A orillas del Océano Pacífico, el mismo que baña las costas de su lejano país, Japón buscará esta tarde, en el parque de los Gigantes de San Francisco, un triunfo sobre Puerto Rico y la posibilidad de conquistar también el III Clásico Mundial de Béisbol.
El schedule final del torneo organizado por Major League Baseball quedó listo el sábado, cuando República Dominicana conquistó la Pool 2 (invicto, 6-0) con pizarra de dos por cero ante los puertorriqueños. Un jonrón de Carlos Santana, el pitcheo abridor del zurdo Wandy Rodríguez y el cerrojo de Fernando Rodney le dieron a los de Quisqueya el primer puesto, así que jugarán el lunes contra Holanda.
Los ganadores de ambos choques (JAP-PRO y RDO-HOL) decidirán el martes la medalla de oro.
Japón, entonces con peloteros activos en el Big Show norteamericano, ganó las ediciones previas del Clásico, 10-6 sobre Cuba en el Petco Park (2006) y 5-3 sobre Corea del Sur en el Dodgers Stadium (2009), este con hit de dos carreras de Ichiro Suzuki -- en el décimo inning--, bateando con la primera base desocupada. Aquellas veces los samuráis contaron, además, con un portento en la lomita, nada menos que Daisuke Matzusaka.
Con solo tres partidos pendientes, el Clásico pende de varias incógnitas. ¿Repetirá Japón sus lauros, ahora con una selección menos poderosa? ¿Golpeará Holanda nuevamente a República Dominicana, después de haberla humillado dos veces hace cuatro años? ¿Habrá, en cambio, una final latinoamericana si el conjunto de la Isla del Encanto es capaz de derrotar a los japoneses?
Una vez más Estados Unidos fue el convidado de piedra, la Meca del Béisbol no ha sido capaz de colocar a las barras y las estrellas en el concierto de los cuatro finalistas, pero no creo que esto les importe demasiado.
Con una chequera lo suficientemente generosa como para correr con los gastos de 16 equipos –24 esta vez, contando los inéditos grupos de clasificación—Major League Baseball insiste en que su interés es diversificar la cantera de este deporte. Y su negociación con el antiguo ente amateur, la IBAF (Federación Internacional de béisbol) es prueba fehaciente de ello: la Copa Mundial 2011, en Panamá, fue la última de su tipo, y los Clásicos desde este 2013 son el verdadero campeonato del mundo.
Lo que es obviamente bueno para todos –billetes frescos, roce con algunos de los mejores jugadores del mundo, cobertura mediática de primer orden—se convirtió en trago amargo solamente para los peloteros cubanos, divididos, por un plumazo de su gobierno, en dos bandos, patriotas y desertores.
Están definitivamente en el pasado aquellas palizas de Cuba sobre rivales aficionados, y solo un viraje radical en su actual política –que sus peloteros no sean juzgados como políticos—podrá traer al verde caimán al grupo de los mejores.
Dos fracasos al hilo, en dos Clásicos consecutivos (ubicados por debajo del cuarto puesto) son denuncia suficiente, la del errado trato de que son víctimas los hombres que juegan de San Antonio a Maisí.
El schedule final del torneo organizado por Major League Baseball quedó listo el sábado, cuando República Dominicana conquistó la Pool 2 (invicto, 6-0) con pizarra de dos por cero ante los puertorriqueños. Un jonrón de Carlos Santana, el pitcheo abridor del zurdo Wandy Rodríguez y el cerrojo de Fernando Rodney le dieron a los de Quisqueya el primer puesto, así que jugarán el lunes contra Holanda.
Los ganadores de ambos choques (JAP-PRO y RDO-HOL) decidirán el martes la medalla de oro.
Japón, entonces con peloteros activos en el Big Show norteamericano, ganó las ediciones previas del Clásico, 10-6 sobre Cuba en el Petco Park (2006) y 5-3 sobre Corea del Sur en el Dodgers Stadium (2009), este con hit de dos carreras de Ichiro Suzuki -- en el décimo inning--, bateando con la primera base desocupada. Aquellas veces los samuráis contaron, además, con un portento en la lomita, nada menos que Daisuke Matzusaka.
Con solo tres partidos pendientes, el Clásico pende de varias incógnitas. ¿Repetirá Japón sus lauros, ahora con una selección menos poderosa? ¿Golpeará Holanda nuevamente a República Dominicana, después de haberla humillado dos veces hace cuatro años? ¿Habrá, en cambio, una final latinoamericana si el conjunto de la Isla del Encanto es capaz de derrotar a los japoneses?
Una vez más Estados Unidos fue el convidado de piedra, la Meca del Béisbol no ha sido capaz de colocar a las barras y las estrellas en el concierto de los cuatro finalistas, pero no creo que esto les importe demasiado.
Con una chequera lo suficientemente generosa como para correr con los gastos de 16 equipos –24 esta vez, contando los inéditos grupos de clasificación—Major League Baseball insiste en que su interés es diversificar la cantera de este deporte. Y su negociación con el antiguo ente amateur, la IBAF (Federación Internacional de béisbol) es prueba fehaciente de ello: la Copa Mundial 2011, en Panamá, fue la última de su tipo, y los Clásicos desde este 2013 son el verdadero campeonato del mundo.
Lo que es obviamente bueno para todos –billetes frescos, roce con algunos de los mejores jugadores del mundo, cobertura mediática de primer orden—se convirtió en trago amargo solamente para los peloteros cubanos, divididos, por un plumazo de su gobierno, en dos bandos, patriotas y desertores.
Están definitivamente en el pasado aquellas palizas de Cuba sobre rivales aficionados, y solo un viraje radical en su actual política –que sus peloteros no sean juzgados como políticos—podrá traer al verde caimán al grupo de los mejores.
Dos fracasos al hilo, en dos Clásicos consecutivos (ubicados por debajo del cuarto puesto) son denuncia suficiente, la del errado trato de que son víctimas los hombres que juegan de San Antonio a Maisí.