Una patrulla silenciosa de la policía empieza a requisar a los transeúntes que
consideran sospechosos. Cuando la vieron, vendedores ilegales de tomates
rápidamente escondieron la mercancía en la escalera de un edificio situado en la esquina de Acosta y Diez de Octubre, en la barriada habanera de La Víbora. Una anciana, vendedora habitual del periódico Granma y que en ese momento caminaba en dirección contraria al auto policial, en voz sigue anunciando la noticia del día: "Se mató Fidelito, el hijo del Comandante".
Los que esperaban el P-3 en la parada de ómnibus comenzaron a disparar
rumores."Se ahorcó, me enteré de buena tinta por una amiga que trabaja en CIMEQ", afirmó una mujer vestida de enfermera. Un señor gordo y calvo tenía otra teoría: "En la televisión de Miami dijeron que se tiró de un quinto piso de la clínica donde estaba ingresado". Un negro alto con overol de mecánico, aseguraba que "se pegó un tiro, porque todos los hijos de papá tienen timbre (pistola)".
En una destartalada barbería, el suicidio de Fidel Castro Díaz-Balart fue el pretexto perfecto para un debate.
“Dicen en Granma que se mató porque padecía de una crisis depresiva. Imagínate tú, si un tipo al que no le faltaba la carne de res, los dólares y la gasolina del carro se da un sogazo, qué se puede esperar de la gente que todos los días tiene que zapatear la jama en la calle”, comentaba un joven mientras esperaba su turno para pelarse.
La barbera no se quedaba atrás y señalaba: “Señores, la felicidad no le da el dinero ni el poder. A lo mejor el hombre era un desdichado. Dicen que Fidel lo trajo a vivir con él desde niño y lo separó a la fuerza de su madre. O quizás se mató por qué extrañaba al padre. Vaya usted a saber”.
Habaneros de a pie se inventaban conjeturas o simplemente no les interesaba esa tragedia. A Rodolfo, un tipo que roza los seis pies, le daba igual el motivo que “tuvo Fidelito pa’ irse de este mundo. "Cuando yo me muera ninguno de ellos me va a llorar”.
Finalizaba con una frase contundente: “Todo el que se suicida es un pendejo”.
En la literatura médica nacional, al suicidio, tema tabú en la Isla, se le denomina 'Agresiones Autoinfligidas Intencionalmente'. En un artículo publicado en Cubanet en julio de 2016, se reportaban datos de la Dirección Nacional de Registros Médicos Estadísticos de la Salud en Cuba: "En 2015 en Cuba se produjeron 1,492 muertes de ese tipo, con una tasa de 13.3, describiendo un ligero aumento en comparación con 2014, que fue de 1,454 suicidios, para una tasa de 13.0". De acuerdo a las estadísticas, Cuba posee una de las tasas de suicidio más altas del continente americano y a partir de 1969 ha sido esta una de las 10 principales causas de muerte en el país.
Tal vez, las personas no sean tan felices como vaticina la propaganda del régimen. Aunque desde los orígenes de la nación, los cubanos han atentado contra su vida. “Ya sea por motivos religiosos o patrióticos, desde siempre, hay quienes han preferido quitarse del medio antes que enfrentar la realidad.
Existe también una tendencia a la piromanía. En una noche de enero de 1868, los bayameses prefirieron incendiar su ciudad antes que cayera en manos de los españoles. Lo mismo hicieron en Guáimaro en 1869 y en Las Tunas en 1876. Algunas mujeres, ante un desengaño amoroso, suelen optar por darse candela. Otras deciden quemar al marido por sus constantes abusos o infidelidades. Los hombres prefieren ahorcarse o tirarse al mar”, indica Luis, etnólogo.
Para el escritor Guillermo Cabrera Infante, la muerte de Martí en una absurda
escaramuza en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, fue un suicidio político. En su opinión, el Apóstol era incomprendido por varios jefes mambises.
Uno de los suicidios más sonados en la etapa republicana fue el de Eduardo Chibás, líder del Partido Ortodoxo, quien el 5 de agosto de 1951, al terminar un discurso en un programa semanal de radio, se pegó un tiro. Falleció once días después, tenía solo 44 años.
La revolución fidelista incrementó el suicidio por razones ideológicas. En el obituario verde olivo figuran, entre otros, el comandante Félix Pena (1959), Nilsa Espín, hermana de Vilma Espín, y su esposo Rafael Rivero (1965); Onelio Pino, capitán del yate Granma (1969), Javier de Varona, colaborador cercano de Fidel Castro (1970), Eddy Suñol, viceministro del Minint (1971), Alberto Mora, ministro de Comercio Exterior (1972), Rafael del Pino, integrante del Movimiento 26 de Julio (1977), Haydée Santamaría, directora Casa de las Américas (1980), Osvaldo Dorticós, ex presidente de Cuba (1983), Rafael Álvarez, jefe de Finanzas del Minint (1989), Enrique Sicard, jefe de departamento en el Minint (1989), Rodrigo García, ministro de Finanzas (1994) y Carlos Figueredo, coronel del Minint (2009).
