Para Rogelio, 49 años, la necesidad de tener una vivienda puede más que el miedo a perder la vida debido a un derrumbe. Nació en Guantánamo y lleva nueve años en La Habana. Durante doce horas diarias, frenéticamente pedalea en un bicitaxi bajo un sol de plomo. Vive en una de las más de 6 mil cuarterías, solares o ciudadelas existentes en la capital.
Hace quince años, su cuartería fue declarada inhabitable por las autoridades. El peligro de derrumbe es real. Visitemos el solar donde él reside. A la entrada, unos altos horcones de madera apenas sostienen la derruida estructura. Entre gritos, música de reguetón a todo volumen, inquilinos que juegan a la bolita, charlan de béisbol, política y mujeres o simplemente no hacen nada, transcurren las horas en la cuartería.
La habitación mínima de Rogelio tiene filtraciones cuando llueve. Una barra de acero corta en dos la sala para impedir el desplome del mísero cuartucho de concreto y tejas grises.
No hablemos de las precarias condiciones de vida. Baños colectivos, tupiciones y cañerías rotas que provocan un olor nauseabundo. Eso poca importa a Rogelio.
“No tengo opciones. Yo quemé todas las naves. Vivía en un rancho con techo de palma en una localidad recóndita y sin futuro conocida como La Felicidad, en Yateras. Una tarde hice las maletas y con dos mil pesos que había ahorrado vendiendo ron casero, vine para la capital. La Habana es nuestro Miami para muchos orientales. Y un escalón que puede servir para catapultearte y emigrar”, cuenta Rogelio mientras su esposa le frota las piernas con ungüento, tratando de aliviarle los dolores tras doce horas de pedaleo.
Las cifras oficiales aterran. En una población de 11.2 millones, el deficit habitacional es de 600 mil viviendas y los planes estatales de construcciones decrecieron de 150 mil a 50 mil o menos al año. Se calcula que el 60% de las casas en Cuba se encuentran en regular o mal estado técnico, de cuya cifra por lo menos un 20% pudiera estar inhabitable.
En la parte vieja y central de La Habana el número de inmuebles en estado ruinoso aumenta. Julia, 56 años, vendedora habitual de CDs pirateados, sabe el riesgo que corre al residir en un añejo edificio a tiro de piedra del Capitolio. “Pero si lo abandonamos, iremos a parar a uno de esos albergues estatales superpoblados, que son lo más parecido a una prisión. Allí conviven marginales violentos que a veces resuelven las disputas a golpe de navaja”, señala Julia.
Un derrumbe ocurrido el pasado17 de enero, en un edificio declarado inhabitable, en Infanta y Salud, Centro Habana, provocó la muerte de cuatro jóvenes: Yexnis Mejías Muñoz, Daniela Fleites Marchante y Rachel Labrada Mesa, estudiantes universitarias las tres, y Jorge Osvaldo Gómez González, novio de una ellas. Fueron velados bajo un fuerte despliegue policial. El suceso ha generado un intenso debate entre la población, lo mismo en las colas y esquinas como dentro de los ‘almendrones’ o viejos autos americanos, reconvertidos en taxis particulares.
La mayoría de las personas cree que el gobierno debiera tomar medidas urgentes, para impedir que sigan ocurriendo los repetidos derrumbes en diversos municipios habaneros, con su costo en muertes, heridos y pérdidas materiales. Un chubasco de mediana intensidad suele provocar el desplome de casas y edificios en La Habana.
Y ni hablar cuando la capital cubana es sacudida por los vientos furiosos de un huracán. Por suerte, ninguno ha sido de fuerza 5. Debido a los ciclones que en 2008 afectaron la isla, más de 647,110 viviendas fueron afectadas en todo el país y 84,737 se derrumbaron. En La Habana, miles de familias perdieron sus hogares y muchas siguen todavía sin ellos.
Los rezos y caracoles del babalao Gregorio, 62 años, no parecen suficientes para que en la próxima temporada ciclónica, las condiciones adversas del tiempo no borren de un plumazo cientos de edificaciones que se mantienen en pie de puro milagro.
Entonces, ciudadanos como el guantanamero Rogelio o la vendedora Gladys, tendrán que dormir con el corazón en un puño ante un posible desplome de sus domicilios.
