Hasta el sábado 28 duró la vigilancia que la Seguridad del Estado le puso a decenas de visitantes norteamericanos en Camagüey. Llegaron a esta ciudad como parte de las brigadas de simpatizantes extranjeros que el gobierno cubano invita a participar en el desfile oficial del primero de mayo, en un viaje organizado por el Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP) -dirigida por uno de los cinco espías- pero ni siquiera esa entidad gubernamental los salvó de tener sus movimientos y contactos con el pueblo cubano, estrechamente controlados.
Desde hace dos semanas, decenas de agentes del Ministerio del Interior (MININT), uniformados y de civil, y funcionarios estatales de varias entidades públicas, fueron movilizados en actividades de vigilancia y control sobre los movimientos de estos extranjeros.
La prensa independiente y los artistas en Camagüey fueron algunos de los objetivos de control del Ministerio del Interior. En la mañana del martes 24 de abril, en vísperas de la llegada de los “brigadistas”, dos agentes de la Seguridad del Estado se estacionaron en una vivienda cercana a la casa de la periodista independiente Sol García Basulto. El mismo día, quien esto escribe fue seguido al menos durante medio kilómetro por agentes conocidos por su persecución contra los periodistas independientes.
Desde días antes, los agentes de la Seguridad del Estado encargados de vigilar a los artistas y escritores en la ciudad hicieron varias visitas al Teatro Principal, donde tendría lugar una función del Ballet de Camagüey a la que los norteamericanos estaban invitados, y a la cual se prohibió el acceso a los cubanos que no portaran invitación oficial.
El 26 de abril, día de la función, agentes de la Policía Nacional Revolucionaria fueron apostados en el frente del Teatro Principal, con la misión de pedirle documentos y explicaciones a todo el que se detuvo a mirar o intentó entrar sin estar autorizado.
En República -la calle principal de la Ciudad de los Tinajones- y en las afueras de los hoteles donde se alojaron los visitantes norteamericanos y de las instituciones que visitaron, permanecieron desplegados agentes del MININT. Solamente en la noche del 27 de abril, los vecinos del hotel Puerto Príncipe –el principal de sus alojamientos- pudieron observar en un radio de 150 metros del edificio la inusual presencia de al menos 14 uniformados de ese ministerio y un auto patrullero.
Los empleados de los hoteles donde se alojaron, los conductores de los vehículos en que se trasladaron, los trabajadores de las instituciones culturales, educativas, políticas y económicas que visitaron, fueron previamente instruidos en reuniones dirigidas por funcionarios políticos, sobre cuáles cosas decir a los norteamericanos, y cuáles no, sobre la realidad de Cuba.
Según una fuente que pidió no se revelara su nombre, un alto funcionario público dijo a sus empleados reunidos que “aunque esos visitantes venían como amigos, había que tener cuidado con lo que se les decía, porque cualquiera podía ser un enemigo”.
Otra fuente comentó a este redactor que la delegación norteamericana solicitó incluir en su programa, visitas a diferentes instituciones culturales, pero los organizadores cubanos les negaron la mayoría de ellas –probablemente las más interesantes.
La mayoría de los visitantes pertenecen a organizaciones civiles de Estados Unidos, sin embargo, el programa que las autoridades de la isla les pusieron solo incluía contactos con entidades y empleados del sector estatal.
Los norteamericanos no pudieron acercarse al pastor Bernardo de Quesada para ver los restos de la demolición de un templo religioso, ni a la iglesia del sacerdote Castor Álvarez para escuchar sobre los problemas espirituales del país. No visitaron las casas del escritor Rafael Almanza para enterarse de la censura a los artistas, ni miraron los restos del excremento que la Seguridad del Estado lanzó en la puerta de la fotógrafa Iris Mariño, solo porque trabaja en la revista La Hora de Cuba. No conversaron con la reportera Sol García Basulto para hablar del acoso al periodismo, ni con Inalkis Rodríguez se informaron sobre la difícil y desesperanzada vida de los campesinos cubanos.
¿Por qué esos controles sobre sus movimientos, por qué ese énfasis en que no conversaran con nadie que las autoridades no hubieran previamente “preparado”? ¿Por qué esos despliegues policiales en un país supuestamente muy seguro para el visitante extranjero? El gobierno cubano, ¿qué no quiere que escuchen los norteamericanos? ¿O qué no quiere que les cuenten los cubanos?
Espiados, dirigidos en sus visitas y controlados por policías: nadie puede conocer Cuba así. Nadie puede sentirse seguro en tal ambiente, por mucho que se lo repita a sí mismo. Vigilancia y control no es seguridad: es peligro y represión. Incluso, o sobre todo, para un norteamericano.
“Cuba is hope”, comentó al periódico provincial estatal Leslie Salgado, uno de los visitantes. No, si hubiera contado el número de agentes a su alrededor, y palpado el anillo de vigilancia y control que rodeaba a los visitantes, se hubiera dado cuenta de que, más que esperanza, “Cuba is police”.