Jorge Valls, independientemente a su partida, seguirá siendo un misionero de la verdad y de la defensa de la dignidad humana. Un oficio de vida que cumplió con satisfacción hasta el final.
El fin de su cuerpo es una oportunidad para que el sentido del deber que siempre albergó en cada hueso y fibra de su ser, asuma con mayor vehemencia la responsabilidad de una tarea que se impuso y cumplió satisfactoriamente durante toda su vida: defender, comprender y enseñar al prójimo.
Hay que tener confianza de que el ejemplo de vida de Jorge quedará sembrado en quienes lo conocieron y en los muchos cubanos que están por venir. La isla merece muchos como él para reiniciar su reconstrucción moral, la restauración de sus valores, la educación y el respeto ciudadano que él siempre practicó.
Fue un hombre independiente. Si militaba en un grupo su conducta la determinaba su conciencia, no los intereses o conveniencias de la facción.Era controversial porque decía y actuaba en base a valores y no por conveniencia. Su austeridad era ejemplar, su desprecio por los bienes materiales excepcional y su fe en un ser supremo inconmovible.
Enfrentó desavenencias porque su percepción de la realidad presente y de las posibilidades futuras eran muy complicadas. Estaba por delante de la mayoría en el entendimiento de la dinámica de los procesos cubanos y también humanos. El pensamiento profundo y el análisis políticos fueron sus fuertes porque siempre estaba a la vanguardia, y cuando las cosas resultaban como había predicho, se recordaba a Jorge como el hombre que había venido del mañana a decir lo que acontecía hoy.
No era un hombre de estuche, de los que se aislaban ante las miserias y miedos de los otros. Enfrentó el golpe militar de Fulgencio Batista. Participó en organizaciones contrarias a la dictadura y fue uno de los fundadores del Directorio Revolucionarios.
Luchó con extrema dedicación pero nunca participó en acciones violentas. Repudiaba maltratar a otro ser humano. Fue un visionario. Denunció desde el exilio en México que la Revolución triunfante podría conducir a Cuba a un régimen más tenebroso que el que estaba padeciendo.
Consecuente con su advertencia rechazó puestos públicos. Estuvo entre los primeros en percatarse que sobre el país se extendía una oscuridad que destruiría a la nación hasta sus cimientos. Denunció los crímenes del castrismo y asumió la responsabilidad de lo que hacerlo implicaba.
Jorge fue un maestro de generaciones, tanto, que la mayoría de sus amigos creían que tenía mucha más edad. Su magisterio se sustentaba en una profunda humildad y en un amor en el que cabían, incomprensiblemente para muchos de los que le conocieron, los verdugos más cruentos y las víctimas más abusadas.
Nunca fue políticamente correcto. Era controversial. Como dice Amado Rodríguez, su honradez era tal que jamás dijo algo en lo que no creyera profundamente, sin importar las consecuencia de sus dichos o acciones. El caso "Marquitos", más allá de lo que aconteció en aquel lóbrego suceso, demuestra el talante moral de un hombre excepcional que no media las consecuencias de sus actos por tal de exponer en cualquier foro sus ideas, sin que importaran los riesgos.
El misticismo de Jorge, dice Roberto Jiménez, era muy especial. Siempre que se conversaba con él la charla era amena, directa e inteligente, pero de pronto se aislaba, sigue Roberto, sus puntos de vista e ideas eran como si se hubieran escapado de la realidad circundante, una evasión total pero sin perder contacto con su interlocutor, pero cuando retornaba el Jorge de la charla, sus análisis eran más profundos e interesantes y su capacidad de convencimiento acababa con las dudas de sus interlocutores.
Perdonar fue para Jorge un principio y fin de vida. Nunca predicó el odio ni defendió la violencia, aunque siempre tuvo el coraje necesario para marchar junto a quienes eran golpeados y abusados por los esbirros de cualquier tiranía.
En Presidio en el que permaneció por veinte años fue golpeado reiteradas veces. Su endeble físico soportaba los golpes como la palma la furia del viento, sin doblegarse ni pedir cuartel. Nunca se sometió ni evadió una golpiza colectiva, porque siempre estuvo dispuesto a compartir el dolor de sus hermanos.
Jorge no será evocado como guerrero. Como un hombre de acción que arriesgó su vida en numerosas misiones repletas de peligro, pero si lo será como un hombre de una integridad acrisolada, un humilde servidor del prójimo, y en particular como un hombre de fe, de una fe tan profunda que conmovía aun a aquellos que no compartían sus profundas convicciones religiosas.