Y lo peor es que el gobierno del General Raúl Castro no tiene a mano una solución para rehabilitar y reformar con urgencia la ciudad. La Habana tendrá que seguir esperando.
Hace quince años, su cuartería fue declarada inhabitable por las autoridades. El peligro de derrumbe es real. Visitemos el solar donde él reside. A la entrada, unos altos horcones de madera apenas sostienen la derruida estructura. Entre gritos, música de reguetón a todo volumen, inquilinos que juegan a la bolita, charlan de béisbol, política y mujeres o simplemente no hacen nada, transcurren las horas en la cuartería.
La habitación mínima de Rogelio tiene filtraciones cuando llueve. Una barra de acero corta en dos la sala para impedir el desplome del mísero cuartucho de concreto y tejas grises.
No hablemos de las precarias condiciones de vida. Baños colectivos, tupiciones y cañerías rotas que provocan un olor nauseabundo. Eso poca importa a Rogelio.
“No tengo opciones. Yo quemé todas las naves. Vivía en un rancho con techo de palma en una localidad recóndita y sin futuro conocida como La Felicidad, en Yateras. Una tarde hice las maletas y con dos mil pesos que había ahorrado vendiendo ron casero, vine para la capital. La Habana es nuestro Miami para muchos orientales. Y un escalón que puede servir para catapultearte y emigrar”, cuenta Rogelio mientras su esposa le frota las piernas con ungüento, tratando de aliviarle los dolores tras doce horas de pedaleo.
Las cifras oficiales aterran. En una población de 11.2 millones, el deficit habitacional es de 600 mil viviendas y los planes estatales de construcciones decrecieron de 150 mil a 50 mil o menos al año. Se calcula que el 60% de las casas en Cuba se encuentran en regular o mal estado técnico, de cuya cifra por lo menos un 20% pudiera estar inhabitable.
En la parte vieja y central de La Habana el número de inmuebles en estado ruinoso aumenta. Julia, 56 años, vendedora habitual de CDs pirateados, sabe el riesgo que corre al residir en un añejo edificio a tiro de piedra del Capitolio. “Pero si lo abandonamos, iremos a parar a uno de esos albergues estatales superpoblados, que son lo más parecido a una prisión. Allí conviven marginales violentos que a veces resuelven las disputas a golpe de navaja”, señala Julia.
Un derrumbe ocurrido el pasado17 de enero, en un edificio declarado inhabitable, en Infanta y Salud, Centro Habana, provocó la muerte de cuatro jóvenes: Yexnis Mejías Muñoz, Daniela Fleites Marchante y Rachel Labrada Mesa, estudiantes universitarias las tres, y Jorge Osvaldo Gómez González, novio de una ellas. Fueron velados bajo un fuerte despliegue policial. El suceso ha generado un intenso debate entre la población, lo mismo en las colas y esquinas como dentro de los ‘almendrones’ o viejos autos americanos, reconvertidos en taxis particulares.
La mayoría de las personas cree que el gobierno debiera tomar medidas urgentes, para impedir que sigan ocurriendo los repetidos derrumbes en diversos municipios habaneros, con su costo en muertes, heridos y pérdidas materiales. Un chubasco de mediana intensidad suele provocar el desplome de casas y edificios en La Habana.
Y ni hablar cuando la capital cubana es sacudida por los vientos furiosos de un huracán. Por suerte, ninguno ha sido de fuerza 5. Debido a los ciclones que en 2008 afectaron la isla, más de 647,110 viviendas fueron afectadas en todo el país y 84,737 se derrumbaron. En La Habana, miles de familias perdieron sus hogares y muchas siguen todavía sin ellos.
Los rezos y caracoles del babalao Gregorio, 62 años, no parecen suficientes para que en la próxima temporada ciclónica, las condiciones adversas del tiempo no borren de un plumazo cientos de edificaciones que se mantienen en pie de puro milagro.
Entonces, ciudadanos como el guantanamero Rogelio o la vendedora Gladys, tendrán que dormir con el corazón en un puño ante un posible desplome de sus domicilios.
Y lo peor es que el gobierno del General Raúl Castro no tiene a mano una solución para rehabilitar y reformar con urgencia la ciudad. La Habana tendrá que seguir esperando.