"¿Cambiar? Mi vida no va a cambiar ¿No ve cómo vivimos?", le dijo Yunior Rodríguez Soto, de 17 años, a un reportero del diario estadounidense The New York Times, mientras presenciaban un partido de basquetbol en una cancha rústica improvisada entre las ruinas de dos edificios habaneros.
"Ellos no van a dejar que suceda", agregó Yunior, refiriéndose al Gobierno cubano. "Ellos son así".
El enviado del Times, Azam Ahmed, observa que mientras que los medios hablan de un cambio histórico en marcha en Cuba, donde el Gobierno está dando pasos para abrir su economía en crisis a los mercados mundiales y normalizar sus relaciones con Estados Unidos, la juventud cubana apenas habla de cambios.
Si para muchos estos pasos han renovado las esperanzas de prosperidad, los jóvenes cubanos los reciben con un aire de cinismo. Ellos perciben en los ideales de la revolución de Fidel Castro algo tan obsoleto como los vetustos automóviles que recorren las calles de La Habana, apunta el autor.
Prosperidad vs control
Y es que por más que los jóvenes aprueben una apertura política y reforma económica, es poco probable que tales cambios tengan a corto plazo un impacto positivo en sus vidas. "Un cambio realmente mensurable llegará poco a poco, estancado entre el deseo de prosperidad de los dirigentes y su determinación a mantener el control”, observa Ahmed.
Aun a pesar de las evidencias de cambio que se observan en las calles de La Habana –nuevos y deslumbrantes clubes, bares y restaurantes que rivalizan con los de sus vecinos más prósperos del Caribe– la vida de los cubanos apenas ha mejorado.
"Hasta ahora, la única manera de ver un cambio es construir un bote y tirarse al mar", dijo al reportero del diario neoyorquino Dayán Roa Santana, de 20 años, un jugador de béisbol que el pasado 30 de diciembre se embarcó con un amigo en un destartalado bote, fue repatriado por la Guardia Costera de Estados Unidos y multado tras su regreso a Cuba.
"Tan pronto pueda ahorrar para el próximo (bote), lo vuelvo a intentar", aseguró Roa.
Estructura bizantina
Funcionarios y analistas explican que las reformas económicas forman parte de una estrategia para persuadir a los jóvenes a quedarse y tener familia en la isla, cuya población envejece aceleradamente.
Pero el Gobierno, tratando de equilibrar el crecimiento económico con el control político, actúa a menudo con propósitos cruzados, señala Ahmed. "Propietarios de mínimas empresas están sometidos a una estructura bizantina con fuerte vigilancia del Gobierno, donde la libre empresa es sofocada por un Estado que batalla por no permitir su despegue".
Estas realidades son particularmente irritantes para miembros de la última generación de cubanos como José Luis Rodríguez Roig, de 24 años, copropietario con su padre de una cafetería que vende pizzas, hamburguesas y café.
Los precios de la harina para las pizzas que oferta el Gobierno son a menudo demasiado altos como para obtener alguna ganancia, explica Rodríguez, de modo que él, como otros cubanos, recurre al mercado negro, una gestión que le puede meter en problemas.
"Hay trucos aquí y allá, pero la ley no va a cambiar", asegura, durante una fiesta nocturna en la azotea de la casa de un amigo, en La Habana.
"¿Usted me preguntó qué cambios veo? Ninguno", concluye, y apunta, estirando el brazo por encima de los techos aledaños, al Malecón. "El hecho de que haya una embajada ahí, no cambia nada".
El autor del reportaje comprende que los cubanos desearían ver los frutos de la nueva era de inmediato. Pero el Gobierno ha reiterado que el ritmo de las reformas será lento ("sin prisa", según Raúl Castro).
"La razón de que hayan tardado tanto es que al Gobierno sólo ahora es que le viene a interesar", dice Yusbel Hernández Campanioni, que visitaba hace poco con un amigo la playa de Guanabo, en un día laborable. "Si hubiera sido por el pueblo cubano, (el cambio) habría ocurrido hace mucho tiempo".