Que se conozcan, hubo dos intentos fallidos de autoeliminación, el de Augusto Martínez Sánchez, ministro del Trabajo, en 1964, y en 1994 el de Jorge Enrique Mendoza, director del diario Granma. Otros murieron en extrañas circunstancias, como José Abrantes, exministro del interior (1991), Manuel ‘Barbarroja’ Piñeiro (1998), los hermanos Celia María y Abel Enrique Hart Santamaría (2008) y el general de división Pedro Mendiondo y sus suegros (2013).
Fidel Castro Díaz-Balart es un caso de estudio psicológico.
“Nunca llevó una existencia normal. Vivió hasta los 10 años con su madre. Y luego Fidel se saltó la patria potestad, que en condiciones normales favorece la crianza de los hijos por la progenitora.
En una entrevista a un exguardaespaldas, leí que Fidel apenas atendió a su primer hijo. Estoy seguro que Fidelito lo veía como un dios. Y lo imitaba en sus gestos o dejándose crecer la barba. Pero en su infancia y juventud no tuvo la atención del padre, creció en casa de su tío Raúl, con el seudónimo de José Raúl. Es cierto que podía viajar a España a ver a su madre, Mirta Díaz-Balart, pero esa existencia dramática pudo pasarle factura. Un estado depresivo se puede desarrollar en cualquier momento. Fidel Castro podrá tener los méritos históricos que les quieran señalar, pero no creo que haya sido un buen padre”, subraya un psiquiatra habanero.
Personas que conocieron al hijo mayor de Fidel Castro, coinciden en describirlo como un ser humano distante, pero educado y afable. Manuel, un ingeniero que trabajó con Fidelito en los años 80 en Juraguá, cuenta que "por su carácter, no parecía cubano, no le gustaba la bachata y la jodedera ni sentarse a tomar cerveza con amigos o compañeros. Daba la impresión de ser alguien tímido, siempre parecía distraído. Sabía quién era, no olvidaba el peso de sus apellidos y creo que le gustaba explotar el misticismo que le rodeaba. Pero profesionalmente estaba muy bien preparado”.
El fracaso del proyecto cienfueguero, en 1992 provocó la cólera de Fidel Castro, que lo defenestró del cargo. La Central de Juraguá, con tecnología soviética, era considerada la Obra del Siglo XX en Cuba. El régimen sepultó más de mil millones de dólares en su construcción. Ese año, tras la desaparición de la URSS, Castro detuvo el proyecto. Veintiséis años después, las ruinas del reactor nuclear permanecen en pie, como una reliquia fantasmagórica de la Guerra Fría.
La peste a excrementos y animales putrefactos apenas es mitigada por el olor del mar que rompe en la costa cercana. La Ciudad Nuclear, nombre del poblado donde supuestamente residirían ingenieros soviéticos y trabajadores cubanos, es un conglomerado de edificios chapuceros con defectos constructivos. La gente vive de lo que se cae del camión. Vendiendo queso blanco, camarones robados la noche anterior de una empresa estatal o plácidamente bebiendo ron casero.
Richard, técnico medio en soldadura, trabajó en la Central de Juraguá y recuerda que “el hombre (Fidelito) visitaba las obras todos los días. Incluso se rumoraba que tenía una casa en Cienfuegos. El fracaso de la obra no fue solo culpa suya. Allí se robaba a las dos manos. Y no había experiencia en una construcción tan compleja específica, por eso el ritmo constructivo era super lento. Por suerte, cerraron Juraguá. Si estuviera funcionando hubiese sido una bomba de tiempo”.
Con la llegada al poder de Raúl Castro, su sobrino recuperó protagonismo, al ser designado asesor científico del Consejo de Estado. Pero su trayectoria política continuó en un segundo plano. Tal vez algún día se conozcan las causas que lo llevaron a suicidarse, al parecer tirándose de un piso alto de la Clínica de la Seguridad Personal, ubicada en el Reparto Kohly, en la otrora zona residencial Alturas de Almendares.
Lo cierto es que el hijo mayor de Fidel Castro creció en un entorno complicado. Con un padre narcisista de libro, más empeñado en pasar a la historia que en educar a sus hijos. Y con una madre viviendo a distancia en Madrid.
A pesar de su trayectoria académica, solo se le acercaban para hacerse un selfie por su parecido con Fidel. Nunca fue él. Era un maniquí. Estaba predestinado a sentarse en el sofá de un siquiatra.