En Centro Habana, al pie de dos surtidores gigantes de agua donde se abastecen camiones cisternas, existió una vez uno de los centros deportivos más emblemáticos de la capital.
Lo llamaban El Pontón. Era un polideportivo con una pista de atletismo, dos terrenos de béisbol, sala de judo, canchas de tenis y una piscina de 25 metros. Allí se iniciaron estrellas beisboleras como Rolando Verde o Enrique Díaz, el rey de las bases robadas. Si usted pasa por el sitio ya no verá los terrenos de béisbol ni la pista de atletismo.
Cuentan los vecinos que para evitar inundaciones, a la empresa Acueductos de La Habana en sus labores de drenaje no encontró mejor solución que convertir el lugar en un extenso campo de gravilla y maleza.
La piscina es una alberca hedionda repleta de trastes. De la política de tierra arrasada solo se salvaron las canchas de tenis. El Pontón ahora es un inmenso espacio yermo. Su deterioro no es una excepción. La mayoría de las canchas deportivas en la capital necesitan mantenimiento con urgencia.
En algunas entrenan y compiten estrellas del deporte. En el Estadio Panamericano, al otro lado de la bahía, entrenaba Dayron Robles, oro olímpico en 110m con vallas en Pekín 2008. Reiteradamente, Robles se quejó de las pésimas condiciones que tenía para entrenar.
El gimnasio de pesas presentaba filtraciones. Ladrones nocturnos y trabajadores del centro han desmontado piezas de mármol de las paredes, lámparas fluorescentes, equipamientos, tubos de las cercas y todo cuanto se pueda cargar.
El Panamericano, el mayor estadio de campo y pista de la isla, no tiene pizarra para brindar información a los espectadores. Casi en su totalidad, los asientos en las gradas son puro cemento. Al edificarse muy cerca del mar, con materiales deficientes, el salitre ha provocado daños en partes de su estructura.
Fue construido en 1991 con motivo de la celebración de los Juegos Panamericanos en La Habana. A pesar de una mano de pintura y una pista sintética nueva, la instalación donde entrena la crema y nata del campo y pista en Cuba, se encuentra en un estado lamentable.
Lo mismo ocurre con el centro bajo techo Kid Chocolate. Enclavado en el corazón de la ciudad, frente al Capitolio Nacional, fue diseñado para competencias de voly, baloncesto, balonmano o fútbol sala. Debajo del graderío tiene locales de adiestramiento a niños en la práctica de artes marciales. Fue edificado hace dos décadas. La marquetería de madera está destrozada. El tabloncillo necesita ser remozado. Los baños son un asco.
En la Ciudad Deportiva, sede del INDER y de la nomenclatura del deporte nacional, sus instalaciones y terrenos tienen mejor talante. Pero la mayor sala techada del país, con capacidad para 14 mil espectadores, hace dos años no puede acoger la liga mundial de voly por rotura en sus equipos climatizados.
El abandono también se observa en el antiguo estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, emblema del béisbol cubano. Inaugurado en 1946, la instalación vive horas bajas.
El terreno de juego debe ser levantado para mejorar su drenaje e irregularidades. El ruinoso techo de zinc necesita ser sustituido, igual que las luminarias. Y dotar al segundo mayor estadio de pelota de América de una pizarra moderna y funcional. El Estado destinó un crédito para la reparación del Latinoamericano. Pero las obras marchan a paso de tortuga.
El deterioro también llega al Centro de Alto Rendimiento Cerro Pelado, donde se forman futuros campeones olímpicos. Las condiciones constructivas son deficientes. Los atletas residen hacinados en chapuceros edificios de cuatro y cinco pisos.
No es raro que un atleta de primer nivel en Cuba venda implementos deportivos como calzado, pelotas y guantes. Algunos, como la campeona olímpica de jabalina en Atenas 2004 Osleidys Menéndez, se han visto obligados a subastar por internet sus medallas.
En la escuela de iniciación deportiva (EIDE), ubicada en el municipio Cotorro, formadora de niños y adolescentes que sueñan con la gloria olímpica, existe un déficit de implementos deportivos de calidad, pésimos los terrenos, las piscinas no funcionan y la alimentación y alojamiento de los futuros atletas es precaria.
Si en la pirámide de alto rendimiento se observa desidia estatal y no aparece el presupuesto destinado a la reparación de instalaciones deportivas, qué queda entonces para los centros deportivos de base.
Consignas en los medios oficiales invitan a practicar deportes para mejorar la salud. Es loable. Pero los terrenos son auténticos pedregales. Pistas sin arcilla. Tableros de baloncesto sin aro. Piscinas convertidas en vertederos. Sin contar que adquirir ropa y calzado deportivo de calidad representa el salario de cinco meses de un profesional.
Mientras la mayoría de las instalaciones habaneras se derrumban ante la vista de todo, Eugenio, 43 años, hipertenso crónico, corre bajo un sol de plomo en el antiguo Pontón. Recuerda que en la enorme piscina, él y muchos alumnos de su escuela aprendieron a nadar. Treinta años después, se pregunta si un día volverá a funcionar.
