162-1241). Encandilado, y con razón, Asiain incluía una transcripción fonética del texto en japonés, la traducción al español que acababa de esbozar y algo no menos sugestivo: una reseña del valor simbólico de los protagonistas del poema: el agua, los grillos, la luna. Los segundos, en este caso, pertenecían a una variedad específica: matsumushi, vocablo compuesto de otros dos: matsu (pino) y mushi (insecto). El quid del poema incluía una sutileza: la voz matsu también significa espera. La poesía japonesa asocia al pino con la saudade. Este grillo era, es, según frase del propio Asiain, el insecto de la nostalgia.

Hoy, más de una década después de recibir aquel correo suyo, no dudaría en escoger esos versos como el emblema por antonomasia de mi ideal de poesía. No es raro que recurra a ellos cuando durante una charla ante personas indiferentes y hasta hostiles a este género de escritura me proponga engatusarlas para él. Tampoco es raro que a su influjo los rostros más inexpresivos se iluminen y encarnen una interjección: ¡ah!

Una paráfrasis del poema, de sólo cinco versos y treinta y una sílabas de extensión, mostraría a Fujiwara no Teika intrigado por el canto insistente de los grillos, presto a averiguar qué les ocurre y, al final de su gestión, absorto ante una maravilla inesperada: no ya la presencia de una gota de rocío sobre una hoja de hierba sino la presencia de la luna dentro de esa gota; absorto ante la facultad insólita de lo minúsculo para albergar lo enorme; de lo más frágil para incorporar, sin quebrarse, lo más sólido; de lo más leve para cargar, sin dar señales de fatiga o despanzurrarse, lo más pesado.

Cabe suponer que los primeros asombrados fueron los grillos, de ahí la alteración que Teika percibiera en su canto; grillos que, no satisfechos con advertir cómo la luna se contraía al punto de caber en una gota de agua y alternaba con ellos, vuelta canica luminosa, gragea de oro, cabeza de alfiler con ictericia, ojo de renacuajo, quisieron compartir su hallazgo con los hombres y, quizás, sabiendo que su vecino era poeta, que éste se hiciera eco de él.

La celebración reciente de una velada al aire libre y el requisito impuesto por la institución que la auspiciaba de que todos los participantes –escritores, pintores, actores, compositores e intérpretes— agasajaran a la luna sin más propósito que pasar un buen rato y hacérselo pasar a ella, rebosante en lo alto, me recordaron el poema de Teika y éste, a su vez, me sugirió unos versos que no puedo sino llamar de ocasión, género de escritura al que nunca --más por falta de talento que por remilgos de carácter elitista-- he sido aficionado. Nada pretendieron que no fuera festejar a una gota de rocío que, ochocientos años después de hospedar a la luna, no se evapora. Los festejos no saben de rigores.

I

A Caroline Marie

Una gota de rocío
puede desbordar la luna
y servir de casa cuna
al ángel muerto de frío.
Puede mirar al vacío
y estrellarse. Puede, a veces,
dar de beber a las reses,
servir de espejo a las rosas
y hacer de las mariposas
una bandada de peces.

Puede, incluso, si la ves,
poner el cielo a tus pies.

El hallazgo, tan sencillo,
inspiró el canto del grillo.

La luna, tan cabezota,
cabe entera en una gota.

Una gota de rocío.
Beethoven cabe en un pío.

II

A Caytelyn

Una gota de rocío
puede devolver al ciego
la vista; la calma, al fuego,
y la limpidez, al río.
Puede, si muerta de frío
tirita sobre la hoja,
ver cómo la luna roja
acampa a su alrededor
y, tras convertirla en flor,
dentro de ella se aloja.

Puede, si no se evapora,
vestir de noche a la aurora.

Puede, si nadie la tienta,
servir al sol de placenta.

Humedecerle la frente
si lo fatiga el ambiente.

Una gota de rocío
sonríe al sol: es su crío.

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    Orlando González Esteva

    Nació en Palma Soriano, Cuba. Reside en Estados Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines, Amigo enigma, Los ojos de Adán y Animal que escribe. El arca de José Martí. González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.

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