El nuevo presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, presume de una relativa juventud y no lleva los genes de la familia Castro. Pero el mito de que su elección generará un cambio significativo en la isla es totalmente erróneo, dice en la revista The Atlantic la analista para asuntos hemisféricos de la Fundación Heritage Ana Rosa Quintana.
Aunque a sus 58 años, Díaz-Canel parece un bebé en comparación con sus octogenarios predecesores, en términos de política hay poca diferencia entre ellos, agrega. Su educación política transcurrió bajo los hermanos Castro y siendo un veinteañero ya era enlace del Partido Comunista con Nicaragua, un aliado de Cuba y de la Unión Soviética . Luego asumió varios roles en el partido y más tarde en el gobierno.
Su lealtad, apunta Quintana, ha valido la pena. En 2013, fue nombrado primer vicepresidente y el pasado 18 de abril la Asamblea Nacional unipartidista lo eligió presidente, una elección fácil por tratarse del sucesor seleccionado a dedo por Raúl Castro, y el único candidato en la boleta.
Pero a pesar de que Castro ya no ocupa la Presidencia, no se puede hablar de él en pasado. Todavía controla los centros del poder: el Partido Comunista y las fuerzas armadas.
Como ha sucedido con el Che Guevara, las leyendas románticas sobre Diaz-Canel como un joven de pelo largo que andaba en bicicleta no tienen mucho que ver con la realidad, observa la autora. Solo un astuto arribista político pudo haber sobrevivido en el descarnado mundo de la política castrista y haber emergido luego como presidente.
Puntualiza que, inmediatamente después de asumir el cargo, Díaz-Canel terminó con las especulaciones en torno a que podía ser un agente de cambio. "Confirmo a esta asamblea que el compañero Raúl encabezará las decisiones trascendentales para el presente y el futuro de la nación", anunció. "Raúl se mantiene al frente de la vanguardia política", advirtió. Y también prometió evitar una restauración del capitalismo.
Quintana afirma que los últimos 59 años de la historia cubana demuestran que el gobierno existe para servir al deseo de los Castro de avanzar en el comunismo. Durante años, Castro engañó a muchos para que creyeran que era un reformador pragmático. Impulsó cambios económicos superficiales, sin arriesgarse a generar cambios políticos. Relajó algunas restricciones para los emprendedores cubanos, pero los sujetó a las condiciones más estrictas.
Mientras los apologistas del régimen insistían en que Raúl abriría a Cuba al mundo, él tenía otros planes, señala. Bajo su mando, el control de la economía estatal de Cuba fue poco a poco transferido a sus leales. Su ex yerno, el general Luis Alberto López-Callejas, se hizo cargo de GAESA, el Grupo de Administración Empresarial de las fuerzas armadas, un holding de más de 50 entidades comerciales, desde aerolíneas hasta casas de cambio de divisas, propiedad del Estado y operado por éste.
La experta ve en GAVIOTA, el grupo de turismo en poder de los militares, la joya de la corona en el imperio de GAESA; posee hoteles administrados por varias cadenas internacionales y dependencias de alquiler de autos, guías de turismo y otras que extraen la moneda fuerte a los viajeros.
Entretanto los fusilamientos diarios y las largas condenas por motivos políticos han sido reemplazados con detenciones breves y el uso de turbas organizadas por el gobierno para atacar a los “contrarrevolucionarios” activistas de derechos humanos. Solo en 2016 se produjeron 10.000 de esos arrestos, incluidos 498 durante la visita a Cuba del ex presidente de los Estados Unidos Barack Obama.
La analista de la Fundación Heritage sospecha que, al parecer, la triste y prolongada historia de la represión en Cuba continuará bajo Diaz-Canel, quien ya ha desbarrado contra los disidentes y los países que los apoyan, y parece estar en pleno acuerdo con la censura.
De la misma manera, al pronosticar el futuro de Cuba y sus relaciones con Estados Unidos advierte que sería una apuesta segura esperar más de lo mismo. “Si Cuba hubiera querido dar una señal a EE. UU. y a la comunidad internacional de que los tiempos están cambiando, la Cumbre de las Américas, a mediados de abril en Lima, Perú, habría sido la oportunidad ideal”.
En lugar de ello, dice, el régimen de Castro "les enseñó a los optimistas el dedo del medio: trasladó a la pacífica reunión en Lima su Estado policial. Matones a sueldo del Estado obligaron a suspender exposiciones críticas hacia Cuba y sus benefactores venezolanos. Ni siquiera en suelo extranjero se tolera la disidencia", apunta la autora.
“En los sistemas totalitarios, los títulos realmente no importan: la elección de Díaz-Canel a la Presidencia no representa una nueva era para Cuba. Representa, más bien, una evolución del régimen castrista: un ejercicio de autoperpetuación, bajo el disfraz de un cambio”, concluye diciendo Ana Quintana en The Atlantic.