Lo llamaban El Pontón. Era un polideportivo con una pista de atletismo, dos terrenos de béisbol, sala de judo, canchas de tenis y una piscina de 25 metros. Allí se iniciaron estrellas beisboleras como Rolando Verde o Enrique Díaz, el rey de las bases robadas. Si usted pasa por el sitio ya no verá los terrenos de béisbol ni la pista de atletismo.
Cuentan los vecinos que para evitar inundaciones, a la empresa Acueductos de La Habana en sus labores de drenaje no encontró mejor solución que convertir el lugar en un extenso campo de gravilla y maleza.
La piscina es una alberca hedionda repleta de trastes. De la política de tierra arrasada solo se salvaron las canchas de tenis. El Pontón ahora es un inmenso espacio yermo. Su deterioro no es una excepción. La mayoría de las canchas deportivas en la capital necesitan mantenimiento con urgencia.
En algunas entrenan y compiten estrellas del deporte. En el Estadio Panamericano, al otro lado de la bahía, entrenaba Dayron Robles, oro olímpico en 110m con vallas en Pekín 2008. Reiteradamente, Robles se quejó de las pésimas condiciones que tenía para entrenar.
El gimnasio de pesas presentaba filtraciones. Ladrones nocturnos y trabajadores del centro han desmontado piezas de mármol de las paredes, lámparas fluorescentes, equipamientos, tubos de las cercas y todo cuanto se pueda cargar.
El Panamericano, el mayor estadio de campo y pista de la isla, no tiene pizarra para brindar información a los espectadores. Casi en su totalidad, los asientos en las gradas son puro cemento. Al edificarse muy cerca del mar, con materiales deficientes, el salitre ha provocado daños en partes de su estructura.
Fue construido en 1991 con motivo de la celebración de los Juegos Panamericanos en La Habana. A pesar de una mano de pintura y una pista sintética nueva, la instalación donde entrena la crema y nata del campo y pista en Cuba, se encuentra en un estado lamentable.
Lo mismo ocurre con el centro bajo techo Kid Chocolate. Enclavado en el corazón de la ciudad, frente al Capitolio Nacional, fue diseñado para competencias de voly, baloncesto, balonmano o fútbol sala. Debajo del graderío tiene locales de adiestramiento a niños en la práctica de artes marciales. Fue edificado hace dos décadas. La marquetería de madera está destrozada. El tabloncillo necesita ser remozado. Los baños son un asco.
En la Ciudad Deportiva, sede del INDER y de la nomenclatura del deporte nacional, sus instalaciones y terrenos tienen mejor talante. Pero la mayor sala techada del país, con capacidad para 14 mil espectadores, hace dos años no puede acoger la liga mundial de voly por rotura en sus equipos climatizados.
El abandono también se observa en el antiguo estadio del Cerro, hoy Latinoamericano, emblema del béisbol cubano. Inaugurado en 1946, la instalación vive horas bajas.
El terreno de juego debe ser levantado para mejorar su drenaje e irregularidades. El ruinoso techo de zinc necesita ser sustituido, igual que las luminarias. Y dotar al segundo mayor estadio de pelota de América de una pizarra moderna y funcional. El Estado destinó un crédito para la reparación del Latinoamericano. Pero las obras marchan a paso de tortuga.
El deterioro también llega al Centro de Alto Rendimiento Cerro Pelado, donde se forman futuros campeones olímpicos. Las condiciones constructivas son deficientes. Los atletas residen hacinados en chapuceros edificios de cuatro y cinco pisos.
No es raro que un atleta de primer nivel en Cuba venda implementos deportivos como calzado, pelotas y guantes. Algunos, como la campeona olímpica de jabalina en Atenas 2004 Osleidys Menéndez, se han visto obligados a subastar por internet sus medallas.
En la escuela de iniciación deportiva (EIDE), ubicada en el municipio Cotorro, formadora de niños y adolescentes que sueñan con la gloria olímpica, existe un déficit de implementos deportivos de calidad, pésimos los terrenos, las piscinas no funcionan y la alimentación y alojamiento de los futuros atletas es precaria.
Si en la pirámide de alto rendimiento se observa desidia estatal y no aparece el presupuesto destinado a la reparación de instalaciones deportivas, qué queda entonces para los centros deportivos de base.
Consignas en los medios oficiales invitan a practicar deportes para mejorar la salud. Es loable. Pero los terrenos son auténticos pedregales. Pistas sin arcilla. Tableros de baloncesto sin aro. Piscinas convertidas en vertederos. Sin contar que adquirir ropa y calzado deportivo de calidad representa el salario de cinco meses de un profesional.
Mientras la mayoría de las instalaciones habaneras se derrumban ante la vista de todo, Eugenio, 43 años, hipertenso crónico, corre bajo un sol de plomo en el antiguo Pontón. Recuerda que en la enorme piscina, él y muchos alumnos de su escuela aprendieron a nadar. Treinta años después, se pregunta si un día volverá a funcionar.